Rubén Suárez fue condenado a muerte

Adriana Revol

El certificado que otorgan los médicos del servicio penitenciario de la cárcel de Bouwer, dice que Héctor Rubén Suarez, de sesenta y cinco años, murió de un paro cardiorespiratorio, como para despejar cualquier duda que pueda caer sobre el abandono de personas que a menudo realiza el estado. Lo que los galenos no dicen es que Rubén ya tenía varios problemas de salud, y no estaba recibiendo la atención necesaria. Había sufrido un pre infarto en mayo de este año. Tenía un tumor del tamaño de una naranja en los riñones, al cual los médicos habían asegurado que solo era un quiste. Suárez también padecía de Párkinson. Esta persona estuvo presa veinticinco años y tres meses, y estaba alojada en el pabellón de atenuados, donde encierran a los presos en una de las últimas fases antes de recuperar la libertad.

Pero este pabellón no significa para nada que ellos estén mejor, al contrario. Este espacio antes era un pabellón de máxima seguridad, y está rodeado de altos muros, lo que impide que circule el aire, y si tenemos en cuenta que tienen prohibido el uso de ventiladores, las altas temperaturas se vuelven riesgosas. Esto sumado a la falta de agua que sufren los reclusos de Bouwer, puede volver este lugar en un infierno.

El único cambio que ha tenido este espacio, es que ahora les dejan las puertas de las celdas abiertas, los prisioneros que estaban allí antes estaban encerrados en las celdas más de veintitrés horas al día.
Rubén ya estaba en una fase como para ser trasladado a una cárcel con régimen semiabierto como la de Monte Cristo (beneficio del que gozan varios genocidas, algunos de ellos con procesos nuevos por otras causas).

Rubén Suarez, la Chuña, fue condenado a muerte
Lo que no logramos entender, y que nadie sabe explicar, es porque los papeles de él ya estaban en esta cárcel de pre egreso, y a él no lo había trasladado. Esto no es desidia, es la política del estado para los desechados.
Médicos y otros miembros del estado, tratan de justificar estas muertes, y muchas veces de naturalizarlas, como la muerte de José Alberto De La Vega en mayo, porque tenía cáncer, o de Marcelo Vargas, porque tenía diabetes, o de Eduardo Aguirre porque sufría del corazón.

Nos deberíamos preguntar si todas estas muertes en los lugares de encierro no forman parte de un plan de exterminio, de alguna operación limpieza, una manera de descartar pobres, como sucede en las calles con el gatillo fácil. Las personas privadas de su libertad, están en las manos del estado, que es quien debe velar por su integridad, sin embargo parece que son los que están más a mano para ser eliminados.