El derecho a estudiar, a trabajar y a percibir peculios en el contexto carcelario es un tema que resultó un debate social hace algunos años, y que progresivamente la implementación de políticas educativas dejó hace tiempo de serlo, al aplicarse la formación dentro del contexto carcelario desde niveles de alfabetización hasta estudios secundarios y talleres de formación profesional y en oficios.
Sin embargo, los incentivos parecieron concentrarse, en toda Argentina, en cubrir mayormente los aspectos educativos y el desempeño real de una actividad laboral dentro del contexto de encierro parece estar más relegada.
En Corrientes, desde hacen poco más de dos años, nació dentro del Penal Nº 1 y de la mano de la Red de Derechos Humanos, el Colectivo de artistas y trabajadores en contexto de encierro llamado en guaraní “Yajá Porá”. La frase que significa “vamos para adelante”, o “vamos bien”, lo cual se convirtió en el leit motiv de quienes integran la agrupación. Buscan, además de su formación, la oportunidad de trabajar incluso “desde adentro”, con la idea de ayudar a sostener económicamente a sus familias y de volver a la sociedad con un trabajo digno en marcha.
Época dialogó con cinco de sus integrantes, quienes debieron firmar una autorización de consentimiento previo para conceder la entrevista. Dentro de las paredes de la cárcel, quienes impulsan los proyectos de “Yajá Porá” relataron su realidad, y una mezcla de sensaciones que comparten por la vivencia.
No hay un número exacto de personas que lo integran, por la simple razón de que algunos van saliendo en libertad y dejando a sus compañeros “adentro”, y otros nuevos se van sumando. No obstante, con los talleres y propuestas que desarrollan, suelen vincularse en un aproximado 10% de la población del penal, es decir, unas 50 personas.
Viven el día a día, pero proyectan a futuro. Son conscientes de que el crecimiento económico y laboral es limitado en el contexto carcelario. Sobre todo porque se les impone la imposibilidad de formalizar legalmente aportes fiscales, y tener acceso a facturar por sus trabajos. Pero pese al obstáculo, aspiran, a la par que los miembros van terminando sus condenas, a conformar una cooperativa que los nuclee y que tenga las bases en este colectivo que ya tiene varios años de andar.
“Ya estamos desde ahora, trabajando entre quienes están afuera y quienes seguimos acá. Ellos nos ayudan, a comprar materiales, a hacer entregas de los pedidos y cosas así. Y están también mostrando con su ejemplo que al salir pueden desempeñarse laboralmente de manera positiva en la sociedad”, explicó Alejandro Pizarro, quien coordina, como un presidente virtual de una cooperativa, las tareas generales dentro del grupo
Allí desarrollan actividades artísticas, artesanales, gráficas, plásticas, de serigrafía textil y de mueblería, aunque según los talentos, las alternativas parecen expandirse. Tienen una habitación destinada para esos fines dentro de la cárcel, un lugar al que tienen acceso en cualquier momento dentro del horario permitido: de 8 de la mañana a 18. Allí mismo funciona también un centro de facilitación judicial. A través de este espacio se dictan, en conjunto con la Red de Derechos Humanos, el Fondo Nacional de las Artes y la UNNE, talleres de guaraní, plástica, teatro, guiones de cine, tallado de hueso, música y trenzado de cuero. Y entre los proyectos que están fraguando, aspiran lograr la posibilidad de dictar clases de nivel superior, para aquellos reclusos estudiantes que vayan completando sus estudios secundarios.
En las actividades laborales, comenzaron con herramientas prestadas de quienes ya están en libertad. Luego con trabajos de carpintería y artesanías lograron reunir el dinero para imprimir las primeras tiradas de agendas “Yajá Porá”. Así, con lo recaudado, pudieron proveerse de una anilladora, guillotina e impresora; y conformar una mini imprenta, donde imprimen trabajos si hay demanda del exterior. Actualmente imprimen un libro de poemas escrito por las mujeres privadas de su libertad que se alojan en el Instituto Pelletier. Del mismo modo, pudieron equiparse con herramientas de carpintería, un oficio que Marcello Doria aprendió integralmente en la cárcel. “Ya sabía mecánica y tenía algo de conocimiento, pero acá me fui perfeccionando. Primero adquirimos un torno, luego una amoladora y otras herramientas. Hasta que logramos vender unas bajo mesadas de madera al INTA de Riachuelo por intermediación de la Red”, relató. El contacto y los pedidos llegan también a través del Facebook del colectivo “ajá Porá”, que administra Hilda Presman, referente de la Red de derechos humanos, quien tiene un contacto casi cotidiano con los integrantes del colectivo. “Apostamos a estos espacios porque creemos que la reinserción no es a futuro, es hoy. Hay que ir caminando, generando puentes entre el adentro y el afuera. Sino esto es una burbuja”, explicó Presman.
