Catedrales

(Por Paula Mellid para la APL) La madruga en que en el Senado de la Nación Argentina se discutía la Ley de Interrupción voluntaria del embarazo, en casa no había internet  desde hacía días y la tele no tenía señal. Por una cuestión fortuita estaba en mesa “Catedrales», la novela que Claudia Piñeiro editó en 2020. Había leído un par de capítulos el día anterior, y durante esas horas del comienzo del 30 de diciembre del controvertido año, leía “Marcela”, cuyo testimonio asociaba definitivamente ficción y realidad.  La obra de Piñeiro tiene la estructura de una tragedia, por lo cual no será una infidencia denotar la asociación. Desde el principio sabremos lo que pasó y los indicios anticipan con claridad quiénes estarán involucrados y por qué. La psicología de los personajes cuidadosamente expuestos a tan verosímil ficción, van relatando los hechos ahorrándose el narrador omnipresente que todo lo sabe, como quien se ahorra la idea de dios, con total respeto por la fe y el sentido de quienes la necesitan.

Sin ser una prosa poética renueva la esperanza de una continuidad cultural, pulseando una vez más a los jinetes del neoliberalismo, que al decir de Adriana Puiggrós “viven fuera de la cultura”.

La autora de “Catedrales”,  “Las Viudas de los jueves”, “Las maldiciones”,” Tuya”  y tantos otros relatos, rescata del sarcófago del lenguaje escrito algunas palabras.

 Cuando leí “fax”, una cadena de asociaciones regó la lectura:  aquella mañana en la calle Perú, donde el director de flamante diario Página 12 tenía su despacho, el momento en que me daba la credencial y le prometía enviarle faxes con las aguafuertes de mi viaje a Cuba. En ese entonces Jorge Lanata todavía parecía una persona y ejercía el periodismo en ese diario como director,  ¿lejos? de transformarse en el operador comunicacional que es desde hace décadas.

En La Habana no se usaba el fax, o al menos no estaba al alcance de los periodistas, así que no fue posible esa comunicación, lo cual hizo que me aleje de ese personaje que se iría definitivamente del entorno del que había surgido.

Cuba me presentó infinidad de postales que parecían haberla congelado ese  1º de enero de 1959, cuando Camilo, Fidel y el Che entraron triunfantes a la capital de la isla, y otra cantidad importante que la ponía en un presente con infinito futuro.

Mi anfitriona había nacido gracias a que su mamá había ido tres veces a hacerse el legrado, pero por falta de turno o insumos (ahora no lo recuerdo) se había pasado del tiempo prudente y tuvo su tercer hija. Más de una vez la señora, quien había afrontado con estoicismo aquellos primeros años de la Revolución, junto a su esposo, contó entre risas y lágrimas el día que rezó junto al sartén para que el segundo huevo fuera “jimagua” (mellizo,  doble yema) y poder repartirlo, más o menos equitativamente.

“Catedrales” invita a un recorrido cultural ético y estético.

Mis descendientes, todavía en su primera infancia, preguntan por qué el libro no tiene dibujos, les contesto que porque es una novela, aunque imagino los dibujos de esas catedrales, con el deseo de hacer un cyber paseo cuando reparen la conexión de internet, tomo nota  de lugares y escultores, intuyendo que encontraré más mensajes en sus iconos.

La lectura de “Catedrales” me dejó el dulce sabor de admirar cómo la autora pone de manifiesto que la religión es el “oprobio” de los pueblos, sin dejar de mostrar la fe, también, como un acto de amor.