Pienso que es un análisis de la institución (o sea la lógica) de la mediocridad. “Daba para más, se quedó a mitad del camino”, “el que nace barrigón es al ñudo que lo fajen”, “lo que natura no da, salamanca no presta”, “¿a quién le ganaste?”, “el que nace para pito nunca llega a ser corneta”, “se agrandó chacarita”, “piojo resucitado”, “aramos dijo el mosquito”, “te la creíste”. Son todas formas de señalar la mediocridad y los vanos intentos de negarla. Nadie se pone ese sayo, y es más fácil ver la mediocridad en el ojo ajeno, que la estupidez en el propio.
La mediocridad y aquellos que la encarnan, o sea, las legiones de mediocres que nos rodean, tienden a fascinarse con los ricos, los famosos, los ganadores, las estrellas, los sex simbol, los politic simbol, etc. Los mediocres tienen una gran facilidad para mimetizarse, para ser siempre más papistas que el Papa, para sabérselas todas sin haber aprendido ninguna.
Desde ya, lo mediocre nos habita. Nos parasita. Nos paraliza. Nos angustia. Nos irrita. Somos mucho más mediocres de lo que deseamos. Sin embargo, si hacemos un profundo análisis de nuestra implicación con la mediocridad, empezamos el lento camino de enfrentarla. No dejaremos de subir al peñasco, aunque como a Sísifo, al llegar se nos caiga la piedra. Y los proyectos. Y los sueños. Y los amores. No siempre podremos volver a empezar. Pero al menos, aunque sea una vez en la vida, decidimos empezar. Sabiendo que nos somos cóndores, podremos disfrutar de su vuelo.
Cuando escucho a Pavarotti cantar Nessum Dorma, pienso que si Dios existe, seguro que es tenor. El peligro es la negación absoluta de la mediocridad propia. Esa negación toma la forma de una idealización extrema de la carencia para que sea camuflada como exceso. El rugido del ratón. En la cola del león, todos son leones. Pero en la cola de la hiena, del carancho, de las ratas (y no me refiero a animales, sino a modos de existir) nadie quiere verse como hiena, carancho o rata. La mediocridad no es seria, por eso opta por un exceso de solemnidad. Para disimular. Entonces se muestra como es: ridícula. Petulante. Pedante. Soberbia.
En esta Argentina cuyo himno habla de la “noble igualdad”, cuando si algo no tiene la nobleza es justamente igualdad, la mediocridad forma parte del crónico cambalache. La palabra que reemplaza a mediocridad es berreta. Trucho. El significado es igual. Es la mona que se viste de seda (o el mono) y mona y mono se quedan. Es el nuevo rico, que copia los modales, las costumbres, los prejuicios, pero llegó tarde al banquete de los poderosos que está servido hace siglos. La clase media es mediocre. Es berreta. Es trucha. El proletario que deviene empresario, el proletario que no quiere unirse a los proletarios sino a los propietarios, siguiendo la profecía menemista, es mediocre. Cuando se dice que los trabajadores no tienen conciencia de clase, es la marca de la mediocridad de clase. Y la derecha que supimos conseguir y no pudimos combatir, es absolutamente berreta.
Hace tiempo la definí como “fascismo de consorcio”. El componente de masas del fascismo está ausente. Hitler en su delirio genocida podía hablar de la “raza superior”. Por un tiempo tuvo con que sostenerlo, ideología y gestapo mediante. Como señala Wilhem Reich, lo insoportable es aceptar que las masas alemanas deseaban el fascismo.
En el fascismo de consorcio, las únicas masas que se dejan arengan son copropietarios, vecinos, especialmente de edificios de pocos departamentos. Las administraciones de los edificios de propiedad horizontal, muchos encargados de esos edificios, practican expensas tras expensas, el fascismo de consorcio. Algunas asambleas de propietarios son progroms. Pero hasta allí llegan. Techo bajo. Algunos, por razones que no hacen a la condición del trabajo, hasta pueden ser dueños de radios, centros culturales, etc. Pero la inmensa mayoría tiene un radio de acción muy acotado. Hablar de derecha es encubridor. Y mediocre.
Decir Partido Conservador era menos encubridor. Solo cabía aclarar que era conservador de privilegios y canonjías. O sea: conservador de toda injusticia: económica, cultural, política, alimentaria. Una conserva reaccionaria. Pero, quizá porque haya sido una idea mía, prefiero “fascismo de consorcio”. Porque el significante “fascismo” no queda escamoteado. Camuflado. Tapado. Maquillado. Queda cualificado, porque es necesario no confundirlo con el fascismo de un Duce o un Fuhrer.
El fascismo de consorcio es el fascismo liderado por un facho mediocre. Que nunca aceptará siquiera que es testaferro de todas las derechas. Que gobernando por votos y reinando por decretos, dice que es para todos cuando es obvio que no solamente es para pocos, sino que esos pocos son parásitos. Lobistas, fauna terratenientes, estafadores financieros. Caen subsidios de 4000 pesos mensuales, y se subsidia con miles de millones a sojeros, empresas de electricidad, mineras y cuanta canalla estafadora aparezca. El facho mediocre exige ser visualizado como el verdadero demócrata. Y en parte, como toda razón represora, tiene razón. Porque el fundante de la democracia burguesa es fascista. ¿Un fascista no es acaso un liberal asustado? Ahora no solamente no están asustados, sino que están entusiasmados. Hasta se permiten coquetear con la sonrisa de papá.
Ahora mal: la canalla que no solamente posibilitó, sino que auspició la llegada del facho mediocre, es tan mediocre y tan facha como él. Quizá le dure un tiempo el botox democrático, representativo, republicano, federal. Pero ahí está el lacerante recuerdo de la Alianza Anticomunista Argentina, (no hablemos más de triple A) parida del útero de un gobierno nacional, popular y peronista, para no albergar ilusiones sobre la eternidad del botox. Tengamos algo en claro, por el amor de Freud o de Dios, que para mí es lo mismo. Si la unión de las izquierdas no puede, no sabe, no quiere, enfrentar al fascismo de consorcio y al facho mediocre, entonces habrá más penas y más olvidos, y el gordo Soriano seguirá teniendo razón. La mediocridad también habita en las izquierdas. Y enfrentar esa mediocridad es hoy, una de las formas en que la revolución siga siendo un sueño eterno.