«Me puse la mano al nivel de la barbilla: «No le tire de aquí para arriba, tírele de aquí para abajo pues se supone que este hombre haya muerto de heridas en combate». Así lo ordenó el agente de la CIA, Félix Rodríguez -según dispusieron los altos mandos norteamericanos-, al sargento boliviano Mario Terán. Creían, ilusoriamente, que el fusilamiento vil, de ese preso político herido, terminaría para siempre con el Che. Eran las 13:10 del 9 de octubre de 1967. Desde entonces, el ejemplo revolucionario de Guevara no hizo más que propalarse entre los rebeldes del mundo entero.