(Por Fernanda Giribone/APL) «El 9 de julio de 1816, cuando las Provincias Unidas del Río de La Plata reunidas en el Congreso de Tucumán declararon la independencia de la monarquía española, la realidad se resolvía dándole la razón a los sectores independentistas. El proceso había comenzado con la Revolución de Mayo, aquel 25, con la formación del “primer gobierno patrio”, y se fue reafirmando con las batallas que la sucedieron durante años. (…)La proliferación del latifundio, refuncionalizará la explotación de la mano de obra, y toda la base productiva heredada de la colonia, prefigurando a una sociedad mestiza, jerárquica y racista. Mujeres, campesinos, esclavos y originarios, que pelearon en los ejércitos revolucionarios fueron poco a poco borrados como sujetos históricos, y sus políticos proyectos ignorados. (…)La Soberanía argentina quedó atada a la voluntad de las potencias de turno, primero Inglaterra y luego Estados Unidos. Con la complicidad de las burguesías y los distintos gobiernos argentinos, siempre endeudándonos, se ha generado un grado de dependencia económica que hace que el imperialismo defina efectivamente los lineamientos políticos, lo que nos ha dejado en un régimen semi-colonial, dos siglos después. (…)La deuda privada que efectivamente la dictadura estatizó, fue reconocida por la democracia, y por todos los gobiernos, que de peor o mejor manera la han pagado. El embate neoliberal de la década menemista, al vender todas las empresas estatales y liquidar la poca producción nacional que quedaba, terminó por hundirnos de lleno nuevamente en el modelo exportador de materias primas, y de total dependencia del crédito externo. Y por eso hoy podemos decir que aunque se cumplan 204 años de la independencia de España nos encontramos sometidos ante otras potencias». Fragmentos salientes del artículo de F.G. que, completo, brindamos más abajo.
La crisis de la monarquía española, ocasionada por la invasión napoleónica y el encarcelamiento de Fernando VII, había brindado la oportunidad para que las oligarquías locales se hicieran cargo del Estado colonial. Así, desde 1810, y con la conformación de ese primer gobierno patrio, las Provincias Unidas del Río de la Plata, se dieron diversas formas de gobierno que ejercieron el poder “en nombre del Rey Fernando VII”, depuesto por las tropas napoleónicas. En los primeros años el gran problema que apareció fue el instaurar una autoridad legítima, un gobierno estable, tras el derrocamiento de la corona. Entre 1810 y 1816 actuaron sin romper abiertamente con la corona española, lo que se llamó estar bajo “máscara de Fernando”.
En 1816 aparecía una primer gran definición: se rompía abiertamente con la monarquía y la metrópoli. Es que la restitución de Fernando VII en el 14, y el intento realista de recuperar sus territorios aceleró los tiempos en América, unificando los distintos proyectos independentistas para enfrentar la marcha contrarrevolucionaria.
Se declaraba la independencia de “Fernando VII, sus sucesores y su metrópoli, y de toda otra dominación extranjera”. Este hito, que no fue más que la ruptura política con España, es considerado como el momento fundacional de la soberanía argentina; el suceso que marca el nacimiento de nuestra nación. Y aunque no sea frecuentemente mencionado, este acta de independencia fue impresa en idioma quechua y aymara al mismo tiempo que en castellano, a los efectos de que se pudiera divulgar entre todos los pobladores, entre todos los que participaban del proceso revolucionario.
La unidad política que había delimitado el Imperio español en la época colonial, se vio alterada y sumamente debilitada con estos sucesos. En el marco de las guerras, y de la fragmentación del espacio en múltiples soberanías, fueron las élites regionales las que se disputaron el poder político y las que se ocuparon del manejo del gobierno. Contrario al pensamiento tradicional que ve a la Argentina como un espacio homogéneo, que posteriormente a la independencia se dividió por disputas políticas, la Nación argentina se conformó en función de la aglomeración de múltiples economías y proyectos, y en el que muchos se fueron anexando en carácter de sometidos o “perdedores”.
Son estos “estados” autónomos son el punto de partida para la futura organización. En este sentido los fundamentos históricos del fenómeno de las autonomías locales, que redundaron en las llamadas guerras civiles -de gran intensidad y larga duración- teñirán con sobradas complicaciones la configuración de este espacio nacional. En la experiencia latinoamericana y argentina, los periodos de guerra civil, pueden visualizarse como la etapa en la que se fueron superando las principales contradicciones en la articulación de tres componentes: Economía, Nación y sistema político de dominación. De la relación entre Europa y la colonia, de esta división del mercado mundial, se consolidó el primer sistema global de explotación de la historia: el capitalismo.
