«Matemos a nuestros maridos»

Cecilia Rodrigues

Juliana habría sido hija de un cacique guaraní de la zona de Asunción, y habría sido entregada a su amo/marido español Nuño de Cabrera como parte de los pactos de amistad que celebraron los guaraníes con los españoles en los primeros años de la conquista. Juliana sería, en realidad, el nombre que recibió la india tras un breve – y obligado- ritual de bautismo cristiano que la “habilitó” a servir a un ibérico en tierras guaraníes.
Las referencias históricas son pocas, vagas y contradictorias, pero todas coinciden en la existencia de la guaraní que pasó a degüello a su abusador. Algunos autores ubican el hecho en la Semana Santa de 1539, fecha en la cual ocurrió el primer gran intento de motín de los guaraníes contra los españoles asentados en Asunción. Sin embargo existen elementos que indican que los acontecimientos que implican a Juliana ocurrieron con posterioridad a la intentona de la Semana Santa, ya en 1542.
Se cuenta que, harta de abusos y maltratos, Juliana asesinó a su amo/marido Nuño y luego habría incitado a otras mujeres guaraníes, entregadas como ella a los conquistadores, a seguir su ejemplo.
Así lo cuenta el historiador Roberto Romero (1995) en su obra La Revolución Comunera del Paraguay:
_“…las mujeres guaraníes protagonizaron la gran conspiración contra los colonizadores españoles, dirigida por la india Juliana, en el año 1542. Ella mató a su marido español Ñuño Cabrera y salió a recorrer las calles de la ciudad, incitando a las nativas que hicieran lo mismo con sus esposos europeos para terminar con todos los conquistadores. La conspiración fue dominada y Juliana fue condenada y ejecutada por orden del Adelantado Alvar Núñez Cabeza de Vaca. La heroína guaraní murió en la horca…” _(Romero, op.cit.)

El propio Alvar Núñez relata su intervención en el caso en su “Relación de los Naufragios y Comentarios”, dando una versión diferente de los hechos:
“…al tiempo que llegué á la dicha provincia fuy ynformado que una yndia llamada Juliana, natural de la dicha tierra, avia dado ponzoña a un crystiano llamado Ñuño de Cabrera, y que Domingo de Yrala la avia tenido presa é abia hecho proceso contra ella, é abiendo comprobado el delito por confision de la dicha Juliana (…) al tiempo que supieron que yo benia la hizieron soltadiza y la dicha Juliana se fue, é á todas las otras yndias que syrbian á los crystianos les dezia que ella sola hera la baílente que avia muerto á su marido; lo qual benido a my noticia mandé buscar é prender la dicha Juliana, y presa, procediendo de nuevo tornó á confesar el delito, (…) y por birtud del proceso mi alcalde hizo justicia della, porque damas de merecerlo convino para quitar el atrevimiento que otras no se atrebiesen á semejantes casos…”

Más allá de las diferentes versiones acerca del asesinato de Nuño de Cabrera, lo que queda fuera de duda es que Juliana fue torturada y asesinada públicamente con crueldad ejemplificadora para las muchas mujeres guaraníes que vivían en la Asunción de ese tiempo como concubinas de los conquistadores.
Los intentos frustrados de multiplicar su ejemplo no son mencionados con frecuencia por los historiadores que relatan las grandes rebeliones guaraníes contra los españoles, ciclo que comenzó en 1539; tal vez porque no logró poner realmente en jaque el poder de los conquistadores. Sin embargo, el asesinato de Nuño de Cabrera por parte de Juliana, una de sus concubinas, lejos de ser un incidente doméstico, tiene un trasfondo histórico dramático y nos propone mirar de cerca las relaciones entre guaraníes y españoles en los primeros años de la conquista de lo que actualmente es Paraguay; en particular, la situación de las mujeres originarias en ese contexto.

1537: fundación de Asunción, pacto entre carios y españoles
La entrega de mujeres como parte del pacto

