Las cadenas, las mazmorras, los esbirros que robaban a los siervos para rendir tributos al rey, toda la evidencia sensible de la dominación engendra terror. Pero también es tierra fértil para los enfrentamientos, las rebeliones, y en ocasiones, las revoluciones. Cuanto menos sepa el sujeto de su condición de sometido, mejor. Y si además considera que goza de la más amplia libertad, mejor todavía.
Una jaula cómoda, con lo indispensable, es garantía de que la dominación y el sometimiento no solamente será tolerada, sino incluso agradecida. Algunos llaman a esto estado de bienestar. Los ricos se la llevan con pala y los pobres la juntan con cucharita. Jaula más, jaula menos, igualito que en Santiago. La mejor jaula construida por la cultura represora, la que ofrece mayor confortabilidad a los sometidos, a los explotados, a los pobres de espíritu y a los pobres de cuerpo, es la jaula democrática. Los presos tienen salidas por los patios de la cárcel, alguna que otra visita higiénica, pueden ir de compras, pueden elegir distintos modelos de jaulas para el turismo, y tantos beneficios que solo el respeto a las leyes puede conseguir.
O sea: el arte de construir cárceles y jaulas de las que nadie quiera salir, incluso a las que muchos y muchas quieren entrar. Los excluidos, los marginales, los desafiliados, ven esas jaulas como oasis para las hambrunas que los martirizan. Pero incluso en esas jaulas, no quedan lugares libres. Hay que fabricar más cárceles, sean con barrotes o con tarjetas de crédito.
El sistema carcelario democrático funciona con zonas desérticas donde las necesidades, especialmente las básicas, nunca están satisfechas, y zonas de súper abundancia, donde el endeudamiento eterno es el catecismo hegemónico. Desconocen los enjaulados que hace décadas han dejado de ser ciudadanos.
El documento nacional les otorga la identidad de contribuyente. O sea: de los socios tontos de la mega empresa. El llamado cruce de datos es un panóptico informático por el cual nada de lo que los enjaulados realicen, queda sin registro. El que sabe sabe, y si sabe domina. Las cámaras de seguridad nunca registrarán los acuerdos canalla de los funcionarios.
Robos en una escala que convierte a los robos en la vía pública, en una especie de ring raje. El dominio extranjero interior legitima al dominio extranjero exterior. Lo hace invisible. Lo naturaliza. Lo banaliza. Cuando un gobierno tiene dificultades en mantener ese dominio extranjero interior, debe recurrir a los mecanismos del dominio exterior. Continúa a dios rogando, pero empieza con el mazo dando. Y eso se sabe cuándo empieza, pero no como termina. Puede terminar en una masacre, pero también en una rebelión, en una insurrección, en una revolución. Por eso el dominio extranjero interior debe ser mantenido, a toda costa publicitaria.
Cambiemos. O sea: cambiemos el formato del dominio extranjero interior. Vino viejo, pero en odres nuevos. Los formatos tienen fecha de vencimiento. A la democracia también hay que plotearla de vez en cuando. Diría: todas las veces que sea necesario. Y el gran mega shopping, el gran evento donde el dominio extranjero interior se fortifica, se hace inmune, y roza el horizonte de la divinidad, son las elecciones. El voto secreto, universal y obligatorio. Sobre todo obligatorio. Los enjaulados tienen la obligación de votar. De esa forma el alucinatorio social y político les dará patente de hombres libres.
La libertad de seguir eligiendo la jaula por nuevos períodos, pero algo es algo. Dejaron de azotarlo y piensa que lo están acariciando. Por eso la alucinación del voto representación, del voto delegación, del voto mandato, del voto como legitimación de las vidas enjauladas, debe ser destruido. Primero en su condición primera: la obligatoriedad. Construye alucinatorias mayorías. Y desde esas alucinatorias mayorías se legitima todo tipo de canallada. Por más que votemos, una violación nunca será un acto del amor. Y se votan violaciones, se votan abusos, se votan todo tipo de acoso. Algunos llaman a esto tarifazos. Y al votar, el dominio extranjero exterior se diluye y se solidifica el dominio extranjero interior.
No votar es un derecho. No digo votar en blanco, votar en negro, impugnar el voto. Digo no votar. Yo tengo el derecho de no votar, porque no me interesa ninguna jaula, y mucho menos si ofrecen cierto confort. La lucha contra el dominio extranjero exterior e interior debe empezar interpelando, cuestionando, enfrentado, el mandato de votar. Ha sido capturado por la cultura represora y sólo se vota para sostener el disfraz democrático de los brutales sistemas de dominación.
¿Quién vota la devaluación de nuestro y ajeno peso? ¿Quién vota el asesinato de jóvenes, la cesantía de trabajadores, el desmantelamiento de organismos necesarios? ¿Quién vota a jueces, comisarios, capellanes? Se vota para sostener la alucinación y el delirio democrático. Los objetores de conciencia planteaban: cuando llamen a la guerra simplemente no asistan.
Me constituyo en objetor de conciencia y digo: cuando llamen a votar, no asistan. No ayudemos más a que los verdugos parezcan ositos panda. Si mantenemos en voto castrado, podremos mejoran un poco las jaulas, pero seguiremos siempre, siempre, siempre, detrás de las rejas.