Luego de más de dos meses de proceso judicial y una larga espera se conoció la sentencia en el juicio por la Masacre de Pergamino. El tribunal presidido por el juez Guillermo Burrone condenó a la totalidad de los imputados, aunque con penas diferenciadas y otorgándoles el beneficio, a cuatro de ellos, de la prisión domiciliaria. Llueve a baldazos en Pergamino. Es una jornada gris, que comienza bien temprano, cuando a las nueve de la mañana las familias de los siete pibes asesinados por el Estado brindan una breve conferencia de prensa en el interior del Poder Judicial sobre la calle Pinto. Están junto a Nora Cortiñas, madre de Plaza de Mayo Línea Fundadora y “la madre de todos nosotros”, como dijo Cristina Gramajo, la madre de Sergio Filiberto. Cuarenta minutos después el tribunal conformado por Guillermo Burrone, Miguel Gáspari y Danilo Cuestas ingresa a la sala, dispuesto a comunicar el veredicto (las penas) y la sentencia (los fundamentos) y finalizar, de este modo, con una incertidumbre que parece eterna. Segundos antes del ingreso de los jueces, los imputados, menos Sebastián Alberto Donza y Alexis Eva, se sientan del lado derecho de la sala. (Por El Diario del Juicio*)
Burrone habla más de una hora y media casi sin interrupciones, salvo breves sorbos que da a un vaso que contiene, a simple vista, agua mineral. Lee el voto del juez Gáspari. Al final de cada tramo dirá que los otros dos lo respaldan. La argumentación es ordenada y contundente, y abre planteando que “se van a escuchar cosas que van a molestar”, en señal de advertencia. En primer lugar, realiza un recorrido a modo introductorio recordando los pedidos de la querella y la defensa. Luego, y con una metodología muy pragmática, anticipa los diferentes ejes que compondrán su discurso argumentativo: los hechos y las responsabilidades, lo atroz de la muerte de los pibes y las consecuencias sobre los sobrevivientes y las víctimas.
HECHOS CLAROS
El juez principal realiza un recorrido metódico y detallista sobre lo ocurrido el 2 de marzo de 2017 en la Comisaría Primera. Dice que queda probado que ninguno de los policías que se encontraban en la dependencia hizo absolutamente nada para salvar a las víctimas. Donza, Eva, Giulietti, Carrizo, Rodas y Guevara no sólo no colaboraron sino que obstruyeron a aquellos que sí intentaron sofocar el incendio e ingresar a la celda 1 para sacar a los pibes. Burrone menciona en muchas oportunidades que el fuego comenzó poco antes de las 18:16 y que hubo tres momentos. El declarado, es decir cuando se llega a un punto en donde no se puede apagar salvo con agua a mucha presión, se da alrededor de las 18:40; es decir, los policías tuvieron más de media hora para accionar, pero no hicieron nada. El tribunal da por veraz las declaraciones de los bomberos voluntarios, que narraron que no sólo nadie ayudó sino que cuando pidieron las llaves para entrar a la celda se tardaron quince minutos vitales hasta que aparecieron. Y sepulta a Guevara, que mintió cuando dijo que llamó a los bomberos voluntarios, cosa que nunca pasó. También son falsos los testimonios de Eva y Giulietti, que plantean que ayudan a los bomberos, y las declaraciones de la policía motorizada. El fallo insiste con algo trascendente: los policías priorizaron la seguridad por sobre la vida humana y estaban al cuidado de todos los presos. Por otro lado, no se usaron los dos matafuegos que estaban en la dependencia, uno en la oficina de guardia y otro en la del comisario, que hubiesen sido claves para sofocar el fuego en su primera etapa. No es un dato menor. Los policías llegaron a decir que no había matafuegos.
Las declaraciones de los sobrevivientes y de Virginia Creimer, perito criminalística, son importantes no sólo para reconstruir lo sucedido sino fundamentalmente para reflejar el dolor sufrido por las víctimas y la atroz forma de muerte. Sin embargo, el tribunal no utiliza solamente estos testimonios, sino los mensajes de texto enviados por los pibes al momento de la Masacre, que reflejan también los minutos transcurridos entre el primer foco ígneo, el fuego ya declarado y la muerte.
La sentencia cierra con las secuelas en los sobrevivientes y las familias, comprobadas por testigos de la Comisión Provincial por la Memoria, Psicólogos, Trabajadores Sociales y Profesionales de la Salud que plantean, con evidencia científica, los daños y el estrés post-traumático existente en algunos casos.
