JUJUY: «NO SOMOS DUEÑOS DE LA TIERRA, SINO PARTE DE ELLA»

(Fernanda Giribone/APL) Hace un año aproximadamente, se aprobaba en la Legislatura de Jujuy, una nueva Constitución Provincial. Pero en las calles, la Reforma era repudiada y fuertemente resistida. En torno a este suceso el pueblo gestó un jujeñazo, un hecho de organización y movilización popular, que no podríamos llamar “único en la historia” (por la larga tradición de lucha de este pueblo), pero sí un hecho digno de ser destacado. Hoy, sus logros así como sus consecuencias, se viven a diario, y nos marcó a los contemporáneos un antes y un después, sin lugar a dudas.

En ese entonces, sospechábamos pero no sabíamos -cuando denunciábamos el terrible carácter represivo de la Reforma-, que la criminalización de la protesta se iba a profundizar en todo el territorio. Sospechábamos,  pero no sabíamos que iba a aparecer un protocolo antipiquete Bullrich, un DNU, o una Ley de Bases. Lo que sí sabíamos es que el plan era hacer del suelo de Jujuy una prenda de cambio, para que unos pocos delincuentes entregaran nuestro futuro, a cambio de míseras monedas, y que todo esto además se iba a hacer por el bien común y en nombre del progreso. 

Lo sabíamos, aunque desconocíamos en ese entonces, la Ley de Bases y los alcances del RIGI. Lo sabíamos porque, ganara quien ganara las elecciones nacionales, la explotación de los recursos naturales en nombre del progreso (capitalista) era y es una realidad cantada, que  impone todo el arco político burgués.

Se trata de la lógica del sistema, la que plantea la absurda premisa de tratar a la tierra como un recurso

A lo largo de la historia cambiaron las locuras y ambiciones capitalistas: primero fue la plata y el oro, después el petróleo y el gas, ahora el agua y el Litio. Pero siempre se siguió el camino de la expoliación y del extractivismo. Esta forma de apropiación violenta de la naturaleza, hoy con una velocidad tal, que dificulta su regeneramiento.

Aunque de una forma mucho más sutil que antes, el mundo se sigue moviendo casi que exclusivamente en torno a los intereses de las grandes potencias (antes coloniales, hoy imperialistas). El habitante del primer mundo, vive en una realidad de necesidades básicas satisfechas, bajo la ilusión de un desarrollo económico sostenible. En el colmo del snobismo seca su ropa al sol, y se felicita por usar autos que (supuestamente) no contaminan. Pero es incapaz de ver la destrucción que su bienestar, deja en otras partes del planeta. No comprende el delgado hilo que lo une a la cachiporra del policía que nos reprime en la otra punta del planisferio, ni a la sed que padeceremos en la puna si esto no se detiene. 

Como mecanismos de dominación, tanto imperialismo como colonialismo, se centran en la supresión de un otro, y para ello se alimenta del racismo. De manera más directa o más indirecta, esta ideología sirve para justificar la explotación, amparada en discursos de progreso.Una dimensión oculta, de la que no se habla -a propósito o no-, que se traduce en racismo.

Desde los inicios del capitalismo, tanto América como África proporcionaron la materia prima que permitió el desarrollo europeo. Fue esta enorme acumulación de recursos -obtenida a través del pillaje y la colonización- lo que permitió el desarrollo del capitalismo como modo de producción y el triunfo de la modernidad como ideología.

Dado el puntapié inicial, este sistema se expande alrededor del globo, fundando a troche y moche, Naciones y Estados “modernos”. Estados de racionalidad monopólica y excluyente. 

En este despliegue de fagocitosis económica y cultural, se establecen a escala planetaria jerarquías entre países. Europa, devenido en el  nuevo centro económico y cultural, desempeña un papel protagónico, y a su alrededor, los llamados países periféricos, quedan bajo una relación de dominación, de explotación y de intercambio desigual.

