Lobos de cacería

El jueves 300 gendarmes, prefectos y federales con motos de agua, patrulleros y helicópteros se lanzaron como lobos sobre “un puñado de familias”. Lo dijo Pato Pichunleo, maestra y mapuche. Habían recuperado un añico de la tierra infinita que les quitaron. Porque hay una machi que está creciendo y necesita de la naturaleza y de la grandeza de los cohiues. Los hombres huyeron por los cerros. Las mujeres y los niños fueron precintados, atados, rociados con gas pimienta y detenidos. Porque el jueves el estado detuvo niños en Bariloche.

Dos días después fueron a buscarlos a los cerros. Acaso fueran los padres o los hermanos de los niños que estuvieron presos en la comisaría federal de Bariloche. Salieron de caza los lobos. Acaso babeando por los dientes ante la cercanía de la presa. De la fragilidad de unos tipos escondidos y heridos, buscando un pedazo de territorio para ponerlo en el DNI. Buscando la gota de vida que es la gota de sangre que vaya donde va el nombre.

Ahí estaba Rafael Nahuel. Tenía 22 años.

Dicen los diarios que fue un enfrentamiento. A Rafa el plomo le entró por el glúteo y se le alojó en el torax. La legítima defensa de los lobos estatales mata por la espalda. Dicen los diarios que eran “mapuches armados”. Pero tiraban piedras, dicen después. Dicen los diarios que eran “presuntamente integrantes de la RAM”. El poder y sus voceros subsidiarios y cómplices construyen enemigos con potenciales. Matan por las dudas. Definen la pena de muerte con un juicio sumarísimo en territorio. Y edifican terrorismos míticos de los que nadie tiene evidencia. Sólo para poder matar en paz a un chico de 22 años que buscaba guarecerse de la jauría.
Ese mismo día el cuerpo de Santiago Maldonado tocaba tierra. Después de tanta, tanta agua. Después de tanto odio desatado. Después de tanta injusticia que parece consolidarse sobre él.

Ese mismo día el estado en directo, con sus manos y su plomo mató a Rafael Nahuel. No necesitó esta vez de la desesperación, el pánico y el agua amenazante. Esta vez con desparpajo. Porque la impunidad está institucionalizada. Y avalada por el discurso único, por el desprecio a los pueblos originarios y por millones de personas de la misma carne y del mismo hueso que Santiago y Rafael. Pero tan lejos. Quién sabe por qué.

Habrá que seguir a la machi para que sane tanta ferocidad. Y nos retoque un poco la esperanza, que empieza a desvanecerse.