«Perturbaciones»

Esa mañana despertó con una deliciosa sensación de placer que lo predispuso como para creer que iba a ser un gran día.
Se levantó y como sucedía ordinariamente tomó los elementos de rasurar, se humedeció la cara y la cubrió con la crema, se sentía bien y de tan buen humor que se entretuvo unos segundos en desparramar la espuma en forma absurda y divertida.
Cuando comenzó a afeitarse sintió como que se cortaba al avanzar por su mejilla izquierda, notando cierta rugosidad en el lugar. Miró su rostro en el cristal y se extrañó que no brotara sangre, se fijó en la maquinilla y encuentra un pequeñísimo trozo de una hoja vegetal que lo sorprendió, vuelve a mirar y advierte que en el lugar queda una pequeñísima marca. Pero lo que más le sorprende es que empieza a sentir un disgusto, un malestar que da por tierra con el sentimiento positivo que lo invadiera al despertarse.
Fue a su trabajo, la atención al público por reclamos a la compañía de electricidad lo abrumaba, pero esa mañana el disgusto era mayor.
Demandas por corte del servicio atestadas de broncas y hartazgo, que reflejaban el hastío de los usuarios. Sin embargo, a medida que pasaban las horas y las tensiones de los clientes aumentaban, volvió a sentir la sensación de placer matinal.
Cuando ya la tarde iba dando paso a la noche, continuaba atendiendo reclamos en tiempo de horas extras y contrariamente a lo habitual, se iba sintiendo cada vez mejor.
Al momento de terminar su labor, un compañero que también lo acompañaba le dice:
-Se te pegó algo verde en la mejilla, como una hojita en la mejilla izquierda.
Inmediatamente se acordó de cuando se afeitó a la mañana.
Estaba transcurriendo el mes de agosto, de un invierno crudo que parecía tendía a ser más agradable, se levantó de su lugar, se introdujo en el baño, buscó el espejo y de nuevo advirtió un nuevo brote en su mejilla. Se acordó que en su escritorio guardaba un apósito, lo fue a buscar y lo colocó sobre la nueva gema.
En ese momento entra un compañero que al verlo le pregunta:
-¿Qué te pasó?
-Nada, me volvió a sangrar, respondió.
Intuyó que debía actuar rápido, por lo pronto recordó que todavía le quedaban quince días hábiles de las vacaciones del año anterior. Por lo que tomó la decisión de hablar con su jefe.
Mintió que su hermana le acababa de avisar que venía con su sobrina de Mendoza y necesitaría tomarse esos días.
El jefe, le dice: – Pero Federico, justo ahora, con todo este lío, pero bueno, lo cubriré con González. Ahora que le veo la cara, ¿qué le pasó?

– Nada, un corte hoy al afeitarme que otra vez me volvió a sangrar-
-Todavía usa las maquinitas, pero Federico, qué antigüedad, debe comprarse una eléctrica.
Sabe que necesita esos días para determinar qué hacer, observar la evolución, consultar a un médico.