Los españoles fundaron el fuerte de Asunción en agosto de 1537, siendo para ello decisiva la victoria en 1536 sobre las fuerzas guaraníes que estaban al mando del cacique Lambaré.
La bahía en la que se emplaza la actual capital paraguaya, antiguamente llamada por los nativos Paraguâ-y, era habitada por la parcialidad cario del pueblo guaraní. Como todos los guaraníes, se trataba de un pueblo guerrero, que se encontraba en la fase neolítica superior. Eran seminómades; se asentaban en algún lugar por algunos años durante los cuales practicaban una agricultura precaria y luego migraban para no agotar la tierra. No existía entre ellos divisiones de clase ni acumulación de riquezas, pero se organizaban en base a una marcada división sexual del trabajo: los hombres cazaban, recolectaban, preparaban la tierra para el cultivo y hacían la guerra, en tanto que las mujeres cultivaban la tierra, criaban a los niños y hacian el trabajo doméstico.
El primer contacto entre españoles y carios habría sido a través de breves escaramuzas en las cuales los ibéricos triunfaron en gran medida gracias a la superioridad de su armamento, pero también gracias al deslumbramiento que paralizaba a los guerreros carios cuando veían en las armas e instrumentos de metal de los extranjeros, el poder de la magia, lo cual representaba para los originarios una señal indudable de superioridad. A partir de alli llamarán karaí a los españoles, término que refería a sus propios karaiva o shamanes con poderes mágicos.
Ya al momento de ser derrotadas las fuerzas de Lambaré en 1536 los carios solicitan a los españoles que no maten a sus mujeres y niños, y les entregan mujeres en señal de rendición. Este episodio es narrado por el soldado Ulrico Schmidl en sus crónicas:
“…Como ya no podían resistir más y temían por las mujeres e hijos, que también tenían consigo en la ciudad, nos pidieron misericordia prometiendo complacernos en todo con tal que les perdonásemos las vidas. También le trajeron a nuestro capitán Jann Eyollass (Juan Ayolas) 6 mujeres, de las que la mayor tendría unos 18 año; le presentaron también 8 venados, ciervos y otras salvajinas más. De ahí se empeñaron con nosotros para que nos quedásemos con ellos, y le regalaron a cada soldado 2 mujeres, para que nos sirvan en el lavado y cocina. También nos dieron comida y de cuanto nos hacía falta. Así de esta manera se hizo la paz entre nosotros…”

Una vez fundado el fuerte de Asunción en 1537 los carios ven la posibilidad de establecer relaciones duraderas con los karai, y observando la ausencia de mujeres entre ellos, les ofrecen las suyas como manera de establecer lazos de parentesco.
La mayor expectativa de los guaraníes era que sus nuevos parientes los ayudasen a combatir contra otras tribus enemigas, tales como los guaicurúes y los payaguás; pero también sienten gran interés por poseer instrumentos de metal de los españoles, como el hacha de mano que, según comprendieron, facilitaría enormemente la tarea del rozado de la selva que hacían para preparar las tierras para los cultivos.
Cuando en 1541 Domingo Martínez de Irala decide despoblar el fuerte de Buenos Aires y llevar a toda la soldadesca a Asunción, menciona en sus cartas las razones de la orden, entre las cuales la disponibilidad de mujeres nativas en aquel lugar, parece ser de importancia fundamental:
_“…en el Paraguay […] está fundado[…] un pueblo en que estaran […] 400 honbres […] como vasallo de su Magestad los yndios Guaranys sy quier Caryos […] los quales sirven a los cristianos […] como con sus mugeres en todas las cosas del servicio necesaryas y mando para el servicio mejor de los cristianos 300 mugeres para que las sirvan en sus casas y en las rroças…” _Martinez de Irala

Los españoles, que ya habían escuchado hablar del mito del Kandiré, la tierra de la plata y el oro, buscaban llegar a ella a través del Chaco. En poco tiempo comprendieron que no había metales preciosos en la zona de Asuncion, por lo que solamente se propusieron establecer allí una posta de aprovisionamiento para llegar a la mítica zona de la plata en el Perú.

En ese sentido, los primeros años de relación entre guaraníes y españoles estuvo signado por haber consumado lo que la Dra. Susnik (2010) caracteriza como pacto de intereses: los guaraníes creían haber obtenido aliados contra sus antiguos enemigos y los españoles consiguieron quienes los aprovisionen y ayuden en sus expediciones.
El pacto se celebra con un hecho clave que es la entrega, por parte de los guaraníes, de sus mujeres, quienes eran la principal fuerza de trabajo de sus comunidades:
“…asentados ya los españoles en Asunción, los caciques Cupirati, Moquirací, Mayrarú, Yvy-yocá, por mencionar sólo a los principales, los que tenían su asiento donde está actualmente Asunción, vinieron ante los españoles con el deseo de formalizar el pacto de amistad. Ellos se hallaban dispuestos a aceptar a ese grupo de 400 hombres españoles, sin mujeres, porque la integración – según la mentalidad guaraní y según la de otros indígenas también- era que tratándose de un grupo de hombres solos, podían asimilarse efectivamente a su propio grupo étnico. Los guaraníes, sin conocer en absoluto la estructura sociopolítica ni sociocultural de los recién llegados, se limitaban a juzgar la situación por su apariencia externa, inmediata, y viendo que los españoles carecían de mujeres, pretendían formalizar el pacto de amistad con el ofrecimiento de sus propias mujeres. Así venían todos los caciques, los tey’i rú, cada uno con sus hijas y sobrinas, ofreciéndolas a los españoles, en la seguridad de que este vínculo político sería el verdadero lazo de amistad y formalización del pacto…” (Susnik, op. cit.)

