“Realmente, espero el juicio muy ansiosa, contando los días. Preparándome mentalmente, sabiendo que va a ser muy doloroso, pero con la esperanza que todo salga la luz: que los policías estuvieron en tiempo y forma ese 2 de marzo mirando, escuchando todo y no queriendo hacer nada, e imposibilitando la ayuda”, dice a La tinta Mariana Noguera, la mujer de Fernando Latorre.
Lo que relata Mariana se encuentra detallado de manera precisa en la causa judicial: entre las 18 y 19 horas de ese 2 de marzo, los entonces policías que se encontraban en la comisaría primera observaron cómo un pequeño principio de incendio se convirtieron en el arma letal utilizada para que siete chicos murieran asfixiados en la celda 1. Recién a los cuarenta minutos de iniciarse el fuego debido a pedazos de colchones que prendieron los pibes como forma de reclamo para que no los engomaran, los uniformados llamaron a los bomberos voluntarios. Cuando los bomberos llegaron, estuvieron otros veinte minutos rogándole a los policías que abrieran la reja que comunicaba con el sector de calabozos. Los uniformados, por supuesto, se negaron a abrir un simple candado.
“Que realmente paguen por semejante aberración y desprecio por la vida que tuvieron con los chicos”, sintetiza Mariana.
Daiana Brunel, hermana mayor de Federico Perrota, comenta a este portal de noticias que al juicio lo espera con “ansias y nervios”, y que sus “expectativas son altas, por eso espero la condena máxima. Esto no es en forma de venganza ni mucho menos, simplemente que sean condenados como cualquier otra persona por estas siete muertes”.
Mariana coincide con Daiana en que los ex policías deben recibir una condena ejemplar. “Mi expectativa es que realmente se pueda conocer lo que pasó, que se pueda ver que los policías pudieron hacer algo, pero no quisieron salvarlos –afirma-. Deseo que obtengan una condena ejemplar, aunque al dolor de la pérdida del ser amado lo llevamos de por vida. Ese dolor no nos los quita nadie, pero confío que se va hacer justicia, sino sería una vergüenza nacional”.
En estos más de dos años de ocurrida la masacre, las familias de los siete pibes transitaron caminos de profunda tristeza, pero también de aprendizajes colectivos. En una ciudad como Pergamino, rica para unos pocos y conservadora para casi todos, la lucha de los familiares todavía no es comprendida en su cabalidad. Pese a desplantes, palos en las ruedas, esfuerzos que llevan al agotamiento, los familiares saben que su presencia en las calles, en los pasillos del juzgado o en una escuela relatando sus vivencias, son fundamentales para que se conozca lo que sucedió.
“Este tiempo de lucha lo veo más que bien – asegura Daiana-. Si hoy por hoy estamos entrando al juicio es gracia a la presión que ejercimos los familiares y todos los acompañantes, en especial Alejandro Cabrera Britos, que jamás nos abandonó. Gracias a ellos los familiares convertimos el dolor en lucha”. Alejandro era un músico callejero y defensor de los derechos humanos, que falleció en un accidente automovilístico el jueves 23 de mayo.
Mariana cuenta que en este tiempo aprendió a admirar a los familiares de los siete pibes y a los vecinos y las vecinas que acompañan sus demandas. También se asombra al reconocer “la fuerza que uno tiene como ser humano para pelear por lo que más ama. Creo que el amor mezclado con el dolor y la bronca de tanta injusticia, nos lleva a salir a las calles para reclamar ser escuchados”. Mariana tampoco se olvida de alguien que siempre estuvo al lado de las familias: “Uno de los que se puso la camiseta y fue y será nuestro gran acompañante es Alejandro Cabrera Britos. Él nos enseñó a que somos personas únicas e invaluables, como eran nuestros chicos, y que nadie podía decidir y abusar de la vida de otras personas, que tenemos derecho a no callar, a ser escuchado. Esas son las cosas que aprendimos de Ale, que fue un pilar, un guía, que realmente nos ayudó y acompañó en este reclamo, y que unidos venceremos a aquellos que se creen más porque portan la chapa policial”.
Al referirse al impacto de la masacre y la posterior lucha de los familiares en la ciudad, Daiana señala que “con el correr del tiempo, desde lo sucedido hasta hoy, hay mucha gente que cambio su opinión gracias a las marchas y demás movimientos. Hay mucha otra que no, que sigue sosteniendo su postura del primer momento”.
Mariana recuerda los golpes que tuvieron que sufrir los familiares después de la masacre, que incluyeron burlas, la circulación de las fotos de los chicos muertos, acusaciones falsas, “pasando por alto el dolor de todos nosotros”. Pero con el paso del tiempo, según Mariana, “hasta los medios de comunicación cambiaron las palabras, ya que muchos entendieron gracias a la lucha que fue una masacre”. Para Mariana, quienes en la ciudad sostienen las mismas posturas que cuando ocurrió la masacre son “los condenadores, que se creen que están exentos de todo, se creen humanos perfectos condenando a los chicos y olvidándose que tienen hijos, sobrinos, primos. “Pero me quedo con esa parte que nos escuchó, que se sensibiliza y tiene corazón. Si para comprender nuestro pedido y nuestra lucha, alguien cambió y abrió su mente me reconforta, porque entendió bastante de la vida y de todas las injusticias que trae este mundo”, sintetiza.
Por las calles de Pergamino, los recuerdos de los pibes todavía están latentes, frescos, y por momentos sus familiares los ven llegar, entrar a sus casas, sonreír, dar esos abrazos cargados de afectos. “Los recuerdos más fuertes que tengo de Fede son cuando escuchaba algún tema que le gustaba y me sacaba a bailar – rememora Daiana, cuando tocaba la guitarra y cantaba. También tengo recuerdos de nuestra infancia, cuando jugábamos con los chicos del barrio a la mancha, a la escondida o cazábamos cuises. Pero el recuerdo más fuerte y preciado que tengo es de la última vez que lo vi: me abrazó tan fuerte que todavía siento sus brazos rodeando mi cuerpo. Y me dijo: ‘Te amo, flaca, a pesar de nuestras diferencias. Cuidá a Benu y a Pia (los hijos de Federico), cuidalos a todos”.
En el caso de Mariana, esos recuerdos revolotean alrededor de Francesca, la hija que tuvo con Fernando. “El mayor regalo y recuerdo es nuestra única hija, que no solo físicamente es parecida, sino que como si fuera un regalo tiene modos y gestos de Fernando”, dice Mariana. Para ella, Fernando “fue y es el amor de mi vida. Vive en mi mente y corazón, nunca voy a dejar de extrañarlo. Él me ayudaba en todo y siempre estaba cuando lo necesitaba”. Como último recuerdo, Mariana se estremece cuando cuenta: “Lo que más llevo grabado es el día en que salí del quirófano cuando nació Francesca. Él me estaba esperando, le pidió al enfermero estar a solas un ratito y me dio tantos besos, caricias, tantas palabras que salían de su corazón, con lágrimas de agradecimiento y felicidad. Ese recuerdo lo llevó muy profundo, grabado en el alma y en el corazón eternamente”.