El régimen instaurado luego del derrocamiento de Perón, en setiembre de 1955, buscará liquidar mediante la represión todas las conquistas logradas por la clase trabajadora en el período anterior y provocará el surgimiento de un movimiento de oposición. El mismo combinará la acción de comandos de militantes y militares peronistas con la acción de la clase trabajadora. Este movimiento pasara a la historia como la Resistencia Peronista.
Un protagonista de la Resistencia, Juan Carlos Brid, brindaba un retrato de los comandos peronistas: “No teníamos armas, no podíamos hablar, ni votar, ni hacer nada […] no teníamos libertad de prensa alguna. Todo lo que teníamos era el decreto 4161 el cual decía que aún si mencionábamos a Perón podíamos ir a la cárcel. No podíamos siquiera tener una foto de Perón en nuestras casas. Entonces recurrimos a los ’caños’”.
Ya el 17 de octubre de 1955 una huelga general semi-espontánea va a marcar la disposición a la lucha de los trabajadores. Según el periódico La Verdad, que era editado por la Federación Bonaerense del Partido Socialista de la Revolución Nacional, ese 17 de octubre paró cerca de un 70 por ciento de la clase obrera de la industria contra la dictadura.
En el otoño de 1956 Perón instruirá a sus seguidores a llevar a cabo acciones de resistencia bajo la premisa de golpear donde se pueda y como se pueda para obligar al nuevo régimen a negociar. Por su parte Aramburu y Rojas darán impulso al Plan Prebisch en beneficio del capital terrateniente y el capital extranjero.
En este marco se produce el levantamiento de Valle y Tanco, que es concebido como un “putch” (sin participación de las masas) para provocar una reacción de los militares favorable a Perón.
Los sublevados planeaban controlar Campo de Mayo, el Regimiento II de Palermo, la Escuela de Mecánica del Ejército y el Regimiento 7 de La Plata. Según el plan los grupos de sublevados debían lanzarse a la acción a las 23 horas del 9 de junio, durante las transmisiones de las peleas de box en la noche del sábado en el Luna Park. Un comando encargado de interferir la señal de radio lanzaría la proclama revolucionaria señalando el momento de lanzarse a la acción.
Sin embargo, el comando encargado de interferir las transmisiones de radio encabezado por el coronel José Irigoyen, será detenido por tropas del Gobierno sin lograr cumplir su objetivo.
La proclama de los militares sublevados planteará que: “No nos guía otro propósito que el de restablecer la soberanía popular, esencia de nuestras instituciones democráticas, y arrancar a la Nación del caos y la anarquía a que ha sido llevada por una minoría despótica encaramada y sostenida por el terror y la violencia en el poder”.
La rebelión contaba con el apoyo de comandos civiles peronistas, entre ellos un grupo que debía operar en Florida, en la calle Hipólito Yrigoyen 4519, donde se reunieron a la espera de la proclama revolucionaria Juan Torres, Carlos Lizaso, Nicolás Carranza, Francisco Garibotti, Vicente Rodríguez, Mario Brión, Horacio Di Chiano, Norberto Gavino, Rogelio Díaz y Juan Carlos Livraga, quien no pertenecía al comando y solo había ido a escuchar la pelea.
A las 23:30 irrumpió en la casa la Policía en búsqueda del general Tanco. Al frente del allanamiento se encontraban el teniente coronel Desiderio Fernández Suárez, flanqueado por el inspector Rodolfo Rodríguez Moreno y el subjefe inspector Cuello. En la confusión Torres es el único que logra escapar, mientras que el resto es detenidos. Junto a ellos será detenido Miguel Ángel Giunta, que se encontraba en la casa vecina.
Los diez detenidos son trasladados a la Unidad Regional San Martín, donde se sumaran otros dos detenidos, Julio Troxler y Reinaldo Benavidez quien fue capturado posteriormente en la casa de Hipólito Yrigoyen. Durante la detención se dictara la ley marcial. La misma fue establecida por un decreto firmado por Aramburu, Rojas, los ministros de Ejército, Arturo Ossorio Arana; de Marina, Teodoro Hartung; de Aeronáutica, Julio César Krause y de Justicia, Laureano Landaburu. Sobre la base de este decreto se ordena el fusilamiento de los protagonistas del frustrado levantamiento.
Valle y sus seguidores fueron asesinados por orden directa de Aramburu e Isaac Rojas. A ellos Valle les escribió: “Con fusilarme a mí bastaba. Pero no, han querido ustedes escarmentar al pueblo”.
Américo Ghioldi, figura del Partido Socialista, declarará exultante: “Se acabo la leche de la clemencia”. El hombre que décadas más tarde sería Embajador en Portugal de la dictadura genocida justificaba así los crímenes de la dictadura de la Libertadora.
El 10 de junio, entre las 2 y las 4 de la madrugada, son fusilados un grupo de sublevados detenidos en Lanús. También serán ejecutados el Tte. Coronel José Albino Yrigoyen, Capitán Jorge Miguel Costales, Dante Hipólito Lugo, Norberto Ross, Clemente Braulio Ross y Osvaldo Alberto Albedro, quienes eran los integrantes del comando detenidos en la Escuela Industrial de Avellaneda, a cargo de transmitir la proclama revolucionaria.
Poco más tarde, los hombres que habían sido capturados en Florida serán trasladados a los basurales de José León Súarez, por la Policía Bonaerense, a cargo del teniente coronel Desiderio Fernández Súarez y por mano del comisario Rodolfo Rodríguez Moreno. Los detenidos fueron conducidos hacia un basural bajo la vigilancia de los faros de los móviles policiales.
Allí Gavino saldrá corriendo y Carranza pide por sus hijos segundos antes de que lo maten. Los detenidos intentan huir mientras los policías disparan. Díaz logra escabullirse del camión sin que lo vean y desaparecer. Livraga, Di Chiano y Giunta se tiran al piso y se hacen los muertos. Garibotti es alcanzado por los disparos y cae muerto. Giunta aprovecha para salir corriendo y logra escapar. Troxler, Benavídez y Lizaso luchan con sus puños contra los policías logrando huir, pero Lizaso es reducido y fusilado. De los doce detenidos, siete sobreviven a la masacre: Reinaldo Benavidez, Rogelio Díaz, Horacio Di Chiano, Norberto Gavino, Miguel Ángel Giunta, Juan Carlos Livraga y Julio Troxler.
La clase obrera bautizará a la dictadura de la Revolución Libertadora como la Revolución Fusiladora y, lejos de amedrentarse, la combatirá con todas las energías disponibles, incluso contra la voluntad de Perón y los dirigentes políticos y sindicales del peronismo que intentaron siempre limitarla.