Para los guaraníes la entrega de sus mujeres significaba la realización de un verdadero pacto político por el cual los españoles pasaban a ser no solamente aliados, sino parientes políticos, lo que en el mundo guaraní conceptualizaban como tovajas o cuñados. Esa relación implicaba estrechas obligaciones de reciprocidad de toda la familia de la mujer con los tovajas y debían ser correspondidas.
“(…) no se trataba de una mera pauta psicosocial sino de una verdadera forma de interrelación basada en el sistema guaraní del parentesco político. Esto lo sabían tanto los españoles como los guaraníes, quienes ofrecían sus mujeres para formalizar el pacto porque de esta manera se emparentaban con los karai y solamente por medio del parentesco político era concebible para una sociedad neolítica, como la guaraní, fundamentar una verdadera amistad interétnica. Solamente por medio del parentesco,además, podía esperarse que se cumpliera la norma de la reciprocidad, pues para los guaraníes –como para todos los neolíticos en general- dar es recibir; hacer un favor implica tácitamente la seguridad de recibir el contra favor. Tal era la regla de la reciprocidad que ellos mismos practicaban dentro de su sociedad…” (Susnik, op. cit.)

Los españoles también comprendieron el valor del pacto en esos primeros años, luego de sufrir hambre en el fuerte de Buenos Aires y sin haber encontrado en su camino hacia Asunción a otros pueblos cultivadores:
“…tanto Ayolas como Irala también comprendieron claramente el valor de este pacto, sabiendo que necesitaban contar con el respaldo de estos grupos cultivadores, con ese asiento fijo como retaguardia y como base de operaciones para sus ensayos expedicionarios hacia El Dorado, y que para ello era necesario también poblar el lugar estableciendo relaciones duraderas y estables…” (Susnik, op. cit.)

Es probable que Juliana haya sido una de las mujeres entregada a los españoles en los primeros contactos con los nativos. Los guaraníes no solamente entregarían mujeres a los conquistadores, sino que también dispondrían de una gran cantidad de guerreros jóvenes, los kerembas, que a compañaban a los españoles en sus expediciones.
Sin embargo esa ilusoria concordia duraría poco tiempo por varios factores, principalmente por el hecho de que los españoles nada compartían del concepto de reciprocidad de los guaranies, su ethos era claramente el del conquistador. Poco después, cuando llegara a ellos la noticia de que Diego de Villarroel había llegado al cerro del Potosí por el Perú, Asunción perdería interés como punto de llegada hacia la sierra de la Plata.

En muy poco tiempo los guaraníes comprobarían que los españoles en vez de tratarlos como parientes los trataban como siervos, lo que daría lugar en 1539 al primer gran conato de rebelión durante la preparación del Corpus Christi. La misma fracasó como consecuencia de la delación de una mujer guaraní entregada a Juan de Salazar, a quien el autor Helio Vera le atribuye el nombre de Juliana. No sabemos si se trata de la misma que degollara luego a Nuño de Cabrera.

La intentona de 1539 implicaría un cambio sensible en el trato de los conquistadores hacia los guaraníes: tras sellar una alianza con los guaicurúes para desarmar el intento de motín, Salazar hace capturar y ahorcar a diez de los principaes cabecillas de la fallida revuelta, todos ellos caciques principales.
Entre 1542 y 1543 se produjo la primera rebelión de otra parcialidad guaraní, los guarambarenses, quienes se negaron a aportar víveres y guerreros para las expediciones de los españoles al Perú. Irala capturó y ahorcó entonces al cacique Arambaré, lo que provocó la rebelión del cacique Tavaré, ligado a Arambaré por lazos de parentesco. La represión española contra las rebeliones fue sumamente cruel. Tavaré, tras ser derrotado, debió rendirse y pidió que les devuelvan a mujeres y niños capturados.

