La sábana desnuda, poesía militante contra la cultura represiva

PRÓLOGO

Desde hace varios minutos que tengo ganas de escribir un libro como este.
Ebullición desesperante con sabor a burocracia onírica. Ladrido enclenque. Batallón de anzuelos.
Desde hace varios minutos que tengo ganas de decir que las tesis doctorales me importan un carajo y que escribir monográficamente es, para mí, sinónimo de pezones arrancados con tenazas.
Desde hace varios minutos que tengo ganas de decir que el derecho es nefasto. Que lo derecho me da nauseas. Que me enamora lo torcido. Que me deleitan mis arrugas.

Desde hace varios minutos que tengo ganas de decir que la criminología me parece obstaculizante, un límite oscuro. Que incluso su versión “crítica” me parece sumamente opaca. Sumamente dócil. Que pensar desde una única “disciplina” es caer en la más eficaz de todas las trampas del positivismo. Que necesitamos licuadoras. Que necesitamos batidoras. Que estudiar lo que te dicen que estudies es sumisión. Que la “cuestión criminal” no es una isla. Que los diplomas sirven para “caretearla”. Para tener un poco de capital simbólico. Para que algún sonámbulo elitista tarde un poco más en prejuzgarte. Que los diplomas son berretas. Cartón pintado. Que lo importante lo aprendés a pesar de la academia y no gracias a ella. Que si creés en la epistemología rizomática tenés que estudiar mucho, caminar mucho, experimentar mucho, vibrar mucho, conversar mucho, dudar mucho pero NUNCA, NUNCA, NUNCA encerrarte en tu casa a intentar memorizar qué sostuvo tal o cual autor en contraste con tal o cual teoría. Que los autores hacen caca. Mucha caca. Que por el pito o la vagina les sale pis. Mucho pis.
Desde hace varios minutos que tengo ganas de decir que hablar de “abolicionismo penal” ya fue. Ya pasó. Que la utilización de este concepto identitario cumplió su ciclo. Que aunque intentemos evitarlo de mil maneras el adjetivo “penal” tiene una carga simbólica endogámica. Que esa carga nos perjudica. Que discursivamente nos condiciona. Que no podemos facilitar los “errores” interpretativos de nuestros eventuales interlocutores. Que no podemos permitir que algún distraído piense/afirme/sospeche que sólo nos preocupan las cárceles, los sistemas de enjuiciamiento, las normas procesales o los contextos de encierro. Que los barrotes joden. Claro que joden. Pero no sólo los barrotes. Que los barrotes son apenas consecuencia. Que los barrotes son evangelio. Que los barrotes son globalización. Que los barrotes son otredad. Que los barrotes son estigmatización. Que se impone hablar de “abolicionismo de la cultura represiva”. Que Platón es enemigo. Que queremos la cabeza de Platón en una bandeja de plata. Que Dios no es amor. Que “los dioses” son mejores, más simpáticos, más falibles. Que hay mucho mercenario santificado. Que no hay nada más lindo que bajar de los altares a las momias. Que las calculadoras son decorativas.

Desde hace varios minutos que tengo ganas de decir que la alegría es miserable. Que me molestan “los felices”. La sobreactuación del “todo bien”. Que no le tengo miedo al conflicto. Que lo disfruto. Que me peleo por todo. Que no soy pacifista. Que nunca lo fui. Que nunca lo seré. Que pelear es fascinante. Que el “consenso” y la “unidad nacional” son consignas lamentables. Que la patria es un mal invento. Que ni loca me pongo una escarapela. Que a mi mamá la quiero por buena y no por madre. Que el “cuidate”, luego del saludo, me resulta amenazante. Que no me quiero cuidar cuando alguien me lo pida. Que me cuido si quiero. Y si no quiero no me cuido. Que desconfío de los curas. Que desconfío de las curas. Que reivindico la enfermedad.

Desde hace varios minutos que tengo ganas de decir que no me interesa ningún tipo de sacrificio. Que odio el trabajo. Odio los relojes. Odio los horarios. Odio la inercia. La repetición enceguecida. Que dormir me apasiona. Que dormir mientras suceden cosas “importantes” me apasiona mucho más. Que un presidente me resulta indiferente. Que un grupo de presidentes (todos juntos en un recinto cerrado) despierta mis instintos terroristas. Que una bomba colocada a tiempo no es pecado. Que nada es pecado. Que mucho es pescado. Que brindo por mí. Que las milanesas son gloriosas. Que el pan rallado es una metáfora política excelente. Que el cinismo me resulta encantador.

Desde hace varios minutos que tengo ganas de decir que el snobismo cool rebel friendly es una mierda. Que si esto del “abolicionismo” te gusta sólo un rato mejor que ni te guste. Que militar suena a “milico” pero es hermoso. Que militar no es dictadura. Que un militar es un payaso. Que transformar es obligatorio. Que “hacer cosas imposibles” es oficio. Que se puede ejercitar. Que se debe ejercitar. Karate Kid. Señor Miyagi. Encerar. Pulir. Cobra Kai.

Desde hace varios minutos que tengo ganas de escribir un libro como este.
Erudición a la basura. Binoculares con muletas.
Sacate el calzoncillo que hace calor. A la teta decile teta. Si te preguntan “cómo estás”, contales “cómo estás”.
“Poesía para despertar. Organización para no volver a dormir jamás”. Toda gran animalada se merece su grafiti.

Cartulina/ Villa Urquiza/ Diciembre 2015

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