¿Es el femicidio una cuestión cultural?

Alejandra Font

Se entiende por cultura el conjunto de todas las formas de vida y expresión de una sociedad determinada, es también la información y las habilidades que posee el ser humano, nos explicamos y reconocemos a través de la cultura, cuestionamos nuestras realizaciones, buscamos nuevos significados y logros que nos trascienden.

Entendemos por sociedad el conjunto de individuos (población) que comparten fines, conductas y cultura, se relacionan entre sí para formar grupos y/o comunidades, sistemas complejos que dan por resultados fenómenos sociales que modifican la naturaleza y el medio ambiente en que se levanta. La sociedad es culturalmente identitaria y tiene como base fundamental y fundacional lazos económicos que generan relaciones de producción y comparten medios de producción, esta sociedad para erigirse y sostenerse como tal, desarrolla también relaciones de poder político-ideológicas (escuelas, formas de gobierno, medios de comunicación, desarrollo tecnológico).

Al conjunto social-estructural se lo denomina civilización, en ella encontramos rasgos complejos y diferentes niveles de “evolución” y calidad de vida, así, las mentalidades epocales despliegan el juego de las apreciaciones subjetivas de las condiciones objetivas de existencia de los sujetos (clases sociales, sectores dominantes y dominados, explotadores y explotados..) imbricados en los llamados medios de producción a través de la historia.

Teniendo en cuenta lo anteriormente expresado, el femicidio, el travesticidio y otros “cidios”, no son parte de las costumbres, códigos y tradiciones en la forma en que se presentan en el contexto actual; como conjunto social el individuo moderno no se relaciona y no se expresa primordialmente a partir, ni a través, ni en éstos “cidios”, esta problemática no es solo una cuestión de tal o cual cultura predominante o subalterna, ni es únicamente una lucha que se dirima en ese nivel o sea, por nuestra injerencia de protestas o rebeliones en espacios culturales.

En ese no reconocimiento y no expresarse forman parte no solamente modos culturales subsumidos sino una buena parte del “sentido común” de los modos hegemónicos de la sociedad en la que estamos desarrollando nuestra vida, aunque sí, tales conductas sean generadas y naturalizadas por la estructura socio-económica determinante y la clase social que la representa, la cual se vale de múltiples medios para generar “climas sociales” conforme a necesidades coyunturales más o menos específicas y otras con objetivos a más largo plazo, muchas de las cuales se tornan intestinas, para ello dispone de medios de comunicación masivos de altísima tecnología que la moderna sociedad burguesa despliega ultravelozmente.
Entonces queda claro que no nos expresamos como sociedad a través del femicidio, travesticidio, infanticidio y otros “cidios”, pero todo ello si expresa las condiciones de degradación, pauperrización y alienación, ético-psicológica del modelo capitalista en que estamos insertos “multinacionalmente”, por eso no es solo una cuestión cultural ni de debates de ideas y su superación no depende de las luchas cotidianas concretas y específicas, por lograr tales o cuales reformas legales y/o institucionales, las cuales son necesarias, pero no suficientes. Para revertir los asesinatos la cotidianeidad y el hábito (si existiera como tal) no se desprenden, es decir su raíz esta en las condiciones objetivas de existencia que en última instancia son económico-sociales y por ende tampoco de las subjetividades concretas que las sostienen, atravesadas por la forma cultural dominante, estas manifestaciones son el síntoma de la enfermedad.

Las prácticas del tema que nos ocupa son códigos de enajenación y despotísmo que van más allá del patriarcado o la figura del “machismo o la misogínia”, estas variables resultan poco útiles a la hora de pensar el por qué ocurren y las “posibles soluciones al problema”, porque se acciona sobre el síntoma, que muchas veces esta enfundado en un ferviente y tenaz desplazamiento. Ocurren porque son una condición aceptada explícitamente ( por ej. cuando se muestran, salen a la luz los asesinatos) o implícitamente (por ej. discursos e imágenes simbólicas que degradan a la mujer y las diversas opciones sexuales en medios de comunicación masivos) por las diversas prácticas que inducen los sectores hegemónicos de poder en un lento proceso a través del tiempo y que a partir de la revolución industrial a fines del SXVIII en Inglaterra son implantadas en nuevas formas aceleradamente por la burguesía. Por lo antes dicho, hacer hincapié en el “patriarcado” como forma y causa fundamental de los “cidios” no contesta tampoco por qué después de décadas de lucha de los sectores oprimidos y las minorías sociales, entre ellos los movimientos feministas y las políticas de género, éstas prácticas se siguen sucediendo inclusive sobre los logros obtenidos en la revalorización y resitualización de los derechos y los lugares de la mujer.

Deducimos entonces que no se trata de una cuestión de gobernabilidad, de que tal o cual modo burgués se torne predominante en ese cuerpo jurídico-territorial-institucional, que es el Estado-Nación, la cosa pasa porque esos modelos más allá de sus variantes y de los sujetos y corporaciones que se hagan cargo del poder en un momento histórico y en una comunidad concreta y sean cuales sean los mecanismos que tengan como injerencia en la sociedad civil (mas cooptativos o más represivos intercaladamente según la coyuntura), producen y reproducen un modelo de explotación y de alienación social y de tremendas diferencias en la calidad de vida de los habitantes que acarrea y re-genera un empobrecimiento y pauperrización cultural-económica en donde “el otro” solo es reconocido como objeto (cuerpo-objeto) susceptibles de ser aprehendido, comprado o vendido, convertido en mercancía con un valor de “cambio” y de “uso”, un “precio”; esta dado dicho “reconocimiento”, entre otras cosas, por el lugar social que ocupan los sujetos y el grado de enajenación en que se desarrollan las relaciones básicas de intercambio afectivo y efectivo entre los humanos.

De lo que se adolece es del reconocimento del sujeto como sujeto de derecho, lo cual no es exclusivo de la “situación de femicidio” y los “cidios” que aquí estamos analizando, pues en principio, no es un problema de indivualidades ni de unas determinadas comunidades, esos constantes “cidios” actúan en el tiempo como factores de exterminio poblacional y esto sí es una condición de base del modo de producción capitalista. Esta “modernidad”, donde no hay lugar para “los nadies”, como diría Galeano, nos mata, porque el exterminio es una forma de la mercancía, porque se trasviste el “sin sentido” en tanto adquiere sentido en la lógica del mercado y el delicado balance de la oferta y la demanda del capital, mercancía, psíquica , política, social, ideológica, farmacéutica, francotiradora, mercenaria de la muerte, de la angustia, del hambre, “precio justo” para regular las relaciones sociales en la práctica cotidiana de desintegración de identidades y valores culturales ancestrales.

Esta en la lógica misma del capitalismo y de su etapa superior el imperialismo, producir estas y otras calamidades, pues ellas les son funcionales al sistema, actuando como una forma de “selección natural” dentro del mismo, por eso el tema del femicidio no es solo cultural, es un tema de clase, de sistema social, está sostenido desde la base misma del modo de producción capitalista. Esto es lo que hay que destruir para terminar con las calamidades de la existencia humana.