Máquinas de matar

Por Reneé Isouec Marcas en la espalda, en el pecho, en las piernas, en los brazos, en la cara, en la cabeza. Zumbidos en los oídos que quedaron ensordecidos largo tiempo con el dejo atroz de los golpes esparcidos, parte a parte, hasta abarcar el todo.¿La razón? La de las bestias, que no son irracionales, ubicarlos allí los convertiría en inimputables. Sus mentes planean los golpes, planifican las torturas, establecen los tiempos, las formas, los fondos. Saben lo que hacen. Quieren lo que hacen. Son absolutamente conscientes de sus acciones. No son locos. Son Asesinos.
Un nuevo episodio de violencia extrema se vivió en la Unidad Número 48 del Penal de José León Suárez. Tres pibes fueron molidos a palos. Este tipo de práctica es habitual en los penales, en todos, sean del SPB o del SPF; este tipo de acciones cobardes y constantes son el modus operandi de un sistema que así está fabricado, para operar de este modo.
Se desconoce la cantidad de pibes que mueren, todos los días, dentro de las cárceles de la Argentina. Los suicidan, todo el tiempo. Y luego ni siquiera aparecen en las crónicas rojas de los medios torcidos. Se les entrega una bolsa con el cuerpo a la familia y a llorar al cementerio. ¿Las causas de esas muertes? Hay varios recursos en los que saben caer: Suicidio. Enfrentamiento entre los mismos internos. Paro cardíaco no traumático.En el caso de los suicidios reales no se menciona el camino que el mismo Servicio Penitenciario construye para que el final sea, irremediablemente ese, los conducen, muchas veces, a tomar esa decisión, los llevan a la muerte. Sea por decisión propia, o por la del hambre de muerte de los carceleros.
Tres caras. Tres cuerpos marcados. Tres historias de vida. Que tal vez la cercanía del abrazo, la sonrisa regalada o el mate compartido, hacen que sienta aún más ese dolor. Sé que muchos pibes se mueren en la oscuridad de una celda, ahora mismo, mientras escribo, alguno estará rozando la muerte, tras el gris hermético de una cárcel del sur, o mezclándose con el ruido de aviones despegando, aquí más cerca, o sumidos en el olor nauseabundo de un basural cercano, a sólo unas cuadras de esta cómoda silla desde la que escribo, o vomito.Esas tres caras no son anónimas para mí, nunca más lo serán, como cada uno de esos pibes que SOMOS TODOS. Esos tres cuerpos que fueron apaleados yo los abracé, los abrazo, jueves a jueves. Esas miradas son mías ya, desde que decidimos mirarnos una vez. Y es por esto, tal vez, perdón, que la impotencia se agiganta, y el dolor carcome hasta la suerte de estar acá, simplemente usando la palabra como fusil potente que los toque.Es que quiero matarlos, deseo su dolor, desde el rincón más puro y sano que pueda tener, les deseo más que aquello que provocan, les deseo el sufrimiento como espejo de sus vidas. Pero mi trinchera es tan corta y vaga. Una hoja virtual que me permite extirpar algo de todo aquello que tengo dentro. Desnaturalizar la vuelta a casa como si esto fuese natural. No lo es. Nunca lo será. No puede serlo. No debe. ¿Qué sentido tendría el cruzar ese muro, si una vez de este lado, se olvida el gris hermético y el olor a miedo que se respira? Nosotros Somos Todos no es sólo una consigna. Nosotros, Somos Todos.