Si los presos sociales de hoy son los nietos cuyos abuelos y padres fueron excluidos y devastados por los genocidas y el neoliberalismo, ¿por qué son tan pocos los que marchan por sus derechos?

Si los presos sociales de hoy son los nietos  cuyos abuelos y padres fueron excluidos  y devastados por los genocidas y el neoliberalismo, ¿por qué son tan pocos los que marchan por sus derechos?Si los presos sociales de hoy son los nietos cuyos abuelos y padres fueron excluidos y devastados por los genocidas y el neoliberalismo, ¿por qué son tan pocos los que marchan por sus derechos?

APL) Las marchas multitudinarias contra la impunidad de los genocidas de la dictadura cívico-militar fueron contundentes en todo el país. No es el objetivo de estas líneas dar cuenta de las diferencias y oportunismos. Sí lo es visibilizar cómo percibe la realidad escindida de la historia que la parió, una parte significativa del pueblo. Es decir, si el abuelo fue expulsado del circuito productivo y se hizo alcohólico; sí el padre no vio trabajar a su progenitor y se aferró a la cocaína que el menemismo masificó en los ’90, ¿es tan inaudito que el nieto consuma «paco» y, víctima del desamparo y la marginación, acuda a conductas desesperadas? Resulta evidente que este tipo de «delincuente» fue una construcción social que inició la tiranía y se profundizó en la constitucionalidad. Entonces, ¿por qué no sentimos indignación cuando quieren agravar las condiciones de su vida en las cárceles de mala muerte, aprobando leyes draconianas, donde un ser humano sucumbirá o saldrá con resentimiento programado a garroterapia y humillación? El dos por uno con que el poder quiso beneficiar a los genocidas es la otra cara de la reforma de la Ley de Ejecución Penal 24660 que pretende «sepultar» a los pobres tras los muros: Lástima grande que tantos políticos se hagan los distraídos. Aunque como suele pasar, la historia puede cobrar caro el oportunismo de quienes a sabiendas provoquen tanto dolor al pueblo. Qué así sea.