(Por Oscar Castelnovo/APL) El fusilamiento de Lucas González (17) en Barracas, CABA, pudo denunciarse como tal, a pesar de la versión de Policía de la Ciudad que lo ejecutó, de la prensa parapolicial que intentó encubrir el crimen y del juez que dejó en libertad a los ejecutores. El asesinato de Lucas no es comprendido por sus familiares desgarrados: «¿Por qué?, se interrogan. A miles de kilómetros, la ejecución de Elías Garay, este domingo, joven mapuche que luchaba pacíficamente para recuperar su tierra ancestral, en Cuesta del Ternero, El Bolsón, Río Negro, fue otro homicidio sin sentido aparente. La zona estaba acordonada por fuerzas de Seguridad y -supuestamente- nadie podía entrar ni salir de la Lof Quemquemtrew. Sin embargo, una lógica establecida por el poder le da un sentido -profundamente disvalioso y racista- a ambos crímenes. Que aunque se ven separados y las luchas están fragmentadas conforman ´parte de un único aniquilamiento de los más vulnerables.
Aunque no tan visibles aparecen las respuestas. Lucas era morocho y pobre, como la mayoría de los pibes que sucumbieron a manos de las fuerzas de Seguridad, bajo esta modalidad represiva, en la etapa que llaman constitucional. El hostigamiento a los pueblos originarios, la apropiación de sus tierras y el aniquilamiento de sus vidas y su cultura viene de más lejos: comenzó en 1942 y no se detuvo nunca.
Si bien hay chicas que sufrieron las balas de los unifomadxs, para ellas está reservada, esencialmente, la desaparición forzada para la prostitución forzada, en cualquiera de los 30 mil prostíbulos de capitales mixtos (estatales y privados) del país. O en algún puterío lejano del exterior. Si a estos hechos añadimos los asesinatos a personas trans, a los muertos por tortura en los sitios de encierro, a los fallecidos por fumigación o desnutrición, desembocaremos en el océano rojo del genocidio que no aparece como tal. Le llaman democracia.
Los partidos que gerenciaron el estado, sus dirigentes, que también comandan a las Fuerzas de Seguridad, la Justicia, diputados y senadores que miran para otro lado según conveniencia electoral y la prensa parapolicial, son responsables. El genocidio encubierto con su dinámica naturalizada, es la forma de existencia del capitalismo en la Argentina. Ni más, ni menos.