Los siete pibes fueron engomados en la celda 1 de la comisaría y para protestar por la medida tomada por los policías, prendieron fuego pedazos de colchones. En vez de calmar la situación, los uniformados dejaron que el fuego se descontrolara y observaron, con las sonrisas marcadas en sus caras, cómo el incendio avanzaba y dejaba sin vidas a los chicos.
Afuera de la comisaría –que durante la dictadura militar funcionó como centro clandestino de detención -, los familiares se agolpaban para saber qué pasaba. Los policías les mintieron en la cara. Les dijeron que todos estaban bien. Adentro, el fuego y el humo negro se encarnizaban con los pibes. En la comisaría, desbordada su capacidad ya que había 19 detenidos, crujían las paredes y los barrotes se calentaban hasta el extremo. En esa tarde del 2 de marzo que se convirtió en noche se escuchaban los gritos que salían de atrás del portón principal de la comisaría. Los policías no hicieron nada. O, mejor dicho, hicieron todo lo posible para que los pibes murieran.
De víctimas y victimarios
Antes de que arranque la marcha, hablo con Andrea -hermana de Sergio Filiberto -, y con Silvia Rosito – mamá de Fernando Latorre-. Me dicen que las familias siguen con mucha fuerza y firmeza, aunque a veces no es fácil. “Ahora estamos tratando de luchar por los sobrevivientes, porque a la hora del juicio se tiene que contemplar que ellos también son víctimas”, explica Silvia.
“Los testimonios de ellos son muy valiosos –agrega Andrea-, permitieron llevar la causa adelante, probando todo lo que decían las pericias. Esperamos tener esos testimonios para el día del juicio y a ellos los queremos proteger. Muchos están en libertad, otros están detenidos en el Penal de Junín. Los que están en el penal sabemos que sufren hostigamientos y amenazas”.
Los 12 sobrevivientes de la masacre no sólo aportaron sus testimonios, sino que fueron víctimas de los oficiales del Grupo Apoyo Departamental (GAD), que ingresó a la comisaría mientras el fuego ardía y los sacó a golpes de las instalaciones. Por la masacre se encuentran procesados el teniente primero Sergio Rodas, el sargento Brian Carrizo, el oficial Matías Giulieti, la oficial ayudante de guardia Carolina Guevara y el oficial Alexis Eva. El comisario Alberto Sebastián Donza estuvo más de un año prófugo y se entregó a la justicia el 12 de mayo pasado.
El 13 de julio se realizó la audiencia pública en la cual Donza se presentó acompañado por sus abogados. Con casco, chaleco antibalas, custodiado por policías fuertemente armados, el ex comisario estuvo dos horas sentado, mirando hacia delante, sin siquiera mover un músculo de la cara. Ese día los familiares de los chicos estuvieron presentes en la audiencia. En el despacho en el que el juez a cargo de la causa, César Solazzi, escuchó a los defensores del ex comisario, el aire se cortaba con las propias respiraciones.
Según Andrea, lo que Donza sostiene está plagado de contradicciones. “Incluso hay contradicciones con los otros cinco policías detenidos y contradicciones de él mismo con su primera declaración que presentó en la causa”, afirma.
Para Silvia la audiencia pública fue dura. “Pensé que él en algún momento nos iba a mirar. Ya nos había pasado cuando llevaron a los policías, uno de ellos se dirigió a nosotras. Donza no nos miró nunca. Llegó muy protegido, muchos policías, con casco, chaleco antibalas, había policía por todos lados. Algunos de ellos provocando un poco”, dice Silvia.
Las principales provocaciones contra los familiares estuvieron a cargo del abogado Carlos Torrens, defensor de Donza. “Se dirigió a nosotros, que no podíamos hablar, provocando. Nos hizo preguntas abiertas que sabía que no podíamos contestar. Nos decía por qué no valorábamos que Donza se había entregado. Lo quería hacer ver como un acto heroico. También dijo si alguna vez Donza había amenazado a algún familiar. Nos decía esas cosas y nosotros no le podíamos contestar”, explica Andrea.
“Te da mucha impotencia, mucha bronca. Lo único que quería era que nos mirara, que sienta el dolor que tenemos a través de nuestras miradas, pero no”, resume Silvia.
