Pero el coraje de Eduardo fue interpelar a la cultura represora con las mismas herramientas que la cultura represora había creado. Como padre de Ignacio, y en pleno uso de la patria potestad, prohibió a su hijo presentarse a la convocatoria militar. Un complejo entramado jurídico y político se desplegó. Que tuvo en la cínica decisión de Menem, el condenado electo, a suspender los efectos de la ley. No a derogarla por otra ley del Congreso. Por ahí anda Ishi pregonando su retorno.
Eduardo Pimentel sostuvo la lucha por lo fundante. La lucha que siempre debe darse, porque, aunque seamos derrotados, nunca fracasaremos. Si tuviera algún porcentaje del talento, el coraje y la decisión de Eduardo, crearía un Frente Opositor al Servicio Electoral Obligatorio. Ya la sigla es medio ñoña. FOSEO. Pero al menos permite fundamentar que toda obligatoriedad es represora. Y cuando esa obligatoriedad es sostenida desde el Estado, es además exterminadora. Incluso del deseo de votar. Ya no se vota por el amor, sino apenas por el espanto. De que a la otra o al otro lo voten tanto. Por eso podemos discutir, fundamentar, repudiar, los desvaríos fraudulentos de la asignación de votos por distrito. Las trampas mediáticas y los circos sin panes. Pero a pesar de toda esa discusión, la cuestión de fondo, la escencia de lo electoral, el fundante de la representatividad, no se discute.
A esta altura de este horrible partido, es, a mi criterio, hora de aceptar que lo electoral es una industria. Y que como toda industria necesita imponer primeras y segundas marcas, dejar un pequeño espacio para las terceras marcas, y marginales porcentajes para la venta a granel.
Recuerdo cuando Frondizi permitió, a pesar de la proscripción del partido peronista, que la fórmula Framini- Anglada se presentara en la provincia de Buenos Aires. 18 de marzo de 1962, atravesando la proscripción con el partido Unión Popular. Casi 1.200.000 votos consagraban el triunfo de los candidatos peronistas. Crónica de un golpe de estado anunciado, Frondizi fue obligado, dulcemente obligado, a renunciar. Ya había concedido el plan Conintes, pero sabemos que para el Minotauro represor, no hay sacrificio que lo conforme.
Ahora bien, o mejor dicho, ahora mal. En el caso de que lo electoral sea al mismo tiempo subversivo del orden represor, alguna modalidad del golpe de estado se hará presente. Domingo Cavallo durante el gobierno de Alfonsín, haciendo lobby en Estados Unidos para desatar la hiperinflación. Luego ministro de economía y el héroe de la convertibilidad. No fue el primer trabajador, pero si el primer destituyente. Si alguna historia lo condenó, no fue por la traidora y miserable gestión que le dio a Menem la suma del poder público e impunidad para hacer explotar una ciudad. Menem, el condenado, a pesar de eso o quizá por eso, nuevamente candidato más votado. Los 90 no se rinden.
El FOSEO pretende poner en tela de juicio, y si es posible en tela de condena, todas las trampas, estafas, subterfugios, parasitismos, oportunismos, degradaciones varias, pactos perversos, alianzas canallescas, que con el marco de oro de lo republicano democrático, siguen vulnerando derechos y sosteniendo privilegios. Vulnerando la lucha de clases y bajo la piel de cordero del consenso, consagrando la supremacía de una casta. Parásitos de cinco estrellas que se apropian bajo el eufemismo de “impuestos”, del trabajo, el dolor, la tristeza, la miseria de los trabajadores. Organizados como clase, o en desbande porque en busca de la idealizada unidad, han perdido la oportunidad de la unión.
El pueblo no está unido y además, ha sido convencido por el relato represor de todos sus enemigos. Ha comprado el credo capitalista. La primera tragedia es que no pudo llegar a odiar al capitalismo. La segunda es que no ha podido amar al socialismo. Entonces, la muerte siempre tiene un lugar en la mesa de los vivos. Un lugar de importancia. Decisivo. Permanente. Claudia Rafael lo escribe: “La pena de muerte de hecho es un destino cierto para una enorme franja de la juventud. Hay una sanción punitiva desde el mundo adulto y desde las instituciones forjadas y sostenidas por ese mundo adulto hacia los gérmenes de rebelión”. Destino cierto. Permanente.
Mientras todos votan, no pocos y pocas mueren. Y las y los que no mueren, tienen también su condena. Pena de vida. Vivir apenas como una estrategia de supervivencia. Vivir apenas como moratoria y postergación de la muerte. Vivir sin alegría, sin placer, sin ternura, sin abrazo, sin sonrisa, sin calor cuando hace frío, sin frío cuando hace calor, sin miradas que sean espejo de ternura. Así debe ser la pena de vida. Condenados a morir y condenados a vivir. Pero siempre condenados.
La más cínica y cruel de las condenas: agonizar y nunca protagonizar. Mi agonía es pensar si escribir sobre el horror no es una forma de conjurarlo. O sea: otra de las máscaras de la impunidad. Aunque me importa la respuesta, me interesa sostener la pregunta. En todo caso, no es la peor de las penas.