(Por Leandro Albani para La tinta) La invasión militar turca contra los pueblos de Rojava deja en evidencia los “métodos” de las fuerzas ocupantes para expulsar a las poblaciones originarias. Desde el inicio de la invasión de Turquía al Kurdistán sirio (Rojava) el pasado 9 de octubre, se multiplicaron las denuncias contra las tropas turcas y sus aliados mercenarios -agrupados en al menos 29 organizaciones armadas irregulares-, por la utilización de armas químicas contra la población. La primera señal de alerta la dio el 17 de octubre el doctor Faris Hemos, que se desempeña en el hospital público de la ciudad Haseke. El médico denunció que “a pesar de que no podemos establecer exactamente qué arma ha causado estas quemaduras, podemos decir que el Estado turco ha utilizado armas químicas”. A partir de ese momento, las autoridades de la Administración Autónoma del Norte y el Este de Sira (AANES) efectuaron varias denuncias al respecto.
El viernes pasado, se conoció el Informe sobre el uso de armas químicas por las Fuerzas Armadas turcas en el norte de Siria, realizado por el médico sueco-iraní Abbas Mansouran, que trabaja como voluntario en el hospital de Haseke. Masouran es egresado de la carrera de Epidemiología en la Universidad Shiraz y director de investigación en el instituto PEAS, en Suecia, desde 2013.
En la investigación, el médico explicó que en Haseke conoció “a muchos pacientes con quemaduras graves, que consideraría anormales en función de mis experiencias como fundador y como responsable del comité de control de infecciones adquiridas en el universitario de Shiraz, en el sur de Irán”. Para Masouran, los heridos que atendió tenían quemaduras que no eran típicas, por lo cual le resultó “evidente” que eran “manifestaciones específicas del uso de armas químicas”.
El especialista aseguró que “el fósforo blanco y otros químicos desconocidos, como las municiones explosivas de metal inerte denso (DIME), se usaron en octubre en Rojava”. Masouran puntualizó que alrededor de 30 víctimas civiles, incluidos niños, “fueron ingresadas en el hospital principal de Haseke con estas quemaduras severas e inusuales, y lesiones por humo en sus caras, oídos y otras áreas”.
“Las municiones de fósforo blanco pueden adherirse a la ropa y penetrar profundamente en la piel –detalló el médico-, causando quemaduras severas y a menudo fatales en los huesos. Continúan quemándose incluso cuando se les priva de oxígeno atmosférico y lo hacen hasta que se agota completamente el material de fósforo. Este producto químico puede causar daños al corazón, hígado y riñones, y la inhalación de humo de fósforo blanco puede causar problemas respiratorios fatales”.
En el informe, Masouran presentó una serie de características que observó en las víctimas. Entre ellas, se destacaron que las lesiones “eran de apariencia negra, profundas, de tamaño variable y consistían en múltiples puntos”, además de que las víctimas fueron “cubiertas por un humo frío”. A esto se suma que los fragmentos de las bombas que se adhirieron a la piel de los afectados “causaron manchas que parecían gotas”. También se constató que “algunos de los heridos tenían problemas respiratorios”, debido al humo “con la apariencia de polvo de carbón”. Entre los heridos, al menos seis “tenían quemaduras oculares muy graves” y todas las víctimas “que padecían un tipo de neurotoxicidad se manifestaron en los nervios periféricos y tenían una sensación sensible irritable y dolorosa cuando tocaba incluso la piel no quemada”. Las últimas características relevadas por Masouran mostraron que la mayoría de los heridos “exhibieron síntomas similares a los obtenidos de las minas terrestres, pero no se observó evidencia de metralla en las heridas”.
Al explicar el tipo de armamento utilizado, el médico señaló que las fuerzas turcas pudieron usar “otro tipo diferente de bombas químicas, similares a las bombas explosivas de metal inerte denso (DIME)”, conformadas por una “aleación de tungsteno consisten en micro metralla de 1 o 2 milímetros de metales pesados como cobalto, polvo de tungsteno y níquel en microfibras. Las características de las lesiones por DIME son muy similares a las municiones de fósforo blanco y a menudo son fatales”.
Por último, Masouran especificó que “debido a la gravedad y las situaciones que amenazan la vida de los heridos y la escasez de atención médica en Rojava, tuvimos que transferir a la mayoría de los heridos a hospitales en el Kurdistán iraquí. Estos pacientes deben ser seguidos por cualquier efecto cancerígeno y otras complicaciones”.
