La Masacre de Marcos Paz y sus desaparecidos

(Por Natalia Tangona para Agencia Para la Libertad) Resulta extraña, muy extraña, la situación de distanciamiento social en el marco de un nuevo 24 de marzo, a 44 años del golpe cívico-eclesiástico-militar. Aislamiento social. Por supuesto que estas circunstancias ameritan las medidas de prevención tomadas. Paradójicamente el “aislamiento social” en este contexto apunta al cuidado colectivo. Cosas del siglo XXI, cosas de la posmodernidad, cosas del capitalismo extractivista y voraz llevando al mundo al tan anunciado colapso. Cosas del verdadero distanciamiento social diario y no excepcional. De la ruptura de la idea de ser con los otros, del sentido comunitario, de la red de la vida. Estamos jodidos. Y este desenlace se vaticinó hace generaciones. Estamos jodidos hace rato porque nos falta la generación de los 30.000 que luchaban por un futuro de igualdad y justicia social. Los que ponían la vida en el bien común y por la dignidad de los más vulnerables.

¿Es necesario a esta altura volver a explicar que se trató de un genocidio sistemático y planificado y no al azar? ¿Es necesario volver a pelear con los necios negacionistas que insisten con la falacia de que la cifra real tiene menos ceros? ¿Es necesario escuchar y reescuchar y leer y releer los testimonios más atroces para volver a entender la importancia vital de la memoria? Sí, es necesario. Para que la memoria viva fielmente en la verdad. Para no olvidar los caminos andados por los cuales quedaron tantos y tantas. ¿Hace falta seguir explicando de qué hablamos cuando hablamos de derechos humanos? ¿Del derecho a vivir en libertad? ¿Del derecho a la identidad? ¿Del derecho a poder llevar una flor a una tumba? Sí, es necesario. Porque cada día queda en evidencia que el sentido de humanidad más básico está siendo destrozado, criminalizado y aislado. Y cualquier analogía o similitud con el terrorismo de Estado no es mera coincidencia.
En este ejercicio de la memoria como necesidad vital y como resistencia todo debe ser nombrado para no desaparecer, la palabra les duele a los miserables, a los apropiadores, a los genocidas. Quizás hoy, las plazas y calles vacías de nosotros nos aflijan un poco por ese abrazo colectivo y multitudinario que nos está faltando en este aniversario. Pero las palabras, pronunciadas, escritas, pensadas, recordadas, empañueladas, son los cuerpos de la memoria, memoria andante que marcha más allá de todo.
Pertenezco a una generación que creció entendiendo a la dictadura como lo que fue. No como una guerra, no como un gobierno propio de la época. Sino como el terrorismo de Estado apoyado por civiles, empresarios y por la iglesia, financiado, entrenado y ejecutado por EEUU a través del Plan Cóndor, que dejó el genocidio de 30.000 personas desaparecidas, más de 600 bebés apropiados, la instalación de un modelo económico saqueador en beneficio de unos pocos asesinos y cómplices a costa del hambre de la mayoría, aplicando la sistematización de la detención ilegal, el secuestro, la tortura, la violación, el robo, el asesinato y la desaparición forzada en centros de concentración. Pertenezco a una generación que nunca vió a un milico en la calle como algo normal. ¿Se entiende?