Llega a su casa con el propósito de actuar rápidamente y de inmediato llama a su primo Javier, médico fisiólogo. Si bien no tenían un contacto permanente, de chicos compartieron horas y días juntos y algún veraneo en las vacaciones con los tíos, manteniendo siempre una estrecha relación y un recíproco cariño.
Luego de un afectuoso saludo fue rápidamente a la cuestión:
-¿Te parece Javier que un organismo animal puede mutar a vegetal?
-Qué preguntita Fede, ¿estás leyendo ciencia ficción?
-Sí, más o menos pero me surgieron dudas sobre esa posibilidad y las chances que habría de revertir la situación, en caso de que realmente sucediera.
-Parece que te querés adelantar al final.
-Sí, vos conocés lo ansioso que soy por adelantar los finales.
-Bueno, yo ensayaría por fortalecer todo el sistema inmunológico para que ningún agente externo o interno pueda provocar cambio alguno en lo funcional, aunque tanto la fisiología, como la homeostasis que es el proceso que restablece el equilibrio interno de las células, guardan diferencias insalvables entre lo animal y lo vegetal.
-¿Me querés decir que es imposible entonces?
-Como te dije al principio, sólo puede darse en la ciencia ficción, no hay posibilidad alguna desde la fisiología, yendo de lo sensorial a lo nutricional, definitivamente no, es imposible.
-Lo que pasa es que viendo los avances que se dieron en la genética, se me ocurrió pensar que quizás hubiera una posibilidad, pero de acuerdo a lo que me decís sólo tiene cabida en la fantasiosa mente de un escritor.
-Así es, no te rompas el coco, pero eso sí, después contame como se resuelve en la novela.
Continuaron hablando de la familia, de la cotidianidad de cada uno, de cómo las contingencias políticas y económicas los afectaban y terminaron con un cálido hasta pronto.
Estaba bien y aunque no tenía mucha hambre si sentía una continua necesidad de agua.
Decidió ir a la cama para poder pensar con mayor tranquilidad los pasos a seguir, sacó de la biblioteca un tomo de botánica de una enciclopedia y una vez acomodado en el lecho empezó la consulta revisando el índice para buscar lo que le parecía de mayor interés.
Se encontraba solo, con una preocupación que debiera ser acuciante y sin embargo una gran tranquilidad que rozaba con el bienestar, sentía que tomaba todo su cuerpo.
Dejó el libro a un costado y se dejó llevar por su pensamiento a tiempos pasados, desde la infancia y la adolescencia, de frustraciones y errores que en otro momento lo perturbaban y que ahora los podía recorrer con tranquilidad.
Muchas noches, al acostarse le venían a la mente actitudes que alguna vez había tenido y de las cuales no se sentía orgulloso, por el contrario, lo avergonzaban. Incluso, algunas fueron pensamientos no concretados como las ganas de llevar a cabo un acto criminal, pero que había sido tan fuerte el deseo que, aunque no realizado, había pasado a ocupar un lugar entre los demonios que habitaban en su ser.
Aunque había tenido varias parejas, todas por empeñosas infidelidades, eran frustraciones que ahora lo conflictuaban, no por no haber podido conformar dúo estable, ésta no era su preocupación, sino la de sus actitudes en cada oportunidad. El haber enmascarado sus miserias, mostrando siempre una cara correcta que no desentonara en el seno de la sociedad, contaminaba su pensamiento y le provocaba un sentimiento de culpa del que no podía despojarse.
Sin embargo en ese momento, recostado en la cama mientras sonaba en el equipo de música, “Silencio” de Beethoven, apreciaba un estado de placer que nunca había experimentado. Se tocó la cara y advirtió que nuevas protuberancias estaban asomando, todo sucedía más rápido de lo que podía imaginar.
Ese estado, que cada vez era más agradable. Todavía podía manejarse bien, así que llenó un bidón con agua y lo acercó a la cama.
Se asumía como un solitario, como alguien que desentonaba en la sociedad, y ante la que siempre se doblegaba por no saber cómo enfrentarla.
Tantas veces pasó por su mente la idea del suicidio, que se sumó a una de las tantas culpas que lo perseguían.
Ahora era distinto, podía mirar a esos endemoniados fantasmas con tranquilidad, los observaba a todos juntos como inmersos en una pecera, furiosos y atacándose entre ellos, pero sin poder perturbarlo.
Así continuaron uno a uno los días de la semana, los retoños se multiplicaban y el deleite aumentaba mientras por la mente desfilaban sus dudas, indefiniciones y traiciones al paradigma que alguna vez había pensado daría fundamento a su vida.
Se sucedían las horas y jornadas en un estado de ensoñación que le dificultaba saber si estaba dormido o despierto pero que lo embriagaba de felicidad, pues las imágenes y hechos de su vida que aparecían cual imágenes televisivas, fueran dolorosos, insensatos o ufanos, los sentía ajenos a su persona.
Transcurrido ese estado indefinible de sensaciones se sumió en un sueño profundo por más de veinticuatro horas.
Al despertar, se dirigió al baño y buscó el espejo, la vista le devolvía imágenes que iban perdiendo nitidez.
Lo hermoso y lo feo, la amistad y la traición, lo sublime y lo vulgar, el amor y el odio, la claridad y la penumbra, la memoria y el olvido ya no formaban parte de su ser, el pensamiento iba siendo despojado de su esencia para perderse en la nada.
Eligió vestirse con ropas holgadas. Se puso un gorro y una bufanda que le cubrían las ramas y las hojas más visibles. Bajó a la calle y quedó inmóvil.
Fue en ese momento que, compasiva, lo envolvió la brisa.