La mañana empezó demasiado temprano porque se mezcló sin solución de continuidad con la noche. Nadie que esperara el día de hoy como una jornada especial habrá podido dormir. Por una cuestión logística tuvimos que pasar primero por el ex destacamento policial donde ocurrieron los hechos aquel fatídico 22 de septiembre de 2008. Logística y algo de primer sabor a triunfo también. Porque ese lugar, muy de a poco, como todo lo que hacen los Familiares y Amigos de Luciano Arruga, se está transformando en un Espacio para la Memoria que lleva su nombre. Había que buscar unas banderas, cables para la radio abierta y pinturas para dejar marcado en las paredes que bordean los tribunales de San Justo el rostro emblemático de ese chico que ya es tantos otros. Déjennos pensar también que fuimos a buscar a Luciano para llevarlo al juicio; permítannos, solo por hoy, semejante absurdo. Sabemos que Luciano no está. Lo advertimos no en su ausencia, porque no lo conocimos, sino en los rostros de Vanesa, de Mónica, de su abuela, de aquellos que lo perdieron inexplicablemente y lo sienten cada mañana al levantarse y cada noche en sus sueños.
Es difícil pasar por allí, andar por esa cocina que ofició de sitio de torturas. Ojalá siempre sea difícil pasar por ese lugar, aunque se convierta en un espacio para que los pibes del barrio intenten esquivar el futuro que les impone este sistema perverso. La casa baja, típica de familia de barrio clase media como Lomas del Mirador, supo ser convertido en un lugar de encierro para tranquilizar las almas de aquellos que todavía creen que deben temerle a los pibes de gorrita, campera deportiva y jeans gastados, antes que a las mafias que los regentean. Algún día, quizá, logren entender que su sujeto de temor debe ser otro. Tal vez lleguen a pensar que lo que le pasó a Luciano podría haberle pasado a alguno de sus hijos. Por ahora no es así. Por ahora impera el “algo habrá hecho” que lleva encadenado un “a mí no me va a pasar”.
El no móvil
Para Vanesa Orieta la mañana fue dura, más que otras veces. Se le nota en la cara. Arrancó bien temprano, porque sus compañeros le habían arreglado una entrevista en vivo en un canal de TV abierta para la primera mañana. Fue a la plaza de la cita, pero se cansó de esperar: el móvil nunca llegó. Cuando llamaron al productor, les comentó que la agenda había cambiado. Boca-River, el gas pimienta… se olvidaron de avisar. Así funciona cuando la noticia está antes que las personas. Eso nos diferencia también. Para nosotros las noticias, las historias que contamos, son primero personas que sienten, que en general sufren, porque elegimos esas historias para contar.
Ya frente a los tribunales, la humedad se vuelve calor y el calor se vuelve gente. Personas y más personas que llegan, sabiendo que no podrán entrar, que el lugar es tan pequeño como histórico será el fallo. Hace falta electricidad para que suene la radio abierta. Solo la verdulería de la esquina puede ayudarnos. Fermín se acerca, les explica, les pide, y se hace el sonido. La gente no para de llegar. Además de la familia de Luciano y la de Torales, solo habrá lugar para 16 personas. Sin contar a los periodistas, que en general hacemos lo imposible para no parecer personas. 16 personas y el periodismo, vale decirlo así. Unas 600 personas esperan afuera. Confían en que les podremos alcanzar los sonidos de ese adentro justiciero.
Tras una espera larga, conseguimos entrar. La sala es pequeña. El estrado se levanta en el fondo. A los costados apenas habrá lugar para los abogados de ambas partes. Una división de madera se nos interpone. Corremos a abrazar la primera fila, como los jóvenes fanáticos que se agolpan contra el escenario de su banda favorita. Claramente la justicia no es nuestra banda favorita, pero hoy dará un concierto asombroso. Dos objetivos tenemos para al estar allí: llevar el audio hacia afuera y emitir sonido para que aquellos que no pudieron llegar escuchen a través de la radio. Ambas cosas pudimos hacer. La sala desborda de gente y de sudor. Estamos pegados unos con otros como en una tribuna futbolera. Del otro lado, quedan los abogados del CELS y la APDH La Matanza con tres familiares de Luciano: la mamá Mónica, la hermana Vanesa y la abuela Marta. Moni llora, no puede más. Vanesa y Marta están duras, casi inmóviles, apretando sus espaldas rectas contra la madera que acorrala. La mirada de Vane se pierde en algún recuerdo que solo ella sabrá. Así será durante toda la lectura.
Larga espera
Falta Torales, faltan los jueces del Tribunal Oral Nº3 de La Matanza, integrando por Diana Volpicina, Gustavo Navarrine y Liliana Logroño. Navarrine, al llegar, pasó entre la gente, saludó sonriente a quienes lo reconocimos. Fue un buen síntoma de lo que estaba por venir. Alcanzamos a decirlo a través de la radio, quizá buscando una esperanza entre tanta desazón.
