“Franco utilizó todo el catálogo de crímenes contra la humanidad. No es sólo contabilizar el número de caídos en los paredones, que pudieron ser 40.000 en la postguerra, sino que hay un programa represivo de tal envergadura que yo llamo multi-represión”, afirma Moreno Gómez, que desgrana su variedad y su cuantificación aproximada: apresamientos masivos con 300.000 presos en 1940; 507.000 detenidos emplazados en 188 campos de concentración; 90.000 integrantes de batallones de trabajadores; al menos 400.000 obligados a partir hacia el exilio; hambre como instrumento represivo, adobado con racionamiento y estraperlo; humillación de las mujeres usando el rapado y el aceite de ricino; robo y desaparición de niños en número cifrado por la ONU de 30.000 menores; represión económica para arruinar a los vencidos con apropiación indebida de propiedades y bienes, así como con fuertes sanciones y multas; represión ideológica y laboral con listas negras para trabajar, etc.
Todo ello ocurrió durante la postguerra que Moreno Gómez califica de “victoria sangrienta”, el periodo más puramente fascista de la dictadura franquista hasta que, tras la derrota de Hitler y Mussolini en la Segunda Guerra Mundial, Franco tuvo que disimular su afinidad ideológica y de parafernalia con los regímenes del Eje.
Sin embargo, el investigador cordobés sostiene que hubo no pocas similitudes de los métodos represivos del franquismo y del nazismo, comenzando por la obsesión de ambos dictadores por el sistema concentracionario, “aunque Hitler se contentó con los campos de concentración, mientras que Franco prefirió las cárceles como núcleo represivo”.
Rejas y paredón
En las cárceles se torturaba y de ellas se salía para el paredón, pero también servían según Moreno Gómez para la represión ideológica, cuya función asumió la Iglesia. Se ejercía un control sobre las familias, ya que las visitas de los hijos y de las mujeres no estaban permitidas salvo que ellos estuvieran bautizados y ellas casadas por la Iglesia con los presos; se promovía el trabajo esclavo al exterior para obras públicas y privadas; y se promovió el robo de niños con la cobertura legal desde 1940 que impedía la presencia de niños con más de tres años con sus madres y desde 1941, que facilitaba el cambio de nombre de los menores. “Lo de los niños en las cárceles era sencillamente inhumano”, señala Moreno Gómez, poniendo como ejemplo el testimonio de una mujer presa en la cárcel guipuzcoana de Saturrarán.
Decía Carmen Riera que “en diez días murieron más de 30 niños, entre ellos mi hija. Me llevaron su cajita a la celda unas monjas que trajeron unas flores y no paraban de decir que era un angelito que adoraba a Dios, hasta que no pude más y las eché de allí. Y me pasé toda la noche sentada en el suelo junto a la caja de mi niña”. En aquella cárcel vasca murieron 120 mujeres y 57 niños.
Se aplicaba a los presos una “dieta hipocalórica de 800 calorías, a sabiendas de que con menos de 1.200 no se puede sobrevivir”, lo que produjo una elevada mortandad en las grandes cárceles. Francisco Moreno precisa que esto se produjo desde finales de 1940, que fue cuando los detenidos en los pueblos fueron trasladados a las grandes cárceles de las capitales y pone varios ejemplos de reclusos muertos por hambre: 900 en la prisión de Sevilla, 660 en la isla pontevedresa de San Simón (reservada para los ancianos) o 756 en una cárcel de Córdoba atestada con 3.500 presos, lo que supone una mortandad del 20% de la población. “Los detenidos encarcelados tras el fin de la guerra cerca de sus pueblos de origen eran alimentados por sus familias, pero después del alejamiento la distancia lo impedía”.
La “conexión nazi” de la estrategia concentracionaria franquista que Francisco Moreno aprecia no sólo se circunscribe a la escasa dieta alimenticia, sino al uso del clima como instrumento represivo, ya que los presos del sur fueron trasladados a cárceles del norte, donde el frío hacía estragos, y viceversa con los represaliados del norte a cárceles del sur. “En Burgos, con el frío ya tenemos bastante”, decían los presos políticos andaluces, sobre todo en 1941, que fue el año de mayor mortandad en las cárceles españolas y que coincidió también con el de la gran mortalidad en Mauthausen, el campo de exterminio nazi donde murieron más miles de republicanos españoles.
“Otra coincidencia – señala el historiador Francisco Moreno -, a la que hay que añadir los traslados de presos en trenes borregueros cerrados sin comer ni beber en varios días o la ausencia de médicos para atender a los reclusos que era sustituida por los presos que tenían conocimientos sanitarios, aunque la coordinación general sí que estaba en manos de médicos como los doctores Mengele en Auschwitz o Vallejo-Nágera como director de los servicios psiquiátricos en España, con sus crueles experimentos médicos”.
Asesinatos extrajudiciales de Policía Militar y Legión
Moreno Gómez no pasa por alto la existencia de un fenómeno de las primeras semanas de la postguerra que no ha sido suficientemente investigado y que, por tanto, supone una de las aportaciones novedosas de su libro La victoria sangrienta. Lo da en llamar “primavera negra” y consiste en toda una operación represiva desplegada en los meses de abril y mayo de 1939 a cargo del Servicio de Información de la Policía Militar (SIPM).
“Miles de personas fueron víctimas de ejecuciones sumarias, fueron paseadas o se les aplicó la ley de fugas antes de que empezaran a funcionar los consejos de guerra, siguiendo directrices directas del cuartel general de Franco en Burgos “que instaban a llevar a cabo lo que no admitía demora”. El historiador pone como ejemplo de aquellas matanzas selectivas extrajudiciales de postguerra 150 víctimas en Córdoba capital y 100 en Pozoblanco.
Pero también Francisco Moreno acusa a la Legión de protagonizar asesinatos en aquella “primavera negra” del 39. “En la zona centro-sur se desplegaron varios tercios de la Legión, uno de ellos bajo el mando del comandante Salvador Bañuls. Mataron a gente a torturas en Villanueva de Córdoba, apalearon a muchos en Belalcázar y Cardeña, al padre del Veneno – legendario maqui cordobés – le echaron aceite hirviendo en los oídos”, relata Moreno Gómez antes de concluir diciendo: “Esto no se ha estudiado, pero la presencia de la Legión fue terrible y no lo veo reflejado en ningún sitio”.