Madre de Plaza de Mayo. Abuela de Plaza de Mayo. Entra a la plaza, camina lento, pasa desapercibida, nos mira y nos saluda. Nos dice: acá estamos, chicas. Me da miedo abrazarla, sólo atino a acariciarle la espalda, imitando torpemente un abrazo que quisiera que sea el más fuerte jamás dado, pero que no podrá igualarse al que ella guarda en su cuerpo para su nieta/nieto, desde hace 41 años. (Texto y fotos de Agustina Salinas para La Retaguardia)
No tarda en sacar de la cartera su pañuelo blanco, con el que envuelve su rostro y cubre su pelo, gris como el cielo de ese día. De su rostro se destaca el lunar que sobresale en el lado derecho… Pero lo que más me llama la atención es su mirada, que trasciende los lentes de vidrio grueso y busca, necesita encontrar la sonrisa de su nieto o nieta. A esos ojos les urge conocer al hijo o hija de Ana María. En su mirada sintetiza el amor, sus ojos no paran de luchar.
El dolor nos cala hasta los huesos por la impunidad, por la perversión del desconocimiento. El no saber la identidad de ese bebé. El no poder disfrutar de la inmensidad de ser abuela.
Arrancamos la ronda, y en ese instante comienzan a caer las primeras gotas de una lluvia que no termina de ser tal, que no es molesta para andar, ni para sacar fotos. Pero decido guardar la cámara y acompañar la ronda.
Ahí va ella, sosteniendo la bandera que dice 30.000 detenidos desaparecidos. El 30.000 con letras grandes, destacadas, color negro, que contrastan con el fondo blanco, para que quede bien visible, por si hay quienes no lo entendieran… Su mano derecha sólo suelta la bandera para levantar un puño cada vez que se oye un “¡Presente!” después de escuchar todos y cada uno de los nombres de nuestros desaparecidos.
Llega Norita, que nunca agota sus sonrisas.
Y seguimos la ronda. La lluvia se intensifica, pero no nos impide continuar. Porque claro, aunque llueva, caiga nieve o quemen los rayos del sol, la ronda no se suspende.
La ronda cesa hasta el próximo jueves. Nos vamos a un costado, con paraguas y megáfono. Con la enormidad de los y las imprescindibles, y la palabra como arma, Mirta habla, por ella y por su hija Ana María, por su yerno y por su nieto o nieta. Con voz pausada, resquebrajada, habla claro, toma distancia. Habla de traiciones, su voz tiembla.
La vi llorar, de nuevo. Sus lágrimas se derramaban como la lluvia que empezó a empaparnos. Y con la fortaleza de sus palabras, remarca que nos quiere, abraza y agradece. Y otra vez su puño en alto, recordando a los y las 30.000. Y cierra exigiendo la aparición con vida de Julio López Ya.
Mirta no para de luchar. Nos volveremos a cruzar el próximo jueves en la plaza, a la espera de ese nieto o nieta que Mirta envolverá entre sus brazos.