Cuando en 1542 Juliana llamó a las mujeres guaraníes a matar a sus maridos españoles, el trato de los ibéricos hacia los guaraníes era claramente de sometimiento, operado a través de las matanzas, las torturas, la captura y traslado forzado de mujeres y niños guaraníes hacia Asunción para ser convertidos en siervos.
Se pueden leer en documentos de la época denuncias de los propios conquistadores y de algunos clérigos ante el Consejo de Indias acerca de las prácticas violentas, el sometimiento sexual y la explotación a la que eran sometidas estas mujeres.
“_…y las demas han muerto con los malos tratamientos que les han hecho los espanoles que las pringan y queman con tizones atando las pies y manos, y las meten hierros ardiendo, y hazenles otros generos de crueldades que no es licito declararlas, y a otras con muchos acotes y palos que les dan […] sabra vuestra alteza que son muy grandes trabajos los que les dan que las hazen cavar con azadones /o palas todo el dia, y despues a las noches quando vienen las hazen hilar algodón dandoselo por peso y ansi lo buelven a dar hilado por tasa, estan todo el dia con ellas, con los frios y soles trabajan, y si alguna descansa le dan de palos, otros les dantarea de lo que han de trabajar y quando no lo acaban les dan de acotes y palos / demas ay al presente otra manera de nuevos trabajos que mas las muelen y matan que en pilones a bracos con unos palos muelen canas porque no ay otro artificio para ello de que hazen acucar, miel para hazer confituras y conservas y otras maneras de fructas, y en esto se gasta mucha lena, y se la hazen traer a cuestas…” _(Gonzalez M.)

Del status de la mujer guaraní
Hai o madre procreadora
La sociedad guaraní se organizaba en grupos familiares bajo la autoridad de un cacique. Los grupos familiares tenían una organización patrilineal y los caciques practicaban la poligamia.
Esta práctica estaba regida como todas las relaciones del mundo guaraní por el concepto de la reciprocidad: el parentesco obligaba a ambas partes y sus familias. Para los caciques la poligamia era una manera de acrecentar su poder político mediante relaciones de parentesco.
En la comunidad guaraní la mujer es la que trabaja la tierra y como en cualquier comunidad es la base de la superviviencia biológica. En el imaginario guaraní se asimila la mujer a la figura divina de Hai, la madre procreadora.

Kuña y tembireko
Con la aparición de los españoles y junto a ellos la llegada del cristianismo, la Corona Española permite el casamiento de españoles con yndias a condición de que sean bautizadas en la fe cristiana. Esto implicará un desdoblamiento del status antes único de la mujer, distinguiéndose la esposa, tembirekó, de la simple mujer, amante, concubina o también muchas veces llamada criada, a la que se la sigue llamando kuña.
Los españoles, que rápidamente adoptaron la práctica de la poligamia de los guaraníes desprovista de las obligaciones de reciprocidad y simplemente como práctica de dominación, en general consideraron a las mujeres guaraníes como kuñas, como amantes y sirvientas.

Marca de poder
Para los conquistadores la posesión de mujeres pasa a ser una marca de poder, cuantas más mujeres poseía un conquistador, se volvía más prestigioso y contaba, además de con el servicio de sus kuñas, con el obligado servicio por parentesco de los varones guaraníes.

Pieza y objeto de cambio
Algunos autores atribuyen la conversión de la mujer en objeto de cambio a la ausencia de metales valiosos en la zona, por lo que la economía asuncena seguia teniendo el carácter de economía de subsistencia. La mujer era una pieza clave en su sostenimiento y servía de valor de cambio ante la ausencia de objetos de valor. Las mujeres eran cambiadas por ropas, utensilios, objetos varios.
Asi también la mujer es claramente en este contexto un trofeo de guerra o pieza, práctica que ya era común entre los pueblos originarios cuando los españoles llegaron, siendo la captura de mujeres una práctica realizada no solamente por los conquistadores sino también por sus acompañantes los kerembas en sus expediciones al Chaco.

Mujeres esclavas
Pero mientras los kerembas capturan a las mujeres de los pueblos enemigos como forma de compensar las mujeres que comienzan a faltar en sus comunidades por la entrega pactada o forzada por parte de los españoles, los conquistadores ven la oportunidad de establecer un mercado de mujeres esclavas creando redes comerciales hacia la frontera con los dominios portugueses.

Muy tempranamente se comenzaron a registrar denuncias acerca de la venta de mujeres como piezas o su uso como prendas de cambio. El estatus de vasallos libres dado por la Corona a los pueblos originarios no regía en la práctica en la colonia, señalándose al propio Irala como el funcionario que estableció las relaciones comerciales para vender yndios a los pueblos portugueses del Brasil.
En 1542 el propio Alvar Nuñez emitió un bando en el que “recordaba” que los yndios son vasallos libres y no podían ser comercializados, esclavizados ni cambiados en trueque por objetos. A pesar de ello, la venta de mujeres llegó a cobrar gran dimensión en el puerto de Asunción.

