Pasillo de Tribunales. 11:30 horas, día feo, calle apretada de coches y gente que va y que viene, quien sabe a dónde, quien sabe por qué – a quien le importa, ¿no? -. Por la elevada puerta de entrada, al fondo se ve el transito rabioso, y pasando el breve pasillo una mujer mediana que avanza, enredada en papeles y pensamientos raros. Al cruce le sale un hombre pequeño, apenas canoso.
-¡Doctora!, exclama el tipejo.
-¡Doctor!, exclama la mujer poniendo su mejilla.
-¿Sabe lo que paso?, doctora.
-No. ¿Qué sucedió?
-Lo mataron a “Ratita”, en la Unidad Penal 6. ¡Lo ahorcaron!, contó el hombre excitado.
-No me diga. Pero que calamidad. ¿Y quién lo hizo?
-Según el servicio penitenciario, fue un problema entre presos.
-Ah! Si seguro… son unos bárbaros, salvajes, susurró, por lo bajo la mujer con vos de desprecio.
-Lo curioso es que “Ratita” era procesado, y los atacantes condenados, comentó el hombre, preocupado.
-¿Y…? es una cárcel no. Suceden esas cosas lamentables, concluyo ella.
-Sí, eso no cabe duda Doctora. Lo raro es que esta gente no puede estar junta. Digo los procesados y los condenados. Porque “Ratita” apenas era un procesado; los otros muchachos están a cargo de su juzgado de ejecución.
-¡Ah..! No sabía le juro. Y como acabaron juntados, si las normas dicen que eso no puede suceder. (Condenado y Procesados no se pueden juntar).
-Es algo que el servicio penitenciario no ha sabido responder. Según ellos se les hace imposible controlar, que en algún momento se les junten, al tener una misma unidad para procesados y condenados.
-Pero que cosa más horrorosa Doctor. ¿Y qué vamos a hacer con esto?, pregunto ella en claro semblante de acorralada.
-Olvídese, aseguro él. Los muchachos del servicio ya acomodaron todo; si hasta en los diarios salió que ya tienen identificados a los asesinos. Por suerte, La nuestra claro; nadie se dio por enterado de que uno de los internos era apenas una tentativa de ladronzuelo procesado y, que los otros eran condenados. Sino si estaríamos en aprietos doctora.
-Menos mal que la gente, apenas entiende de esto y, que no les importa que muera un delincuente, aseguró ella y, siguió: Yo creo que le hizo un favor a la sociedad al morir, a su familia, a nosotros y a él mismo, el pobre diablo.
Ahí! Doctora, ¿usted cree que es tan así?, indagó horrorizado el tipo.
-Mire doctor, esta gente no tuvo, no tiene, ni tendrán por qué vivir. Son dañinos, despreciables de los demás, asesinos y ladrones de las vidas ajenas, sentencio la ella.
-¿De quién habla? de ellos o de nosotros, satirizó el tipo, dibujando una breve mueca.
-De ellos, claro. Nosotros si tenemos porque vivir, devolvió el comentario ella, esbozando una imperceptible sonrisa.
-Ah..! Antes que me olvide, y sin salir del tema, vio que tenía razón, comentó él, en un tono de vos triunfalista: ¿Se acuerda de “Tullama”? Lo mataron en calabozos. Al parecer como le predije – recuerda -. Cuando usted decidió enviar al hombre a ese lugar donde se hallaba alojado su contrincante; solo era cuestión de tiempo para que esto ocurriera, comento el doctor y, entró en detalles. Lo apuñaló con el palo de una escoba, mientras dormía. Fue en el cuello, y varias veces. Cuando lo sacaron al otro de encima del cuerpo sin vida de “Tullama”, estaba aún cubierto de sangre. (Se le había sentado en el vientre, y estaba cenando pollo, como si nada hubiese ocurrido). La verdad, todo muy enfermo y patético.
-Sí. Me entere… y bueno me equivoque. No soy perfecta, concluyo en un tono apático.
-Se equivoco y perdió Jueza, reclamo él, hablándole al oído.
Bueno…bueno. Señor Ministro, yo pago mis apuestas. ¿Café?
Y las medialunas…y, las medialunas, reclamo el doctor.
Así, salieron del Tribunal, hacia la calle y doblaron a la derecha. Ganadores y vencidos.