Así las cosas, y más allá de los discursos garantistas, el supuesto tratamiento resocializador, las políticas de estado, las normativas vigentes: la cárcel es el centro absoluto para causar la mayor degradación en el ser humano.
Lugar en el que la falta de respeto a su integridad física, a su integridad síquica, al trato justo y humano. La naturaleza deshumanizante del encarcelamiento, la debilitación de la personalidad humana que produce en internamiento total. Actitudes de resignación, apatía, perdida de la identidad producto la constante manipulación so pretexto de un pseudo tratamiento resocializador es moneda cotidiana-
Ahora bien, y en criollo, ¿cómo llegamos a este estado? Desde el mismo instante en el que la persona es detenida (justa o injustamente) comienza el largo proceso deteriorante: golpes, aislamiento, hambruna, humillación constante, tormentos físicos y sicológicos de todo tipo en sede policial primero.
El juez que debe ser garante de las detenciones es sordo a las denuncias de esos apremios y dicta, en líneas generales un procesamiento que llevara al sujeto directamente a la cárcel.
El suplicio
El ingreso a la cárcel en sí mismo es acaso el suplicio por excelencia que salvando las distancias podría equipararse al tormento de la época de la inquisición que tan cómodo le quedo a la cofradía eclesiástica: esposado a las espaldas el preso debe soportar golpes de todo tipo (patadas, puños, palos, culatazos, duchas de agua helada) humillaciones (desnudo frente a sus verdugos, vejado, simulacros de violaciones, robo de sus pocas partencias), sicológicos (simulacro de fusilamiento, de suicidio) todo ello de la mano de los agentes de la administración carcelaria que es custodia de esa persona, nada mas…. Y nada menos.
La practica descripta dura lo que el carcelero quiera que dure y que generalmente tiene continuidad más o menos relativa todo lo que dura su estadía en la cárcel, pero esto es apena el comienzo de camino del descenso al infierno carcelario por que una vez que se prontuarisa al hombre y es arrojado a una oscura celda de castigo pasa a ser un numero, por el que será llamado todos los días de su estadía en la cárcel. Así que a las palizas, los golpes, “el submarino”, el “pata pata”, “la pirámide”, “puente chino”, “bienvenida” se le debe sumar los traslados en condiciones infrahumanas a lo largo y ancho de la geografía del dolor, la desvinculación afectiva, social, emocional, sentimental, sexual; el destierro: ya que las cárceles que aloja al condenado se encuentran en muchos casos a mas de miles de kilómetros de su lugar de origen, distancias que muy excepcionalmente pueden ser atravesadas por familiares o amigos para visitar al preso y si es visitado debe soportar las formas y condiciones humillantes, vejatorias y violatoria de todo procedimiento legal tanto el preso como el visitante, mucho más cuando se trata de una mujer, porque la finalidad que persigue el sistema es precisamente la desvinculación absoluta de los afectos genuinos del preso. Que no lo visiten, que se olviden, que quede solo.
¿Educación y capacitación?
Se debe sumar a lo antes dicho, la falta absoluta de políticas inclusivas, socializadoras y reparadoras por parte de la administración carcelaria muy alejada de la realidad social que impide cualquier intento del preso por formarse y capacitarse en artes y oficios.
Del mismo modo ocurre con el sistema educativo lo que no es estimulado ni premiado, sino todo lo contrario: quien pretende superarse a través de la educación es visto como un mal preso y por ende mortificado al extremo con todo tipo de situaciones que van desde las requisas invasivas, sorpresivas, las sanciones fabricadas, los traslados arbitrarios, el retroceso en los regímenes de la progresividad, el alojamiento en pabellones donde se mesclan presos por diversos delitos, patologías, clase y condiciones de vida.
La extorción permanente por parte de los agentes carcelarios, la corrupción existente intramuros de la cárcel donde el monopolio de la violencia y la corrupción la tienen precisamente los funcionarios de la cárcel.
Los vicios que se potencian dentro de una celda de castigo a causa del ocio forzado al que es sometido el preso a lo largo de su condena: 24 horas del día, los 7 días de la semana, los 30 días del mes, los 375 días del año, todos los años de su condena padeciendo una especie de masturbación física y mental sin otro recurso para “matar” el tiempo detenido en esa oscura celda.