Profundización de la violencia: las rancheadas
Las prácticas de maltrato y explotación que existieron desde el comienzo de la relación entre conquistadores y conquistados como episodios de abusos se generalizarían a partir de 1544 cuando, tras una larga disputa política, Alvar Núñez fue apresado y Martínez de Irala asumió su segundo periodo como gobernador. A partir del comienzo de su mandato, Irala cedería a la presión de la soldadesca que exigía que se les dé libertad de acción para dirigirse a los asentamientos cercanos y tomar ya sea mediante pacto o por la fuerza cuantos nativos quisieran para obligarlos a trabajar para ellos. Estas expediciones tomaron el nombre de rancheadas y significaron violentísimos ataques a las comunidades, mediante los cuales los españoles tomaban por la fuerza más que nada a mujeres y niños y los llevaban para su servicio o para su venta.

La práctica de las rancheadas se habría extendido en forma permanente al menos por cinco años, y provocó como respuesta la gran rebelión de 1546, la primera que puede considerarse realmente “panguarani”, en el sentido de que unificó a gran cantidad de cacicazgos.
La situación provocada por la extracción violenta de mujeres y niños de las comunidades para ese entonces es caracterizada por Susnik como de ocaso sociobiológico. El violento choque civilizatorio y las imposiciones de los conquistadores habían resquebrajado seriamente el antiguo sistema de relaciones en el mundo guaraní.
Privadas las comunidades de su fuerza de trabajo y de sus procreadoras, las hai, se les hacía cada vez más difícil continuar su antiguo modo de vida. Hacia 1546 las comunidades cercanas a Asunción se encontraban en situación crítica dado que prácticamente ya no nacían niños guaraníes por la apropiación de mujeres por parte de los españoles. A su vez, era frecuente que los jóvenes guerreros que acompañaban las expediciones de los conquistadores ya no quisieran regresar a sus antiguas comunidades, con lo que se dificultaba el establecimiento de relaciones de cooperación y reciprocidad.
Una de las mayores preocupaciones de los guaraníes en ese tiempo era el hecho de que los niños mestizos nacidos de las mujeres guaraníes con los españoles ya no se relacionaban con la comunidad materna, quebrando los antiguos lazos de parentesco, base de las relaciones guaraníes.
En esa situación y ante el embate de las rancheadas, muchas de las comunidades cercanas a Asunción optaron por alejarse de la zona y buscar refugio en zonas más alejadas, selva adentro. En pocos años en Asunción y sus alrededores, casi la totalidad de la población será por lo tanto mestiza.
La extracción, primero pactada y luego forzada de las mujeres guaraníes terminó teniendo un costo excesivamente alto para las comunidades orignarias, poniendo en riesgo su propia continuidad.
Hacia 1556, luego de fracasadas las grandes rebeliones guaraníes que persistirían de todas maneras hasta 1616, el gobierno de Asunción se decidió a acatar las normas de la Corona reglamentando el sistema de encomiendas.
Dicho sistema, si bien declara la intención de proteger a la población originaria preservándola del abuso de los conquistadores, implicaría nuevas relocalizaciones de las comunidades, la obligación de asentarse definitivamente en un lugar, rompiendo su tradición de nomadismo; y la dislocación definitiva de sus antiguos principios organizativos y costumbres.
Junto al fin del ciclo de rebeliones, el establecimiento del sistema de encomiendas significaría para los guaraníes el comienzo de formas pasivas de resistencia.
(*)*La autora es comunicadora social y periodista de revista superficie*
Bibliografía:
–Guillaume, Candela (2014), “Las mujeres indígenas en la conquista del Paraguay entre 1541 y 1575”, Revista Nuevo Mundo Mundos Nuevos – Colloques 2014, URL : http://nuevomundo.revues.org/67133. Consultado 02/03/2016
–Susnik, Branislava (2010), “La Independencia y el Indígena”. Colección: Independencia Nacional, Intercontinental Editora. Asunción
– Romero, Roberto (1995), “La Revolución Comunera Del Paraguay- Su Doctrina Política” Imprenta Leguizamón. Asunción
– Núnez Cabeza de Vaca, Alvar, “Relación de los Naufragios y Comentarios”. https://archive.org/stream/relacindelosnau01herngoog/relacindelosnau01herngoog_djvu.txt Consultado 02/03/2016