Y no encuentro analogía mejor que la del apartheid. Consiste en un sistema político y social desarrollado en la República de Sudáfrica y otros estados sudafricanos, basado en la segregación o separación de la población por motivos raciales o étnicos y en el trato discriminatorio hacia la población negra. El apartheid fue el sistema de segregación racial en Sudáfrica y Namibia, entonces parte de Sudáfrica, en vigor hasta 1992. Fue llamado así porque significa “separación” en afrikáans, (lengua germánica derivada del neerlandés hablada principalmente en Sudáfrica y Namibia).
El crimen de apartheid es definido por el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional de 2002 como actos inhumanos de carácter similar a otros crímenes de lesa humanidad “cometidos en el contexto de un régimen institucionalizado de opresión y dominación sistemáticas de un grupo racial sobre cualquier otro grupo o grupos raciales y realizados con la intención de mantener ese régimen”. Es una analogía tan potente que me atrevo a decir que es una identidad. Separación, pero no cualquier separación. Es una separación tajante, donde no hay pasaje ni tránsito, sino corte y hiato. Traducción al español argentináns: la grieta.
Lo que encubre esta popular designación, es quiénes están de un lado de la grieta y quienes están del otro lado. Sin poder, sin querer y sin saber cruzarla. O sea: no es tan importante la grieta, sino quiénes y cuántos quedaron agrietados, apretados, desamparados, acorralados, desesperados y humillados desde uno de los lados. Los agrietados perdedores y los agrietados ganadores. “Nos va la vida en ello”, como canta Silvio. Nos va la vida en entender este mecanismo.
En la Argentina de hoy, por razones que alguna vez podremos pensar en un análisis colectivo de nuestra implicación, se ha organizado un apartheid que gracias a costosas operaciones de marketing y branding, insiste en su nombre comercial de “democracia”. Como tal, el apartheid siempre tuvo mala prensa. Lo que no significa que no fuera sostenido por aquellos que lo criticaban.
La pobreza, la miseria, el desamparo, también son negocios. Cientos de miles de pobres financian a un rico. Podemos llamarlo apropiación de plusvalía, pero también estafa a escala social. El cuento del tío (y de la tía) que nos dijo que el ahorro era la base de la fortuna. No aclaró que de la fortuna ajena y de la miseria propia. Algunos llaman a esto devaluación serial.
Si hay grieta hay apartheid. Una minoría blanca que somete brutal y cruelmente a una mayoría negra. Blanco y negro no son colores: son identidades políticas. No es el blanco: es lo blanco. O sea: lo legal que encubre e indulta lo legítimo. No es el negro: es lo negro. O sea: la legitimidad que no encuentra forma legal. Lo blanco es una raza, no en un sentido restringido biologizante.
Según la Real Academia Española, en primera acepción raza es “Casta o calidad del origen o linaje”. Y en segunda “cada uno de los grupos en que se subdividen algunas especies biológicas y cuyos caracteres diferenciales se perpetúan por herencia”. Haciendo uso sin abuso de licencias poéticas y políticas, la raza tiene que ver con el origen y la calidad del linaje. O sea: la crème de la crème. La aristocracia terrateniente cuya legitimidad fue el exterminio, la masacre, de los originarios. Leer a Aristóbulo del Valle, sin ir más cerca. Si sustituimos “especies biológicas” por “especies sociológicas”, los caracteres diferenciales se perpetúan por herencia. Económica, patrimonial, política y social. Bulrich Pueyrredón. Peña Brown. Siguen las firmas.
Lo blanco, minoritario, somete hasta el extremo límite del asesinato cotidiano, a lo negro mayoritario. Cualquier intento de saltar la grieta, es capturado por la legalidad de la seguridad interior, el anti terrorismo, las razones de estado.
La república perdida pierde a sus propios ciudadanos. Los verdugos de antes asesinaban con el rostro cubierto. Hoy, más institucionalizados, los verdugos van a cara descubierta. Lo blanco exhibe cinismo y obscenidad como si fueran virtudes teologales. Y lo son para sostenerse en el área de confort de la zona derecha de la grieta. Por eso la derecha sabe odiar y ha sabido construir el tabú del odio.
De esa forma del lado izquierdo de la grieta incluso ven con simpatía, resignación, indiferencia o todo eso junto, a los ladrones y asesinos con sus off shore y sus in shore.
Los aristócratas, civiles, clericales, militares, sindicales, deportivos, mediáticos, artísticos, faranduleros, inventan la raza de los meritócratas. Perritos falderos de los jeques del capitalismo. Reciben las sobras más codiciadas del banquete, la cuota Hilton que premia su obsecuencia.
La república perdida se ha encontrado en un apartheid democrático. Es paradojal, pero es. ¿Acaso no estamos pensando y delirando con las elecciones del 2019? Del lado izquierdo de la grieta, pensamos y luchamos por la unidad. Pero también lo blanco se filtra y no son pocos los que están pensando las diferentes formas de hegemonizar esa unidad que también está perdida.
Lo negro exige unidad fundante, o sea, unión. Luchar por un nuevo texto constitucional, que tome lo mejor de la reforma del año 1949, sepultada incluso por quienes la redactaron. Interpelar al Estado, custodio de toda la blancura posible. Y del lado izquierdo de la grieta, construir poder popular sin dejarse capturar por ninguna máquina electoral de las partidocracias mayoritarias.
Esta democracia ha consagrado el crimen de la paz(2). Y pensarnos como Sudargentina, es vernos en el espejo de Sudáfrica. No merecemos otro reflejo por el momento. Y cuando la imagen que nos devuelve el espejo nos desagrada, no hay nada peor que romper el espejo.
*1*Una de las marcas del delirio es crear sus propias palabras. Jerganofasia recibe esa habilidad desde la óptica de la psiquiatría. Neologismo sea quizá una denominación más piadosa (Alfredo Grande, Ternurando, Pelota de Trapo, 29 de diciembre de 2015).
2“El crimen de la paz” es el segundo libro publicado por Alfredo Grande en Pelota de Trapo, en el año 2013.