Saudade de Aute

(APL) Días atrás partió Luis Eduardo Aute, cantautor, pintor, escultor, actor y cineasta. Mundialmente conocido por su tema «Al alba», que compuso en homenaje a los últimos fusilados por el dictador Francisco Franco, en 1975, en España. Le hice una entrevista en Ferro y nos dimos un abrazo porque Aute no podía creer que TODO el estadio entonara la canción junto a él. Estaba realmente emocionado, con los ojos humedecidos, aunque una bella mujer le brindó contención. Lo que sigue es una «saudade», de Alejandra Benaglia, gran amiga, periodista y referente feminista con la que estudiamos juntos en el Círculo de la Prensa, allá lejos y hace tiempo, con un Grupete que aún nos une un profundo afecto, la polémica política y el vino tinto. Lo vivido entre Aute y «Ale», una historia minimalista, lo exhibe como lo que fue: Un grande colmado de talento y humildad,  como son los grandes de verdad.

(Por Alejandra Benaglia) Tengo la suerte de ser una de esas personas que vivió una historia con su ídolo.  Ser periodista me posibilito acercarme físicamente a Luis Eduardo Aute, que ya formaba parte de mi vida a través de su música y sus pinturas. El día que lo conocí, en una rueda de notas en un hotel porteño allá por 1998, le di un encendedor (había perdido el suyo) para prender su cigarro. Cuando me lo devolvió, le dije que se lo quedara a lo que preguntó cómo podía pagármelo. Le pedí atrevidamente: Quiero un dibujo y que me cantes “La belleza”. El dibujo, hecho detrás de la gacetilla y ya casi ilegible, es el primero que muestro y dice: “Para Alejandra, que lo enciende y entiende todo este beso encendido”. Y “La belleza” fue el tema con que el que abrió el show, buscándome en las primeras filas al cantarla (bueno, eso es lo que sentí yo, permítanme la ilusión).

Con los años, un puto caño roto en la pared arruinó mi dibujo humedeciendo el papel y mi privilegio de tenerlo. Volvió en el 2009 a Buenos Aires para otra serie de conciertos y pedí, obviamente, otro reportaje para el medio en que trabajaba. Fui, lo hice (debo asumir que no me reconoció) y cuando termine saque mi dibujo maltrecho y se lo mostré acongojada. Ahí se acordó, me abrazó y dijo: “Todo tiene solución”. Agarró una hoja e hizo el segundo dibujo que dice: “Para Alejandra, once años después del ‘incendio’ este beso nuevo, tan encendido, o más, que el otro. Ahí va…”

Cuando terminó me pidió que no tirara el viejo y que los pusiera juntos en un marco. “Ahora tenés dos, no te podés quejar”, dijo entre risas cuando nos despedimos.

Esos dibujos ocupan un importante lugar en mi casa (y en mi vida).

Gracias Luis, hoy te despido con el alma húmeda, con nuestra complicidad grafitada en papel y los giralunas que te marcan el camino al cielo mientras te escucho cantar.