(Por Kuña Mbarete/APL)Muchos pueblos milenarios celebran, durante el solsticio de invierno ,en junio, su ciclo nuevo. Pero muchos otros no. Muchos están recibiendo durante estos días la renovación de la naturaleza. Durante junio, pueblos hermanos reciben el Inti Raymi y otros el We Tripantu, por ejemplo. Esto no pasó desapercibido para los blancos y blancos mestizos que intentaron invisibilizarlo con celebraciones que se impusieron y “ocultaron” la raíz ancestral de esos momentos. Es decir, ante la imposibilidad de extirparlo (ya que las espiritualidades de nuestros pueblos resistieron siempre) le pusieron la celebración de un santo para “blanquearlo”. Así, en muchos lugares comienza a aparecer “la fiesta de San Juan Bautista”. ¿Con qué otros momentos del calendario de nuestros pueblos pasó lo mismo?
Bueno, resulta que muchos pueblos guaraní reciben el Ara Pyahu con gran presencia de flores justo en estas fechas donde también se conmemora el día del estudiante y de la primavera.
En Argentina las celebraciones no se establecieron en el mismo momento. Primero fue el día del estudiante, cuando el presidente del centro de estudiantes de Filosofía y Letras de la UBA en 1902 lo propuso porque ese día se repatrió de Paraguay los restos de Sarmiento en 1888.
Si, de ESE Sarmiento, el ideólogo de genocidios. Y, si bien no era la intención de la propuesta, ojalá siempre se celebre en la fecha de sus restos, sobre sus restos.
Los primeros festejos fueron en contextos politizados de estudiantes, no en parques y con la naturaleza. Por lo tanto, parece medio difícil pensar que la celebración estudiantil derivó en que luego se estableciera el día de la primavera. No gente; las flores hicieron otro camino.
Sin fecha precisa, entre 1950 y 1960 las principales ciudades de Argentina como Buenos Aires, Córdoba, Rosario comenzaron a adornar sus calles en estas épocas con flores. Esto no es casual, para nada. Muchos años antes se había iniciado el proceso de desplazamiento del campo hacia las grandes ciudades. Hermanos y hermanas llegaban de múltiples territorios para pasar a ocupar las periferias que se les tenía asignadas. Y eran miles.
Eso no se detuvo. Desde hace décadas fuimos forzadxs a abandonar nuestros ríos, nuestros cerros, nuestros montes para instalarnos en barrios, villas o la calle de las grandes urbes. Sin embargo, podremos dejar el territorio, pero no significa que dejemos nuestra identidad allí. Nos desplazamos con ella, a veces sin darnos cuenta nuestros padres y nuestras madres nos transmiten el territorio a la distancia.
Quizás las flores encontraron esa manera de resistir, a la distancia.
Quizás se desplazaron junto con los miles de hermanxs guaraní que llegaron, de lxs “guarangxs” como se les llamaba.
Quizás pasó como con otros pueblos y se intentó “blanquear” las flores con el día del estudiante.
Quién sabe. Lo importante es poder sentir que nuestra espiritualidad siempre estuvo ahí, que no fuimos derrotadxs como nos quisieron hacer creer. Y también, es importante cuestionar que cada cosa que vemos como propia de Occidente puede no serlo. Que cada comidita, florcita puede ser nuestra identidad acompañándonos en nuestros caminos marcados por el desplazamiento.