“El primer aniversario de esta Junta Militar ha motivado un balance de la acción de gobierno en documentos y discursos oficiales, donde lo que ustedes llaman aciertos son errores, los que reconocen como errores son crímenes y lo que omiten son calamidades(…)”  En estas tres líneas de su Carta Abierta a la Junta Militar, Rodolfo Walsh no sólo describía el accionar de los genocidas sino que definía la estructura del discurso social negacionista que persiste hasta hoy. Al día siguiente de su publicación, el 25 de marzo de 1977 sería secuestrado y asesinado por un grupo de tareas de la ESMA.
En la ciudad de Marcos Paz, la historia también dejó sus huellas y continúa siendo negada por parte de su comunidad. De esas huellas muchos de mi generación y las siguientes, aprendimos a andar, a pensar, a recordar la memoria colectiva, a luchar, y a cuestionar. Lo particular radica en que un grupo de adolescentes de entre 15 y 17 años fuimos quienes plantamos la memoria que quisieron callar por más de dos décadas en el centro de la ciudad. En diciembre del año 2003, en el marco del programa educativo “Jóvenes y Memoria”, retomamos los nombres de seis personas que gran parte de la sociedad marcospacense había decidido olvidar durante 26 años y construimos el Paseo “No desaparece quien deja huellas”, rescatando la historia de nuestros desaparecidos. Qué cosa la memoria y la percepción del tiempo. En ese entonces, 26 años nos parecían de una lejanía histórica abismal. Tan blanco y negro ese junio de 1977. Esa semana trágica que el periodista Hugo Presman reconstruiría en el relato de “25 años de ausencias” y que resultaría el puntapié inicial para recuperación de la memoria local y para las vidas de varios de nosotros.
El 11 de junio de 1977 ocurrió la llamada “Masacre de Marcos Paz”. En la quinta de Montesquieu y Urquiza, en el barrio La Capilla, se encontraban ocultándose de la persecución militar los integrantes del grupo PROA (Partido Revolucionario de Obreros Argentinos) El procedimiento fue llevado adelante por Leopoldo Luis Baume, el por entonces comisario de Marcos Paz, quien había sido designado en febrero de ese año y antes de ello fue responsable del centro clandestino de detención “Sheraton”. El operativo estuvo a cargo de las fuerzas de seguridad y la policía del general Ramón Camps. Irrumpieron en la casa a los disparos y comenzó la cacería. Algunos de los militantes fueron asesinados en el mismo lugar, otros fueron secuestrados con vida y uno de ellos que logró escapar fue fusilado en las calles del pueblo. Nunca más se supo del paradero de Héctor Bellingeri, Carlos Alberto Arias, Liliana Galetti, Ignacio Ikonikoff, Blanca Haydeé Altman, Gloria Veinstein, María Virginia Allende, Alicia Contrisciani, José Voloch, José Tocco, Haroldo Logiurato, Fabián Logiurato y Luis Logiurato.
El 17 de junio, 6 días después, las fuerzas militares arribarían a Marcos Paz para secuestrar y desaparecer a nuestros vecinos. En una noche se los llevaron, casa por casa. Juan Takara es arrancado de su hogar, donde quedan aterrorizadas su esposa Norma y su hijita Kamena de 8 meses. Enrique Sous es separado de su querida Amanda y sus hijos. Cuando van en busca de Olga Souza Pinto por error se llevan a su hermana, Mirtha. Días después regresarán a Mirtha a su hogar, como quien retorna de la muerte, y a cambio se llevarán a Olga. Manuel Coria ya no volverá a trabajar a la fábrica en donde fue señalado como subversivo. Su hermana, María Coria, también será secuestrada y desaparecida por buscarlo, por preguntar, por golpear puertas. Salvo María, todos eran militantes de la JP al igual que el intendente de Marcos Paz Oscar Sánchez, quien también es secuestrado y desaparecido. Sí, desaparecieron al intendente constitucional.
“25 años de ausencias” tituló Hugo Presman al relato de los hechos que realizó en el año 2002. 25 años de silencio. 25 años en donde a los familiares de los desaparecidos de Marcos Paz gran parte de la sociedad local decidió ignorar. 25 años en los que muchos de quienes los conocieron optaron por seguir con normalidad la rutina como si nunca hubieran existido. 26 años después, en 2003,  inauguraríamos el Paseo “No desaparece quien deja huellas” y la memoria local empezaría a removerse hasta volverse visible, hasta volver a nombrarlos, hasta plasmar sus huellas en los caminos que nos conducirían a levantar sus banderas y a convertir las ausencias en historia viva y presente.
A 43 años del secuestro y asesinato de Rodolfo Walsh, la palabra, el oficio de escribir, de contar, sigue siendo uno de los actos de resistencia y militancia más inquebrantables. La escritura y las voces no diezmadas les duelen a estos hijos de yuta.

A 44 años del golpe, es necesario pronunciarlos nuevamente y reafirmar que no nos han vencido porque, sin dudas, mientras haya memoria no desaparece quien deja huellas.

30.000 compañeros detenidos-desaparecidos presentes ahora y siempre. #NuncaMás

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De Instrucciones para capear el mal tiempo

“(…) Deberemos dejar a mano los poemas indispensables, el vino tinto y la guitarra.
Sonreírles a nuestros viejos como vacuna contra la angustia diaria.
Ser piadosos con los amigos.
No confundir a los ingenuos con los traidores.
Y aún con estos, tener el perdón fácil para cuando vuelvan con las ilusiones forreadas.
Aquí nadie sobra.
Y eso sí, ser perseverantes y tenaces, escribir religiosamente todos los días, todas las tardes, todas las noches.
Aún sostenidos en terquedades si la fe se desmorona.
En eso, no habrá tregua para nadie.
La poesía les duele a estos hijos de puta.”

Alejandro Robino.