EL VEREDICTO
Al escuchar a Burrone, nadie en la sala duda sobre el fallo condenatorio que espera a los policías. Ni las familias de las víctimas ni los amigos de les ex policías, que son cuidados por un cordón policial de escudos que divide el salón en dos. Los argumentos son contundentes: los cinco varones policías y la mujer policía no hicieron nada, no entregaron la llave, no ayudaron a los bomberos, mintieron para salvarse e intentaron señalar por ineficaces a quienes sí intentaron colaborar. Pero, pasadas las once de la mañana, las nubes que abandonan el cielo pergaminense se trasladan hacia la sala, justo cuando comienza la lectura del veredicto. El tribunal decide, en primera instancia, desestimar el pedido de parte de la querella que pedía condenas por homicidio. Los policías serán condenados, entonces, por abandono de persona seguido de muerte, tal como pide la fiscalía, tal como llegaron a juicio. Luego, dan lugar a la solicitud de algunos agravantes, pero no al que plantea que son funcionarios públicos. Y, finalmente, lee:
“Donza, 15 años
Eva, 14 años
Carrizo, 11 años
Giulietti, 11 años
Rodas, 8 años
Guevara, 6 años”
Y, poco después, el definitivo revés: sólo Donza y Eva seguirán en prisión efectiva, mientras que los otros cuatro continuarán teniendo el beneficio de la prisión domiciliaria hasta que el fallo quede firme.
Si las escasas condenas a Carrizo, Giulietti, Rodas y Guevara suenan a poco (tres y dos años por debajo de lo solicitado por la fiscalía en algunos casos), la domiciliaria, esperable pero intolerable, despierta los primeros murmullos dentro y fuera de la sala. Una de las mamás de los pibes asesinados comienza a increpar a los jueces, acercándose a la puerta de salida, al grito de “Cuando mata el Estado, mata dos veces”. Sabe que su destino es la expulsión del salón. Pero en ese trayecto de despedida recibe un inaceptable e inhumano “bien muertos están”, que proviene del lado policial. Y allí, la angustia, la tristeza y la indignación son muy grandes, y producen la reacción de las familias víctimas. Todo se desmadra, los escudos protegen a los de siempre y una silla vuela arrojada por Carrizo, uno de los condenados. Una puerta se abre, y desalojan violentamente la sala. El tribunal no llega a finalizar la lectura, y las lágrimas brotan en cada mirada que, sin embargo, se mantiene firme.
Mientras el desborde adentro se hace incontenible, afuera, la sensación de angustia gobierna el hall en el que unas cincuenta personas siguieron la lectura. Se oyen llantos atrás, adelante, al costado. Son sonidos desgarradores. Atormentan. Contagian. Son gritos ahogados que explotan al mismo tiempo en el mismo lugar. No les alcanzan las condenas. No hay lógica: 7 pibes sin condena alguna fueron “abandonados” a su suerte de muerte. Nadie imaginó para ellos una prisión domiciliaria, porque ese no es un beneficio que se les otorgue a los presos comunes, en general. En cambio, los que para la misma justicia son responsables de sus muertes, tienen todos los derechos que ellos no tuvieron. Así es la justicia. Lo bueno se le arranca. Lo malo está en su propia esencia de clase.
Al comienzo de la tormentosa mañana, dos jóvenes trabajadores de otro tribunal dialogaban al ingresar a sus tareas: “ojalá no rompan nada”, se decían con complicidad. No están acostumbrados a ver a “esa gente” en otro rol que no sea el de acusados. Ahora que todo está desbordado, hasta deben estar felices, diciéndose “viste, teníamos razón”, cuando escuchan el ruido de un vidrio de la puerta principal que se rompe, y que es, en realidad, una penosa metáfora de todas aquellas heridas producidas por la Masacre, que no se arreglan con la facilidad de ese vidrio que mañana amanecerá cambiado. Ojalá así fuera con las almas tristes que seguirán llorando a sus muertos queridos, tal vez con algo más de tranquilidad por este pedacito de justicia arrancado con tanto esfuerzo.
Así termina el proceso judicial por la Masacre de Pergamino. Hoy, seis policías exonerados fueron condenados por dejar morir a siete pibes que estaban presos. Con condenas escasas, sabores agridulces y sentimientos encontrados, resaltando, tal vez, las palabras de Nora Cortiñas, presente en el lugar: “Esto no terminó. Esto es solo un escalón”. Y completando el concepto con una verdad irrefutable, bramada por Ludmila, familiar de uno de los pibes, desde las escalinatas de los tribunales: “Que quede claro: hoy a la justicia no le quedó otra que aceptar que teníamos razón. La policía es culpable.”
Texto: Rodrigo Ferreiro (La Retaguardia)
Foto de portada: conferencia de prensa previa a la lectura de la sentencia.
Fotos: Luis Angió (La Retaguardia) / Andrés Masotto (Radio Presente) / Andrés Muglia
Edición: Fernando Tebele y Julian Bouvier (La Retaguardia) / Andrés Masotto (Radio Presente) / Antonella Álvarez (FM La Caterva)
Transmisión radial: Giselle Ribaloff y Oscar Stumpfs (Radio Presente)/ Natacha Bianchi Maria Eugenia Otero y Pedro Tato (La Retaguardia)
*Este diario del juicio a los policías responsables de la Masacre de Pergamino, es una herramienta de difusión llevada adelante por integrantes de La Retaguardia, FM La Caterva, Radio Presente y Cítrica. Tiene la finalidad de difundir esta instancia de justicia que tanto ha costado conseguir. Agradecemos todo tipo de difusión y reenvío, de modo totalmente libre, citando la fuente. Seguimos diariamente en https://juicio7pergamino.blogspot.com