El covid 19 ha exteriorizado dos facetas humanas que tensionan este verdadero depósito de seres humanos. La brutalidad de los y las guardias choca con la solidaridad surgida en el seno de las mujeres privadas de libertad. …”Las torturas masivas de la Inquisición no consiguieron acabar ni con el libre pensamiento ni con las resistencias de las mujeres campesinas acusadas de brujería”…
En todas las cárceles del país quedaron suspendidas las visitas de familiares; en el Buen Pastor, además, fueron suspendidas todas las actividades escolares y laborales, para evitar contagios de las privadas de libertad; medidas que nosotras consideramos razonables. Pero estas restricciones se vuelven inservibles para evitar el contagio masivo dentro de las cárceles.
Los guardias encargados de los penales no se han sometido a cuarentena y diariamente rotan; es decir, continúan ingresando con la normalidad de siempre. Y convierten a los presos y presas en blanco fácil de contagios. Y, si llegare a ocurrir tal situación, suscitaría un genocidio anunciado y provocado. Es sabido que nadie es inmune al contagio y que el virus es altamente contagioso. Los guardias manifiestan pasar por una barrera sanitaria y luego… encomendados a dios. Pero tal barrera es inútil ante los portadores asintomáticos del virus, tal como lo vienen manifestando los profesionales de la salud con sus reiteradas recomendaciones de aislamiento y protección. Eso es lo que aquí se ignora alegremente; rompiendo nuestra frágil cadena de cuidados. Los guardias no usan los materiales de bioseguridad para lugares cerrados y de hacinamiento. Exponen al contagio a la población penal. Nuestra pelea diaria en ese sentido, se ha agravado. Ayer domingo, luego de pasar lista, la superior de guardia, Rosa Martínez, prevalida de su condición de guardia y con la prepotencia y brutalidad que le caracteriza, se asomó a nuestro pabellón con gritos desaforados, exigiendo hacer inspección del lugar; diciendo que ella va ingresar cómo quiera y cuando quiera; manifestando que nos atengamos a las consecuencias por desafiar su autoridad. La brutalidad en su máxima expresión; asumiendo que nuestras vidas están sujetas a su voluntad. Conducta a la que ya nos tiene acostumbradas.
Con la solidaridad de siempre y ante la gravedad de la pandemia, las 19 mujeres que nos encontramos en el pabellón de máxima seguridad, nos propusimos sobrevivir a una muerte anunciada y que nadie pasara hambre. Saldremos vivas y no en bolsas negras para ser tiradas a una fosa común. Nos dispusimos hacer frente unidas, con métodos solidarios, tomar medidas de cuidados higiénicos y auto aislarnos. Salir del pabellón sólo en casos de urgencias y necesidad, como recoger alimentos, medicina e insumos de higiene; o recibir visita de abogados. Nos pusimos a la tarea de hacer olla popular, repartir equitativamente todos los alimentos y materiales de higiene. Confeccionamos nuestros tapabocas y extremamos la limpieza y cuidados. Y comenzamos a exigir a los guardias que al ingresar al pabellón lo hagan con tapabocas y guantes. Aquí es donde empieza la persecución y la criminalización de nuestras medidas sanitarias, única herramienta de defensa de nuestra salud que poseemos. Los guardias no sólo no se abocan a la educación y hábitos higiénicos y a la implementación del distanciamiento físico dentro de las limitaciones y posibilidades del recinto carcelario. Sino que, porque el pabellón adoptó tal medida, somos perseguidas, agredidas verbalmente; al vernos con tapabocas se burlan, nos llaman exageradas, ovejas descarriadas. Violan nuestra medida sanitaria ingresando con prepotencia sin guantes y tapabocas. Uno podría deducir tal conducta como una intención deliberada de provocar contagios dentro de las cárceles en desprecio abierto a la recomendación de distintos organismos internacionales, como lo que expuso, en fecha 3 de abril del 2020 en una nota informativa de prensa sobre el COVID 19, el portavoz del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, Rupert Coville, que se continuaba instando a los países a revisar quién está detenido y a tomar medidas lo antes posible para garantizar el distanciamiento físico necesario para evitar la propagación del COVID 19. Nosotras sólo hallamos el rígido manifiesto embrutecedor de un sistema que nos quiere conducir hacia el contagio y muerte. Parecieran creerse inmunes al contagio, no se han sometido a cuarentena, ni tomaron medidas extraordinarias en cuanto a sus rondas, procedimientos, desplazamiento y contactos dentro del recinto carcelario. A esto hay que agregar que no usan las medidas de bioseguridad como guantes y tapabocas. Las encargadas del penal no establecieron ningún protocolo de cuidados higiénicos para la población penitenciaria y el riesgo de contagios, por portadores asintomáticos es muy elevado.
Nuestra única forma de sobrevivir es la lucha resistente y en unidad.
Nuestra lucha y resistencia política cotidianas hoy constituye una lucha y resistencia por la vida de las sobrantes descartables, las inviables de la macroeconomía: las mujeres privadas de libertad en su gran mayoría humildes.
Asunción, 20 de abril del 2020, Cárcel del Buen Pastor.
Carmen Villalba.
Francisca Andino.