El domingo pasado, Ilham Ahmed, copresidenta comité ejecutivo del Consejo Democrático Sirio (MSD), que integra la AANES, demandó a Estados Unidos que inicie una investigación sobre el uso de armas prohibidas por parte de Turquía. Ahmed también pidió a Washington que revise la venta de armamento a Ankara y preste atención sobre la utilización de armas vendidas por la Casa Blanca.
A finales de octubre, The Times publicó un artículo de la periodista Lucy Fisher, que se refiere a las preocupaciones por las ventas de productos bélicos con fósforo blanco por parte de Gran Bretaña a Turquía. Fisher recordó que los ministros británicos en las últimas dos décadas emitieron más de 70 licencias de exportación hacia Turquía para productos militares que pueden contener fósforo blanco.
“Los kurdos, que han sufrido heridas graves, han presentado pruebas convincentes de quemaduras de fósforo blanco en el noreste de Siria la semana pasada –escribió la periodista-. The Times vio de primera mano las quemaduras de Mohammed Hamid, de 13 años, un kurdo-sirio que, según testigos, fue quemado durante el ataque de un avión turco a la medianoche del 16 de octubre”.
El diario The Guardian publicó las declaraciones de Hamish de Bretton Gordon, ex comandante del regimiento químico, biológico, radiológico y nuclear de Gran Bretaña, que vio las fotos de los heridos por los bombardeos turcos en Rojava. El ex militar aseguró: “El culpable más probable es el fósforo blanco. Es un arma horrible y se ha usado repetidamente durante la guerra civil siria; desafortunadamente su uso se ha normalizado cada vez más”.
Quien también llamó la atención sobre la posible utilización de armamento prohibido en el norte y el este de Siria fue el diputado británico Jamie Stone, que declaró que las ventas de su país de productos de fósforo para uso militar a Turquía eran “profundamente preocupantes”. “Está claro que el gobierno tiene preguntas que responder. Si agitamos los dedos hacia otras naciones, tenemos que ser muy limpios”, aseveró el legislador.
El 21 de octubre, la revista Newsweek publicó una serie de imágenes tomadas por la fotógrafa danesa Thea Pedersen, que muestra a los heridos por los ataques turcos. En el artículo, se recordó que el fósforo blanco “no es técnicamente ilegal, ya que se usa ampliamente para bengalas o cortinas de humo, pero el Protocolo III de la Convención sobre la Prohibición del Uso de Ciertas Armas Convencionales restringe su uso en áreas muy pobladas por civiles. Sin embargo, muchos países, incluido Estados Unidos, han seguido haciéndolo”.
Hasta el momento, el gobierno turco rechazó las denuncias en su contra. Pero esta no es la primera vez que Turquía es acusada de utilizar armas prohibidas. A principios de 2018, cuando Ankara lanzó la operación militar contra el cantón kurdo de Afrin, también en el norte de Siria, las autoridades regionales denunciaron que la aviación lanzaba bombas químicas. En noviembre de 2018, el representante del Ejecutivo sirio en la ONU, Bashar Jaafari, denunció que “a través de organizaciones terroristas, Turquía ha usado armas químicas en Alepo”. “Los terroristas no podrían haber usado armas químicas si aquellos que los controlan no dieran luz verde a este intento. Sabemos quién les dio armas químicas. Es decir, principalmente los turcos”, aseveró el representante diplomático.
Mientras tanto, las fuerzas militares de Ankara y sus mercenarios aliados continúan con los bombardeos sobre ciudades y aldeas del norte y el este de Siria. Aunque el gobierno de Recep Tayyip Erdogan firmó acuerdos de alto el fuego mediados por Estados Unidos y Rusia, nunca los respetó. A su vez, mantiene su política de avanzar sobre el territorio pese a que el “acuerdo de Sochi”, rubricado con Moscú, establecía las zonas en que las fuerzas turcas se quedarían.
Desde que comenzó la invasión de Turquía a Rojava, más de 200 civiles fueron asesinados y miles resultaron heridos. Los ataques continuos y el terror desplegado por las milicias islamistas socias de Ankara, generaron el desplazamiento forzado de al menos 300 pobladores.