Lejos del lugar frío y triste que uno encuentra inicialmente, lleno de seres apáticos con ametralladoras y trajes ciencia ficción, una vez que entramos y nos acercamos a los reclusos y a su modo de (sobre) vivir adentro, vemos a un grupo de personas que tratan de llevar adelante sus vidas de la forma más digna posible, sobrellevando las circunstancias en colectividad, con resignación y paciencia. Vemos un hombre que modela aviones de madera, otro que teje una alfombra, una chica joven que ha llenado de fotos de sus familiares la pared en la que escribió “I love you”, una mujer que nos muestra sus tatuajes ilusionada, otra que se ruboriza ante la cámara. Los vemos dar de comer a su gato y plantar albahaca.
Inevitablemente sentimos que de alguna forma la vida les tendió una trampa.
Y sin llegar a la victimización del preso, si exculparles ni fingir que no hayan hecho nada y que todos estén exentos de ninguna culpabilidad individual, la idea es detenernos un instante a reflexionar y ser conscientes de que esas personas son un producto.
Tú que juzgas y marginas al convicto o ex convicto, no te das cuenta de que ahí dentro están tus hermanos, tus amigos, tus vecinos. Todos inducidos a buscar una salida. Todos fruto de las consecuencias de un entorno patético. Tú también eres parte de ellos. Eres el pibe que vende faso en el parque, la señora que robó en el súper, la piquetera que lanzó la piedra, el padre que abandonó a su hijo, el borracho que atropelló a la niña, somos sus hijos, sus padres y sus madres, somos sus mismas frustraciones y sus mismas incertidumbres.
¿Quién cargaría con las culpas si se terminase con esta farsa? Si destruyésemos la figura del chivo expiatorio, del enemigo inventado, si afirmásemos que su único delito es haber nacido pobres y discriminados, sin salida, habría entonces que asumir finalmente que la única y verdadera delincuencia pasa por otro lado.
Por supuesto, no todo adentro son pachangas de fútbol, artesanías y compañerismo.
Cada suicidio dentro del penal es un asesinato, cada abuso de poder por parte de los celadores hacia las reclusas es una violación, detrás de cada arma o droga que se filtra adentro está la sonrisa de un cana que se frota las manos viendo lo que para él son peleas de perros, cada joven que pierde la vida en manos de la policía, dentro o afuera es fruto del terrorismo de estado, no de lo que nos venden como accidentes.
Soñamos y esperamos una Argentina y un mundo sin presos en el mañana.
Exigimos hoy una Argentina y un mundo respetuoso con el recluso y una vida más digna para él.
(Fuente: Colectivo Manifiesto)