Única convergencia: el cuestionamiento a la austeridad. Fue propuesto por el jefe del Partido Socialista Antonio Costa, un político experimentado cuya piel oscura recuerda su origen indio, hijo de comunista, un transgresor en la socialdemocracia europea. Enfurece a los socios de Bruselas (Portugal está endeudado por más del 130% de su PIB), agencias calificadoras, clases políticas europeas en el poder, que lo ven como un abandono de la política europea y demagogia.
Contra todo pronóstico y por primera vez desde la Revolución de los Claveles (1974), la izquierda se une. A pesar de su fuerte renuencia, el presidente conservador de la República Cavaco Silva se vió obligado a nombrar Primer Ministro a António Costa. El Bloque de Izquierda y los comunistas apoyaron su nominación sin participar en el gobierno. Un equilibrio criticado por la derecha que lo llama “gericonça” (traducción aproximada: “la cosa ») que parecía que no iba a ir más allá de algunos meses y lleva casi 4 años. El 66% de los portugueses apoya su acción.
En contraste con la izquierda vecina, la de Portugal respeta sus compromisos sociales. Poder de compra impulsado por el aumento en el salario mínimo y la eliminación de los impuestos exigidos por el FMI y la UE bajo “planes de rescate” anteriores; finalización del congelamiento de las pensiones y salarios en la administración pública; contrato de empleados permanentes y regreso a la semana de 35 horas abolida por el gobierno anterior; regreso a las emergencias gratuitas en hospitales, revalorización de diversas prestaciones sociales; la toma de posiciones mayoritarias del Estado en diferentes compañías desnacionalizadas y el 100% de retención pública del primer banco histórico del país, la Caja General de Depósitos.
Tales medidas casi bolcheviques con respecto a los cánones vigentes neoliberales conducirían rápidamente, pensaban en Europa, a Portugal al caos o, en el mejor de los casos, a una recaída económica. Ninguna de las dos posibilidades ha ocurrido hasta ahora. El desempleo, que se mantuvo cerca del 13% en 2014 (17% en 2013) continuó disminuyendo (7% en 2018). El PIB registró un crecimiento en 2018 del 2,1% (superior al de Francia).
Portugal casi no tiene déficit presupuestario, disfruta de uno de los mejores crecimientos de la zona del euro, ha reducido el desempleo y atrae a los inversores. El pequeño milagro económico y social de Portugal se produjo en menos de dos años con una política que se oponía a las demandas de la Comisión Europea y del FMI.
La economía portuguesa no ha disminuido sus déficits reduciendo el gasto público ni con las reformas laborales estructurales para “relajar” los derechos de los empleados o reduciendo las protecciones sociales como lo recomienda la Comisión Europea y el FMI. Una opción tomada que explica la irritación mostrada muy claramente por Bruselas.
Las decisiones económicas y sociales de este gobierno se han tomado dentro de una política claramente anti-austeridad y contraria a la practicada por el anterior gobierno de derecha que había congelado el salario mínimo y las pensiones, aumentado los impuestos y reducido las ayudas públicas. Esto no había ayudado a reducir significativamente el déficit presupuestario o el desempleo sino que había hecho explotar la precariedad y la pobreza en el país.
El salario mínimo se incrementó desde 2016 a cambio de cotizaciones más bajas para los empleadores: del 23% al 22%. Estos aumentos en el salario mínimo portugués han pasado el salario mínimo de € 505 a € 557. Luego se tomaron medidas económicas con vocación social pero también de reactivación del poder de compra: aumento de las pensiones y subsidios familiares; refuerzos de la legislación laboral; reducción de impuestos para los empleados más modestos; finalización de las privatizaciones de los servicios públicos y de la infraestructura; programa de lucha contra la precariedad. También está previsto abolir los recortes en los ingresos de los funcionarios públicos y reducir su tiempo de trabajo a 35 horas a la semana. Desde el punto de vista puramente económico, la estrategia portuguesa no ha estado en línea con las demandas de la « troika » pero ha dado sus frutos.
El nuevo modelo portugués es muy discreto. Desde la crisis financiera de 2008 y la crisis de la deuda soberana de 2010, la mayoría de los países del sur de Europa no han podido sacar su cabeza del agua: los déficits presupuestarios a menudo son más altos que los estándares europeos, el desempleo todavía es muy alto y persisten los problemas sociales causados por la precariedad. Los préstamos otorgados por el FMI bajo los auspicios del BCE y la Comisión Europea para ayudar a estos países a recuperar cierta fortaleza y pagar sus deudas, han estado acompañados por obligaciones de reducción del déficit, por un menor gasto en demandas específicas como la congelación de los salarios de los funcionarios públicos, las pensiones de jubilación y las menores prestaciones sociales. Estas políticas de austeridad han sido acompañadas por reformas estructurales del mercado laboral destinadas a rebajar los derechos de los empleados y mejorar la competitividad de las empresas que es una demanda de Bruselas. Grecia, Italia o España han llevado a cabo estas políticas de austeridad y reformas sin éxito concreto, igualmente que Portugal hasta 2015 y luego Portugal ha demostrado, en los últimos cuatro años, que una política opuesta a las políticas de austeridad y basada en un resurgimiento de la demanda y la mejora de la protección social, podía funcionar.
El éxito no hace de este proceso un cuento de hadas. Incluso facilitada por las bajas tasas de interés, la deuda pública de Portugal sigue siendo la tercera más grande de Europa en términos relativos (130%) detrás de Italia (133%) y Grecia (180%). Portugal convaleciente lanzó oficialmente en 2014 un plan de ayuda internacional instrumentado bajo la tutela de la Troika (BCE, Comisión Europea, FMI) contra un préstamo de 79 mil millones de euros y su sombra sigue flotando… el Primer Ministro, que está muy vigilado, no lo ignora. Además del aumento de las pensiones, el presupuesto de 2018 compensa una sutil redistribución de los impuestos indirectos.
Corolario de su situación general, el otro punto sensible de Portugal es de orden demográfico y migratorio. Con una de las tasas de natalidad más bajas de la Unión Europea, su población está envejeciendo: casi un tercio de su población son jubilados. Después de la euforia del crecimiento en la década de 1990, la crisis económica la ha convertido en una tierra de emigración. En 2012, un pico de infortunio y de austeridad hizo que 10.000 jóvenes salieron del país cada mes. Incluso la población escolar se ha derrumbado. Y si una serie de medidas fiscales favoreciendo la instalación de miles de adultos mayores (especialmente franceses e ingleses), trae más dinero que nueva sangre.
Lejos de los países del norte y del este de Europa que compiten para cerrar sus fronteras, Portugal anuncia en voz alta y clara su deseo de albergar a más de 10.000 inmigrantes de Medio Oriente y Afganistán y prepara estructuras por eso. “Un acto moral y una buena oportunidad para repoblar las áreas rurales”, señala el Primer Ministro de un país … sin extrema derecha.