Finalmente se impusieron en el poder aquellos grupos que, por sus actividades económicas estaban ligados a las potencias extranjeras por medio del comercio. Una clase más bien parasitaria, alejada de la idea de una pujante burguesía productiva, que vivía de colocar materia prima en el mercado mundial. La proliferación del latifundio, refuncionalizará la explotación de la mano de obra, y toda la base productiva heredada de la colonia, prefigurando a una sociedad mestiza, jerárquica, y racista. Mujeres, campesinos, esclavos y originarios, que pelearon en los ejércitos revolucionarios fueron poco a poco borrados como sujetos históricos, y sus políticos proyectos ignorados.
Todo intento de crear una industria que diera cierta autonomía a la economía, fue desplazado por el conocido modelo agro-exportador, que aumentó la dependencia del país respecto de las potencias extranjeras. Vendíamos materia prima y comprábamos productos elaborados. Finalmente estas potencias dieron el salto, y dejaron de exportarnos productos para exportarnos capital financiero en forma de préstamos e inversiones. Situación que profundizó la dependencia.
La Soberanía argentina quedó atada a la voluntad de las potencias de turno, primero Inglaterra y luego Estados Unidos. Con la complicidad de las burguesías y los distintos gobiernos argentinos, siempre endeudándonos, se ha generado un grado de dependencia económica que hace que el imperialismo defina efectivamente los lineamientos políticos, lo que nos ha dejado en un régimen semi-colonial, dos siglos después.
La deuda privada que efectivamente la dictadura estatizó, fue reconocida por la democracia, y por todos los gobiernos, que de peor o mejor manera la han pagado. El embate neoliberal de la década menemista, al vender todas las empresas estatales y liquidar la poca producción nacional que quedaba, terminó por hundirnos de lleno nuevamente en el modelo exportador de materias primas, y de total dependencia del crédito externo. Y por eso hoy podemos decir que aunque se cumplan 204 años de la independencia de España nos encontramos sometidos ante otras potencias.
Si la principal herramienta que tiene el imperialismo para someter y saquear el país es la deuda externa, la primer medida independentista es romper con los organismos financieros y las multinacionales.
El Banco Central acaba de hacer una investigación sobre la deuda contraída por el gobierno de Macri. El informe de la entidad, titulado “Mercado de cambios, deuda y formación de activos externos 2015-2019”, además de señalar que 8 de cada 10 dólares que ingresaron al país desde el exterior tenían su origen en colocaciones de deuda y capitales especulativos, devela que esa plata entró para ser fugada posteriormente, por la suma de 86.000 millones de dólares. La plata no entró entonces como ningún tipo de inversión, sino que fue directamente para bancar la bicicleta financiera.
La tesis del ministro Guzmán, avalada por el FMI, era que la Argentina tenía un problema de “sustentabilidad” de su deuda externa, por lo que no se iba a poder hacer frente a los próximos vencimientos. Por este motivo proponían una renegociación que implicaba una quita de al menos el 50% y dejar de pagar durante cuatro años, momento en el que se esperaba que la economía argentina se encontraría recompuesta. Este planteo era utópico, y solo le permitía al país recuperarse para poder volver a desangrarse unos años más. Sin embargo, era superador de lo que ahora se está dando. Aún en un contexto de recrudecimiento de la crisis de nuestra economía y del mundo, empeorada significativamente por el estallido del coronavirus, la nueva propuesta del Gobierno de Fernández reconoce 15.000 millones de dólares más que lo que reconocía hace dos meses, y contemplaría empezar a pagar en el 2021. Algo que parece bastante imposible.
Con esta nueva propuesta argentina, queda claro que si seguimos pagando continuaremos hundiéndonos, y aun más en el marco de la pérdida de empleos (según el ministerio de trabajo hay 228.000 trabajadores menos que en marzo), de rebajas salariales, y pérdida de poder adquisitivo e inflación .
No hay ningún ejemplo en el mundo, donde un país, de la mano del FMI -y pagando sus onerosos intereses- haya salido adelante beneficiando al pueblo trabajador. Muy por el contrario las exigencias de los organismos financieros siempre apuntan a la destrucción de empleos, la desaparición de derechos laborales y las reformas previsionales. Por eso ratificamos nuestro llamado a luchar por dejar de pagar y romper con el FMI mediante una pelea continental con un frente de países deudores, para dar pasos en el camino de lograr la segunda y definitiva independencia.