Bombardeos del 55: sobrevivir ¿para qué?

(Por Oscar Castelnovo/APL) Llevaba seis meses en la vientre de mi madre, junto a mi hermano mellizo, cuando fuimos bombardeados el 16 junio de 1955, en plena Plaza de Mayo. Cerca de 400 personas indefensas fueron asesinadas y hubo más de 2000 heridos en ese intento por derrocar al entonces presidente Juan Perón. El mandatario los perdonó y llegó a un «acuerdo». Comenzaba así otro tramo de impunidad significativa en la Argentina, en tanto la Marina de Guerra y la Aeronáutica celebraban su bautismo de fuego contra el pueblo. Vaya un fuerte abrazo para los familiares de los caídos.

Según todos los clásicos, cuando fracasa el ataque al «emperador», en este caso un presidente constitucional, deben rodar las cabezas levantiscas. El «perdón» solo acarreó más terror y más muertes. Tres meses después de la Masacre, Perón fue derrocado por la llamada «Revolución Libertadora», que el pueblo renombró «Fusiladora» y se desplegó el espanto en la Argentina.

 El entonces capitán de fragata, Emilio Eduardo Massera, volvería para ser un conspicuo almirante genocida de la dictadura cívico-militar y cabecilla del campo de concentración insignia del Estado Terrorista: la ESMA. El capitán Horacio Mayorga jugaría su rol en la Masacre de Trelew, en la que se fusiló a mansalva a 19 presos políticos en la Base Almirante Zar de esa ciudad el 22 de agosto de 1972. Y el capitan Oscar Montes se desempeñó como Canciller y como titular de la Fuerza de Tareas 3 de la Armada, durante la última tiranía.

INTERROGANTES

Durante mucho años me pregunté por qué mi madre, mi hermano y yo, sobrevivimos y no hallé más respuesta que el azar de la trayectoria de las bombas al caer. También me interrogué: ¿para qué sobreviví? No quería, y no quiero, ser solo una «victima que denuncia», aunque esto tenga gran importancia.

Pero fue en el Círculo de la Prensa, en los años ’83, 84, ’85, donde estudié Periodismo que comencé hallar certezas, junto a compañeros con quienes aún somos amigxs entrañables.

Si bien militaba desde los 16 años, fue durante el ejercicio del oficio de periodista que comencé a los 28, donde hallé certidumbres en el rumbo. Fue en la etapa dizque democrática donde cada gobierno superó al anterior en la matanza por Gatillo Fácil, Tortura en sitios en encierro, Devastación psiquiátrica de chicas para la trata prostibularia, pibxs muertxs por hambre o desnutrición, persecución implacable a pueblos originarios  con un racismo que es constitutivo de la Argentina, entre otras modalidades represivas, que encontré la certeza.

Qué otra cosa podría hacer un periodista, reprimido «Dende el vientre de mi madre» -diría Martín Fierro- sino estar junto al pueblo más vulnerado y rebelde para enfrentar el genocidio encubierto que tiñe de rojo la tierra.

Dicen los indios de la India, son los únicos que existen, que cuando alguien conjuga la vibración de su alma con la del Universo: «Tu eres eso».

Por lo tanto, aún me quedan incertidumbres en la vida, pero no la de saber «para qué sobreviví». La respuesta, por caso,  la encuentro en la mirada de cada pibe o cada piba, en cada ser humano, despedazado de dolor, que me abraza porque iniciamos juntos -en una nota o en un Taller- la rebeldía de cambiar este mundo que repugna. Que así sea.