El 20 de mayo de 2019, 32 años después, la historia no es muy distinta. La Masacre de San Miguel del Monte en manos nuevamente de la misma fuerza, se cobra la vida de Aníbal Suárez (22), Gonzalo Domínguez (14), Danilo Sansone (13) y Camila López (13), un grupo de pibes, tres de ellos niños, que cantaban y reían en un Fiat 147, por las calles de un pueblo apacible.
¿Qué hay en el medio? Ni más ni menos que 35 años de una democracia ensangrentada con 6500 muertes, de las cuales sólo el 10% llega a juicio, y en los cuales las condenas justas pueden contarse con los dedos.
¿Qué hay en el medio? Un asesinato cada 22 horas por parte de las fuerzas policiales.
¿Qué hay en el medio? Un descenso estrepitoso y escalofriante del rango de edad propicio para ser fusilado.
¿Qué hay en el medio? Un aparato represivo infectado, fétido, dirigido y entrenado por partícipes de alto rango del terrorismo de Estado de la dictadura cívico-eclesiático-militar.
¿Qué hay en el medio? Miles de familias que un día se encuentran escribiendo el nombre de su pibe o su piba con un fibrón en un afiche que cuenta con letras apretadas la historia que alguien, al menos alguien va a leer, en alguna marcha.
¿Qué hay en el medio? Generaciones que son hijas del gatillo fácil. Huérfanas por el gatillo fácil. Crecidas en el gatillo fácil. Rabiosas y dolientes cada vez que se gatilla fácil en este país pero sólo unos pocos escuchan, aunque las balas repiqueteen cerca.
En más de tres décadas, las fotos en pancartas, volantes fotocopiados, en cartelitos colgados y apretados fuerte contra los pechos de las mujeres que les parieron, se multiplicaron en una marea inmensa. Como caminitos de hormiga, desde los confines conurbanos, con las monedas contadas, con el rostro extrañado estampado en la remera, viajando en bondi, tren, otra vez bondi y viceversa. ¿Cuántos no son noticia? ¿Cuántos no son casos judicializados sino naturalizados? ¿Llegarán alguna vez a comprender eso los vociferadores de la “inseguridad”, los defensores de la mano dura y de la baja de edad de imputabilidad? ¿Los que todavía tienen el tupé de argumentar que el problema no es toda la institución sino “algunos malos policías”? ¿Llegarán a imaginar siquiera un poco de una cotidianidad, más allá de sus confortables vidas, donde morir por una bala policial es casi una causa de muerte natural?
¿Por qué la sociedad no salió a reclamar en las calles el fusilamiento, en Tucumán, de Facundo Ferreyra de 12 años? ¿Por qué buscaron las mil formas de justificar la imagen de un niño con un tiro en la nuca replicando que era un negrito chorro? ¿O el tiro en el pecho del niño quom Ismael Rodríguez, en Chaco, al que llamaron planero y saqueador? ¿Por qué algunas muertes movilizan más lo poco que queda de sensibilidad social que otras muertes? La Negra Verdú da en el clavo cuando dice: “si esto hubiera pasado en La Matanza, los titulares de todos los diarios estarían hablando de la banda de pibes chorros. Esto, en Monte, donde todo el mundo se conoce, no pudo ocurrir.”
¿Acaso la liviana predisposición a creer las bizarras versiones policiales de los hechos dependiendo de quiénes son las víctimas no se llama complicidad civil? Se trata de “construcciones” fogoneadas por los organismos de DDHH, como bien dijo Patricia Bullrich, uno de los personajes más siniestros de la historia y que nada tiene que envidiarle a Patti o a Camps.
¿Acaso la compartimentación de esta causa durante toda la democracia cuando se trata ni más ni menos que de crímenes de Estado no da cuenta del alcance social de un profundo racismo y clasismo? Cuando se dice que el gatillo fácil es una deuda de los gobiernos democráticos, se siente una estocada en este puñal clavado. Porque las deudas se negocian, se traspasan, se dejan, son un pendiente para algún día. Las deudas son cuestiones con las que se aprende a convivir y lidiar. Se les puede hacer la vista gorda según convenga. ¿O no? El gatillo fácil no es deuda, es impunidad. Es un lado o es el otro, lo demás se llama complicidad. Es muy traslúcida la diferencia que existe entre celebrar disparos por la espalda y hacer oídos sordos a la celebración del horror.
Llegará el día que estos orificios en el alma dejen de ser gritos acorralados por tanto silencio, y el dolor de la ausencia, de la injusticia, de la barbarie en patrullero, sea, al fin, memoria colectiva.