Creció escuchando de boca de testigos directos los crudos relatos de la primera guerra mundial y cuando alcanzó conciencia política ató su destino al movimiento revolucionario global. Viviría la conmoción bolchevique, la guerra civil española, – con exaltación contaba como junto a sus hermanas separan los envoltorios de aluminio de los chocolates que servirían para las balas de los Republicanos- la resistencia antifascista, las persecuciones bajo democracias y bajo dictaduras, la revolución cubana, el ascenso y el descenso de los intentos transformadores en el continente.
Internacionalista por antonomasia sintió como propios el sufrimiento de los pueblos en cualquier parte del mundo, las heridas del Che y de los desaparecidos. Soportó la dolorosa derrota del socialismo real, pero, ni así, abandonó sus convicciones. Conservó hasta el final una perspectiva de clase, un espíritu rebelde.
Las puertas de su casa siempre abiertas a manifestantes huyendo de la policía. Su mesa de trabajo es emblemática: por allí pasó una pléyade de intelectuales ,periodistas, artistas, escritores, poetas y pintores , y, desde luego, militantes sociales y políticos. Largas tertulias, horas interminables, discurriendo sobre el género humano, el mundo, el futuro, rodeados de una hoguera de cigarrillos, escudriñados por los clásicos desde la vasta biblioteca de la Ñata.
Su partida nos acongoja, pero nos reconforta saber que los revolucionarios no quieren la tristeza unida a sus nombres. Vidas como las de Ñata no se apagan, permanecen y nos alientan por el camino