Ideal para envilecer
Por ello sostengo que la cárcel es el medio ideal para envilecer al ser humano y es contraria a todo modelo educativo, social, reparador e integrador. Fomenta la individualidad. Mientras que la educación alimenta el sentimiento de libertad y de espontaneidad del individuo, la vida en la cárcel, como universo disciplinario, tiene un carácter represivo, uniformante, deteriorante, envilecedor.
El régimen de “privaciones” tiene efectos negativos sobre la personalidad y contrario el fin educativo del tratamiento. La atención de los estudiosos ha recaído particularmente en el proceso de socialización a que es sometido el preso, proceso negativo que ninguna técnica psicoterapeuta y pedagógica logra volver a equilibrar. Tal proceso se examina desde dos puntos de vista, a mi humilde juicio, ante todo el de la “desculturización”, esto es la desadaptación a las condiciones que son necesarias para la vida en libertad, la incapacidad para aprehender la realidad del mundo externo y la formación de una imagen ilusoria de él; el alejamiento progresivo de los valores y modelos de comportamiento propio de la sociedad exterior.
La subcultura carcelaria
El segundo punto de vista, opuesto completamente, es el de la “culturización” o “prisionalisacion”. En este caso se asumen las actitudes, los modelos de comportamientos y los valores característicos de la subcultura carcelaria.
Estos aspectos de la sub cultura carcelaria, cuya interiorización es inversamente proporcional a las chances de reinserción social, se han examinado desde el punto de vista de las relaciones sociales y de poder, de las normas, de los valores, de las actitudes que presiden estas relaciones, así como también desde el punto de vista de las relaciones entre los reclusos y el personal penitenciario.
Bajo este doble orden de relaciones, el efecto negativo de la “prisionalisacion” frente a cada tipo de reinserción del condenado se ha reconducido hacia dos procesos característicos: la educación para ser criminal y la educación para ser buen detenido.
Sobre el primer proceso influye particularmente el hecho de que la jerarquía y la organización informal de la comunidad está dominada por una minoría restringida de criminales con fuerte orientación social, que, por el poder y, por el prestigio de que gozan, asumen la función de modelo para otros y pasan a ser al mismo tiempo una autoridad con la cual el agente carcelario se ve contreñido a compartir el propio poder normativo de hecho. La manera como se regulan las relaciones de poder y de distribución de los recursos (aun relativos a las necesidades sexuales) en la comunidad carcelaria, favorece la formación de hábitos mentales inspirados en el cinismo, en el culto y el respeto a la violencia ilegal. De esta forma se transmite al preso un modelo no solo antagónico del poder legal sino caracterizado por el compromiso por este.
La educación para ser un buen recluso se da en parte también en el ámbito de la comunidad, puesto que la adopción de un cierto grado de orden, del cual los presos más pesados se hacen garantes frente al personal carcelario forma parte de los fines reconocidos en esta comunidad. Esta educación se da, por lo demás, mediante la aceptación de normas formales del establecimiento y de las informales impuesta por los agentes de la administración carcelaria. Puede decirse, en general, que la adaptación a estas normas tiende a interiorizar modelos de comportamientos ajenos, pero que sirve al desenvolvimiento ordenado de la vida en la cárcel. Este deviene el verdadero fin de la cárcel, mientras que la función propiamente educativa se ve excluida en el alto grado del proceso de interiorización de las normas, aun en sentido de que la participación en actividad comprendida en esta función se produce con motivaciones extrañas a ella, y de que se ve favorecida la formación de aptitudes de conformismo pasivo y de oportunismo. La relación con los agentes de la administración carcelaria, que de esa manera se torna característica del comportamiento del encarcelado, está marcada al mismo tiempo por la hostilidad, la desconfianza y una sumisión no consentida.
Finalmente sostengo que en imposible afirmar que un día la humanidad alcanzara un grado de perfección tal que hará innecesaria la cárcel. Lo cierto es que en los tiempos actuales no podemos prescindir de ellas y engendra más problemas éticos, sociales, psicológicos y económicos que los que resuelve.
Bibliografía consultada:
Baratta, Alessandro; “Cárcel y estado social. Por un concepto de reintegración social del condenado”; Trad. M. Martinez, Madrid, 1991.
Pavarini, Massimo; ¿menos cárcel y más medidas alternativas? La vía italiana a la limitación de la cárcel reconsiderada sobre la base de la experiencia histórica y comparada. En cuadernos de la Cárcel; edición Especial de Derecho Penal y criminología de No Hay derecho; Buenos Aires, 1991.
Muñoz Conde, F; “La resocialización del delincuente, análisis y critica de un mito” CPC, Nro. 7, 1979.