Entre otras cosas, la referente subrayó que Yajá Porá es “la única agrupación que trabaja con personas privadas de su libertad. Hubo otras experiencias que se frustraron con el tiempo. La única actividad colectiva de estas características en el Penal 1 es esta”, afirmó. A Doria y Pizarro lo acompañaron Claudio Finamore y Claudio Lezcano, cada uno con sus propias historias para contar. El primero es un recluso rosarino, que está muy cerca de cumplir con la mitad de su condena, y se prepara para salir en libertad condicional el año próximo. ¿Qué pensas hacer cuando puedas empezar a salir?, preguntó época. Claudio relató que se prepara para cursar la carrera de agronomía en la Universidad, y aprovechó el diálogo mediático para pedir a la sociedad la donación de los libros de matemática de Tapia, una bibliografía necesaria para prepararse antes de la cursada.
Mientras tanto, se dedica al estampado textil en remeras. Aprendió la técnica con gente que comenzó a capacitarlos, pero dejaron de concurrir al poco tiempo. “Eso fue una frustración, pero continué aprendiendo por Internet, bajando videos e intentando las técnicas”, relató. Sin embargo le hace falta maquinaria e insumos para poder abastecerse. Sólo cuenta con una mesa para hacer estampados e insumos apropiados. “Nuevo Reino será la marca que tengo pensada rubricar, en alusión al “Nuevo Reino Celestial”, dijo Finamore, quien espera que ese espíritu emprendedor no se quede sólo en una iniciativa. “Cuando se fueron quienes venían a trabajar al Penal, lo poco que rescaté de materiales se quedó a la intemperie. Ahora me dieron un pedacito de pabellón para instalarme, pero sería de gran ayuda un aporte en materiales para poder continuar”, deslizó.
Lezcano por su parte mantuvo un silencio pero mucha atención en la charla durante toda la visita. Mientras sus compañeros contaban sus aspiraciones, el aprovechó el tiempo para continuar con la labor de anillar agendas. “Es una responsabilidad entregar y terminar los trabajos a tiempo”, aseguró. Como desafío personal, Claudio Lezcano termina la secundaria este año dentro de la cárcel, y además asiste a las clases de guaraní. Por iniciativa suya, el grupo de esta clase se alista para preparar un diccionario de palabras, términos y frases de guaraní castellano que pretenden luego editar ellos mismos. “El colectivo “Yajá Porá” y la Red de Derechos Humanos persigue que se dignifique el trabajo. Porque ellos están necesitando proyección de vida. Y tratamos de que el trabajo sea valorizado, que se cobre como corresponde, y que ninguna organización quiera lucrar con la situación de las personas en contexto de encierro”, subrayó Presman, quien ofició de anfitriona en la charla. Conseguir que el Estado permita la inscripción de los reclusos en un monotributo social es un desafío que se plantearon en conjunto. “Legalmente no pueden registrarse en AFIP, y por lo tanto no pueden facturar. Creemos que el monotributo social los comprende plenamente, porque es para personas excluidas, en situación de vulnerabilidad”, explicó Presman. “La ley es ambigua al respecto. Porque la persona que tiene semilibertad puede tener monotributo, aun que vuelva a dormir a la cárcel. Pero no lo permite para alguien que trabaje en contexto de encierro. Lo que hicimos fue una presentación a principios de junio ante la Defensoría del Pueblo de la Nación, y estamos esperando una respuesta”; anticipó.
Marcello Doria puso su propio caso como ejemplo. “Quiero sostener a mi familia que está afuera”, reforzó. “Es muy fuerte la ruptura de los lazos, de los vínculos, y cuando la familia tiene que sostenerse afuera y además sostener al que está adentro se deterioran”, explicó Hilda. “Sería mejor poder aportar a la casa, a tener una obra social, a sostener a los hijos”; remarcaron. En el plano colectivo, otra restricción legal es la de conformarse oficialmente como cooperativa. “Por eso nos manejamos con un criterio cooperativo no formal. Funcionamos de hecho, y buscaremos la manera de formalizarnos una vez afuera. Nos enseñan a respetar y reconocer la ley. No vamos a lanzarnos chicaneando, porque estaríamos empezando mal. Pero nos beneficiaría encontrar algún modo de formalizarnos”, reflexionó Pizarro. Durante este fin de semana, quienes tienen permiso de las autoridades carcelarias para salir por un rato, estarán en un stand en la Bienal de Resistencia, exhibiendo sus trabajos y artesanías.
“Se trata de establecer una malla de contención, y luego impulsarnos entre nosotros, con un efecto contagio sobre otros reclusos”, apuntaron al final. No es para menos, las artesanías de los integrantes del penal tuvieron dos espacios para la promoción de las artesanías correntinas, banners institucionales de productos y folletos motivacionales. Día del Niño Como hace un par de años, desde hace unos meses “Yaja Pora” arrancó con los preparativos para los festejos del Día del Niño en la Unidad Penal Nº 1. La idea es hacerlo el último domingo de agosto, o sea el 31 de agosto. La idea es reeditar los juegos con inflables, las acrobacias de Manjula, actividades de lectura, plástica, dibujos, compartir juguetes, chocolate, tortas y golosinas. Una verdadera oportunidad para quel los internos puedan pasar con su familia, con sus niños y niñas.