Tras enterarse de la novedad, Cibotti llamó a sus abogadas Mariana Casas y Flavia Massenzio para consultarles los alcances del fallo. “Están estudiando la letra chica desde ayer para ver si es favorable o hay alguna cuestión que apelar. No me habían avisado para no generar falsas expectativas”, comenta. El fallo, al que tuvo acceso esta agencia, le ordena al gobierno de Mauricio Macri “presentar un detallado informe de lo actuado dentro del plazo de 30 días de notificada la presente”.
Desde que supo que tenía sida, en 1998, Cibotti comenzó un tratamiento en el Hospital General de Agudos Tornú, que pronto le trajo otros dolores asociados. En 2002, la medicación le produjo una neuropatía. “Sentía un dolor en los pies, como si los tuviera inflamados”, cuenta. En 2009, se quedó sin trabajo —era coauditor de alimentos y bebidas en colegios porteños y la administración macrista cerró el programa— y la depresión le desató una polineuritis sensitiva en los nervios periféricos, que es la falta de mielina en los nervios superficiales debajo de la piel. “Para que te des una idea, es una quemazón muy intensa, como cuando te quedás dormido al sol y te arde todo”, explica. De un total de diez días, Alejandro pasaba “ocho que eran críticos, y dos regulares. Ahora la proporción se invirtió”. Además del dolor, tenía calambres: había noches en que le daban doce calambres.
Cibotti llegó a tomar un cóctel de 16 pastillas diarias de cinco drogas distintas. En cuatro meses, debió aumentar la dosis de metadona —un opiáceo—de 5 a 21 gramos, además de 450 gramos de pregabalina, 1500 milgramos de paracetamol, 75 de amitriptilina, rivotril, clonazepan. “Y lo peor es que yo le decía a mi médica anestesista del Tornú que, a pesar de todas esas drogas, el dolor no se iba”, asegura.
Para aliviar la desesperación, Alejandro probó reiki, yoga y cualquier terapia alternativa. Un día, se topó en internet con la variante del cannabis medicinal. A través de “una organización”, probó el cannabis preparado en aceite y, enseguida, sintió un alivio enorme, no sólo físico sino emocional. Durante dos meses lo consumió sin contárselo a sus médicos. Hasta que decidió decirle a Teresa Franco, anestesista y directora del Centro del Dolor del Hospital Tornú. “Me dijo que no podía prescribirlo –relata– porque estaba prohibido, pero se mostró a favor de que lo consumiera.”
Fue entonces, hace tres años, cuando presentó el amparo contra la Ciudad Autónoma de Buenos Aires para que “revoque el acto denegatorio emanado del Hospital General de Agudos Tornú”. El paciente le pedía al gobierno municipal que le suministrara la sustancia en su forma natural, o que le permitieran cultivarlo.
En nueve meses, Cibotti dejó de tomar prácticamente toda la medicación. Y la depresión también se le fue. “Aunque estoy jubilado por incapacidad, siento que puedo trabajar, jugar con mis nietos, disfrutar de una asado con la familia. Antes vivía desesperado por los dolores y estaba de mal humor siempre”, recuerda. Y completa: “Me sacó una sonrisa”.
En los fundamentos del fallo, el juez Scheibler asegura que “la urgente necesidad de encarar una revisión de la actual política para enfrentar el problema de las drogas se pone de manifiesto incluso en los principales países que han sostenido históricamente las posiciones más restrictivas en la materia”. Ejemplifica con Estados Unidos: afirma que a pesar de “la penalización existente a nivel federal respecto del cannabis, un número creciente de estados de los Estados Unidos —más de dos tercios— poseen en la actualidad normativa que se aparta de ella (ya sea legalización del uso recreativo, del uso medicinal, penalizaciones más leves, etc.)”. Y concluye la idea declarando que el tema ha dejado de ser un tabú y ha llegado a las portadas y notas editoriales de los medios más poderosos: National Geographic y New York Times.
Por último, antes de anunciar que acepta la acción de amparo de Cibotti, el magistrado Scheibler cita un fragmento del discurso del impulsor de la “ley seca” en los Estados Unidos, unos instantes antes de su entrada en vigencia: “Esta noche, un minuto después de las doce, nacerá una nueva nación. El demonio de la bebida hace testamento. Se inicia una era de ideas claras y limpios modales”. Scheibler sostiene que los vaticinios del legislador no se cumplieron, y traza un correlato con la legislación actual. “Nuestro actual diseño legislativo en la materia, que penaliza el consumo, se plantea similares objetivos mediante similares métodos. La realidad, una vez más, nos devuelve un resultado diferente”, concluye en el fallo.
“Más allá del precedente que sienta, y el alivio personal, abre una ventana de esperanza para mucha gente que padece dolor y no lo puede parar con nada”, afirma Cibotti, a quien se lo escucha emocionado. Hoy, Alejandro integra la RUCAM (Red de usuarios de cannabis medicinal). Todos los miércoles se para en la esquina de Callao y Rivadavia, hablando con los vecinos y los legisladores, con una bandera que pregona el uso legal de la marihuana medicinal. “El dolor no espera”, dice la tela.