Pero ahora se hacen esperar. Nos cierran la puerta de atrás. Quedamos más enlatados que antes. Ese no es un buen síntoma. ¿No advirtieron que iría más gente que en las otras audiencias del juicio? Sin dudas lo sabían. La sala chica ayuda a pensar que tal vez no querían que mucha gente escuchara, pero afuera el sonido débil se multiplica.
Entra Torales. Le quitan las esposas como cada vez. Se sienta en el único lugar vacío, reservado para que escuche su sentencia. Detrás quedan sus familiares. Entran los jueces. De pie se ponen los pocos que no están de pie. El secretario comienza a leer. Rápidamente se advierte el resultado. No a la imputación de falso testimonio contra Vanesa y Juan Gabriel Apud, amigo de Luciano. Sí a las torturas. Ahora lo dice el Estado. Deja de ser una exageración de la familia. Sí a las torturas físicas y a los apremios psicológicos. Falta la pena, pero la argumentación se basa en el pedido de la querella. La justicia reconoce que Luciano era apenas un niño. Que fue torturado y que Torales es responsable. 10 años. Sí, 10 años. Fin del juicio. Vanesa había solicitado que no hubiera aplausos. Nada para festejar. Alguien rompe su garganta nombrando a Luciano Arruga, presente, ahora y siempre. 10 años. Quién iba a decirlo.
Las lágrimas mojan los abrazos y hay que bajar un piso por la escalera para salir. Lo primero que se ve es el todavía semicírculo de periodistas que se redondea con la llegada de Vanesa. Otra vez la hermana de todos los pibes. Grita, denuncia, convence. Advierte que su hermano no es el único. Que ellos pudieron romper el cerco perverso que vuelve masivas las historias tristes de quienes sufren sin micrófonos cerca. Mónica se hace fuerte también allí y se convierte en esa madre que se lleva, en el bolsillo trasero del pantalón, apenas un pedacito de justicia para su casa de la villa 12 de octubre.
Afuera, al calor de la gente
Después del cruce con la prensa masiva, es tiempo del acto entre iguales. La radio abierta se expande. Mónica se apropia del micrófono salido de algún estudio. 3 dice un papel manuscrito sobre el mic. Ahí es el único que amplifica y sobra. Nombra a otros que ya no están. No es solo su Lu. “Para todos aquellos que no tuvieron justicia, para Daniel Solano, para Kiki Lezcano, para Facundo Rivera Alegre, para Otoño Uriarte, para Gonzalo Rivera, para Atahualpa Martínez Vinaya, y si me olvido… porque son tantos, pero tantos… sepan que los tengo presentes a todos, porque todos, todos son Luciano. Justicia por todos nuestros pibes y no nos olvidemos de Jorge Julio López”.
Aparece Vane. El silencio se rompe con su voz pintada de color angustia: “Lo más importante para la familia es que acá demostramos que lo que decíamos era verdad. Cuando empezamos a denunciar, Luciano era el líder de una mafia, era un pibe vinculado con drogas, era lo peor. Estábamos solos intentando visibilizar esta causa. Nosotros empezamos solos, pero fue el esfuerzo de todos que esta causa se hiciera visible, para que no pudieran hablar más de un pibe de 16 años como si fuera el responsable de su desaparición. Pudimos ganarle a los medios de incomunicación”.
Y también recuerda a esos otros pibes “que son la misma cara que tenía Lu, la misma ropa, la misma forma de hablar, de andar, la misma persecución y discriminación”. Y va por más: “cuando mi hermano desapareció prometí que no iba a parar hasta lograr primero visibilizar su causa, después limpiar su imagen y después condenar a las basuras que lo hicieron sufrir. Que sirva este ejemplo de que es bueno estar acá, escuchando a los jueces y criticando sus fallos cuando no son justos”. Dejó el micrófono para volver a tomarlo a los pocos segundos: “quiero agradecer a todos los familiares que nos acompañaron hoy en este momento, es importante para nosotros la presencia de ustedes. Un abrazo muy fuerte también para todos los medios alternativos, comunitarios, independientes, como les digo yo, que están desde el primer momento, que son los que nos ayudaron a visibilizar esta lucha; y un abrazo que no va a tener final para los abogados Juan Manuel Combi, Maximiliano Medina y María Dinard”. Queda todavía Pablo Pimentel, referente de la APDH de La Matanza, para decir que “desde el primer día que Vanesa vino a la APDH a 45 días de la desaparición de Luciano, aún desesperada, jamás vimos un acto de venganza”.
Sale la presidenta del tribunal, la jueza Volpicina. Camina entre la gente, que no es poco. Ha sido un día intenso. Mucho más conmovedor que lo imaginado. Otra vez a escribir una crónica. Esta vez es la del cierre de un juicio histórico, de una dimensión que, seguramente, aún no alcanzamos a comprender. Las lágrimas, de nuevo, caen sobre el teclado. Pero los dedos pueden más. Ha sido un día inolvidable.