La marcha ya empieza a moverse. Les pregunto qué sienten después de más de un año en las calles reclamando justicia. “Siempre somos las familias las que nos encontramos en esta lucha”, dice Silvia. “Fue arrancar desde el dolor y sin entender nada, pero salimos a la calle –acota Andrea-. No tuvimos tiempo de hacer el duelo, o esta es una manera de hacer el duelo. Nos empezamos a conocer entre nosotros, que jamás habíamos cruzado palabras, en algunos casos. Empezamos a acompañarnos no solo en la lucha, sino en otras situaciones. Esas cosas fortalecen la unión y pudimos seguir activos, teniendo el reconocimiento de otros familiares de víctimas del resto del país”.
“Nosotros salimos a las calles y no decimos que nuestros hijos eran inocentes o que estamos a favor de la delincuencia o de lo que sea, pero los chicos son víctimas. Ellos no estaban cumpliendo una condena porque ninguno había sido procesado”, aclara Silvia. “Ellos todavía no habían tenido un juicio justo, así que murieron inocentes para la justicia. Y la sociedad tiene que entender que es un reclamo justo, que son víctimas”, sintetiza Andrea.
Un centenar de personas ahora marchan por la peatonal. La comisaría, que hace algunos meses fue trasladada de lugar, se encuentra apenas a unas cuadras. El cielo es gris y deja caer un frío cortante sobre la ciudad. Las voces se alzan en demanda de justicia. Cuando alguien grita el nombre de alguno de los pibes, la respuesta concreta es “¡Presente!”.
Cuando la marcha llega a la esquina de la comisaría lo primero que se ve es una camioneta de la policía estacionada sobre la vereda. Nadie dice nada, todos pasan tranquilos y callados. Los familiares despliegan una bandera frente a la casona donde funcionaba la dependencia policial. Es una edificación antigua que junta su fondo con el de la municipalidad.
Antes de comenzar el acto, la camioneta, con tres uniformados adentro, se mueve. Todos y todas se corren. No quieren que cualquier movimiento confirme la provocación de la policía.
Silvia es la encargada de leer una carta escrita por dos de los sobrevivientes de la masacre. La carta dice: “Hola. Somos Juan Jesús Gerde y Agustín Mansilla, actualmente detenidos en la Unidad 49 de Junín; a través de quien transmite este pedido, queremos expresar nuestro dolor y hacer saber que también somos víctimas de la inacción y abandono de personas, que llevó a cabo la policía de Pergamino. Esa negligencia incomprensible tuvo por consecuencia el fallecimiento de nuestros compañeros. Es por ello que pedimos justicia por nuestros compañeros y familiares que tanto sufren. Nuestros errores que cometimos nos llevaron a estar detenidos, esperando un juicio justo, donde un fiscal y un juez deben de condenar en caso necesario, pero no por estar detenidos en la comisaría primera de Pergamino estábamos a pena de muerte!! (sic). Como lo creyeron nuestros verdugos, ya que así se lo puede llamar a todo el personal que estuvo ese día presente en la masacre, dónde dejaron literalmente morir a nuestros compañeros, donde también pude morir yo!! Aunque una parte de mí también creo que quedó allí, dónde mis compañeros fueron ejecutados por, repito, verdugos que creyeron tener el control de vida o muerte sobre los detenidos!! Esa inexplicable comprensión de la realidad negó el ingreso del cuerpo de bomberos que tanto perjudicó y acrecentó ese infierno al que nos sumergieron esos insensibles policías. Pido a Dios justicia y calma para esas madres, padres, hermanos y familiares que tanto sufren y justicia para aquel que crea que solo Dios es quien da y quita la vida… Justicia por los 7”.
Los aplausos se mezclan con algunos llantos. Muchas gargantas se anudan, carraspean. Los 12 sobrevivientes de la masacre están más presentes que nunca. Mariana, la compañera de Fernando Latorre, también dice algunas palabras: “Esta es una larga lucha, pero juntos vamos a llegar lejos. Seguiremos marchando hasta que haya condena para los culpables. Seguiremos, por más que nos duela, de que estemos todos rotos, por más que se nos aprieten los pechos de dolor, ellos merecen justicia”.
La tarde se escapa cada vez más oscura por el cielo de la ciudad. Los familiares lloran, se abrazan; la gente los rodea y los alienta. Pergamino, sin dudas, ya no es igual después del 2 de marzo de 2017.