(Por Marion Saint-Ybars, desde París/APL) La repentina caída del régimen títere de Estados Unidos en Afganistán es una debacle humillante para el imperialismo estadounidense. Marca el colapso de un régimen impuesto por la guerra criminal y la ocupación promovida sobre la base de mentiras y mantenido en el poder mediante asesinato, torturas y bombardeos de civiles. En realidad, el régimen «democrático» establecido por Washington y sus aliados de la OTAN era nada de nada. Mantenido en el poder sólo por decenas de miles de soldados de la OTAN y aviones de guerra estadounidenses se disolvió de la noche a la mañana con la retirada de las tropas estadounidenses y de la OTAN.
Si los círculos gobernantes estadounidenses no estaban preparados para el repentino colapso del régimen al que apoyaban a un costo enorme era porque en gran medida creían en su propia propaganda. Durante dos décadas los principales medios de comunicación no han tenido el mínimo de honestidad al examinar esta guerra de ocupaciónn neocolonial.
Los costos humanos y sociales de la guerra en Afganistánn son catastróficos. Según las cifras oficiales, posiblemente muy subestimadas, 164.436 afganos murieron en la guerra junto con 2.448 soldados estadounidenses, 3.846 contratistas militares estadounidenses y 1.144 soldados de otros países de la OTAN. Cientos de miles de afganos y decenas de miles de miembros del personal de la OTAN han resultado heridos. El costo financiero para los Estados Unidos solo se estima en $ 2 billones, financiado con deuda que costará otros $ 6 billones y medio en pagos de intereses.
El colapso del gobierno afgano rompe las concepciones ilusorias defendidas por la clase dominante yanki despuésés de la disolución de la Unión Soviéticaen 1991. Ella vio la desaparición del principal rival militar de Washington como una oportunidad para superar su declive global y sus problemas internos. Los planificadores militares y de política exterior de Estados Unidos han proclamado un «momento unipolar» en el que el poder inexpugnable de Estados Unidos supervisará un «nuevo orden mundial».
La clase dominante yanki vio la victoria de Estados Unidos y sus aliados en la primera guerra contra Irak en 1991 como la demostración de que «la fuerza funciona».El presidente George Bush declaró que al bombardear un país (en gran parte indefenso), el imperialismo yanki había «terminado con el síndrome de Vietnam». Un año después, en 1992, el Pentágono adoptó un documento estratégico en el que declaraba que el objetivo de Estados Unidos era «desalentar militarmente a las naciones industriales avanzadas de desafiar nuestro liderazgo o incluso de aspirar a un mayor papel regional o global».
En el momento del bombardeo de Serbia por la OTAN en 1999 bajo la administración Clinton, se extendió la ilusión de que el dominio estadounidense en municiones guiadas con precisiónn transformaría la política global y establecería a Washington como la potencia hegemónica global indiscutible.
En el contexto de este proyecto de conquista mundial, la guerra en Afganistán fue vista como un elemento central de la estrategia yanki para controlar Asia Central y Eurasia con el fin de fortalecer la posición del imperialismo yanki frente a China, Rusia y las potencias imperialistas europeas.
En 2003, Estados Unidos invadió Irak sobre la base de afirmaciones falsas pregonadas por todos los medios de communicación. Se suponía que el gobierno iraquí tenía armas de destrucción masiva que le daría a Al Qaeda.
Estas palabras resuenan hoy. En conjunto, las guerras en Afganistán e Irak así como la invasión de Libia y la guerra civil desatada por la CIA en Siria, se han cobrado millones de vidas y han destrozado sociedades enteras. Lejos de establecer la indiscutible dominación mundial del imperialismo yanki han llevado a una serie de catastrofes. Las condiciones en Irak, tres décadas después de la primera Guerra del Golfo, son incluso peores que en Afganistán.
LA METÁFORA
Afganistán es una metáfora de todo el edificio podrido del capitalismo estadounidense. Los déficits presupuestarios estadounidenses han sido enmascarados por la impresión electrónica de billones de dólares de capital ficticio en forma de fondos de «flexibilización cuantitativa», entregados a los super-ricos como parte del rescate bancario. La otra cara del capital ficticio sobre el que descansa la «burbuja» de la economía del capitalismo estadounidense es el poder ficticio otorgado al Pentágono por las «bombas inteligentes» y los mortíferos ataques con drones.
El ejército estadounidense ha invertido gran parte de su prestigio en Afganistán y en el proyecto de conquista imperialista más amplio del que formaba parte. La clase dominante estadounidense no cejará en sus esfuerzos por controlar el mundo mediante la fuerza militar de la que depende su riqueza.
Hoy, sin duda, elementos poderosos de la élite gobernante estadounidense están preparando numerosos planes de emergencia, seguro cada uno más irresponsable que el anterior, para reaccionar ante esta debacle. No tienen ninguna intención de aceptar la devastadora pérdida de prestigio y credibilidad que implica su derrota frente a un movimiento islamista armado sólo con armas pequeñas en uno de los países más pobres y devastados por la guerra.