El modo de producción capitalista le plantea a las estructuras sociales y productivas tradicionales (de tipo precapitalista) la integración o la destrucción. Pero esta integración es falsa, pues solo la permite cuando estas estructuras son vaciadas de contenido. Si es que son despojadas de sus significados tradicionales, aquellos que le dieron sentido a lo largo del tiempo mucho más allá de lo meramente económico (o mejor dicho más allá de lo económico en un sentido capitalista y occidental del término: la consecución del beneficio).Se impone un orden mundial donde todo es mercancía, donde las cosas valen no por su utilidad sino por su valor de venta.

Es la dinámica propia del capitalismo, y el mismo proceso de valorización del capital, lo que requirió de la constante expansión de la producción, y por ende de la ampliación del dominio capitalista a nuevos territorios. Por ende es la dinámica propia del capitalismo la que nos llevó del colonialismo al imperialismo, y con ello a las guerras mundiales. Es la dinámica propia del capitalismo la que destruye el planeta.

Por su parte, el imperialismo no es más que un mecanismo, una forma, que encuentra el capital para palear sus estructurales y permanentes crisis.

Hoy el sistema capitalista está inserto en una crisis económica mundial sin precedentes. Por ello, para salvar a los países “desarrollados”,el yugo imperialistaincrementa al máximo los mecanismos de explotación sobre la periferia. 

De la mano del extractivismo consiguen materias primas en países “atrasados”, o semicoloniales. Como correlato del saqueo en estos territorios se fomentan entramados productivos poco diversificados. 

En Argentina se da un proceso de re-primarización de la economía. Cultivo de maíz y soja, extracción de petróleo y minería. Producciones primarias;transgénicos y contaminantes, que atentan contra el medio ambiente, la salud de la población, y siempre contra los pueblos originarios y naciones preexistentes. 

También son los pueblos indígenas quienes sufren las consecuencias de la crisis climática de manera desproporcionada. Las comunidades se ven obligadas a migrar a causa de la pérdida del contexto natural que otrora  les garantizaba su sustento.

La frontera agropecuaria se corre día a día e irrumpen monocultivos transgénicos donde antes estaba el monte. Pueblos como el wichí, por ejemplo, padecen un verdadero genocidio como resultado de decisiones políticas conscientes. Un gobierno que los desalojó de sus tierras y los abandonó a su suerte, porque su existencia misma atenta contra el “desarrollo” que la agricultura de las topadoras nos vendría a traer. Gobernantes, terratenientes, empresarios, aparato judicial, aparato represivo y distintas instituciones gubernamentales, conforman un aceitado mecanismo para el despojo y la usurpación de sus tierras. 

El hombre no es la única víctima del capitalismo. La destrucción de flora y fauna, la contaminación del aire, agua y de todo el ambiente, avanza a un ritmo vertiginoso.Nos encontramos muy cerca de un punto de no-retorno en lo que respecta al deterioro de nuestro planeta.

La política económica actual para Argentina es profundizar aún más el carácter de productor de materias primas. En este sentido aseguran que Argentina es privilegiada por tener un tesoro en la puna, ya que somos parte del Triángulo del Litio (junto con Chile y Bolivia). 

Buscando garantizar la “sustentabilidad global”los gobiernos pretenden garantizar la entrega de nuestros territorios como zona de sacrificio. Extraer litio implica un gran impacto en el ambiente, sobre todo en la puna, por el altísimo consumo de agua que requiere. Burgueses extranjeros y burgueses Argentinos dicen no tener la culpa de que estemos “sentados” sobre una “mina de oro”. De forma directa o indirecta le dicen a los pueblos que entreguen todo y se vayan a otra parte. 

Se escudan en garantizar el modelo de “transición energética” para reducir la emisión de C02, la huella de carbono, y “dar batalla” contra el cambio climático, que el mundo tanto necesita. Pero estos falsos protectores ambientales a nivel mundial, sentencian a muerte a nuestras comunidades y sus territorios. El uso de litio en autos eléctricos u otros transportes, no son el camino para la transición energética que necesita el planeta, asfixiado por el hiperconsumismo y la búsqueda de rentabilidad capitalista.

A medida que se intensifica la crisis climática, el conflicto por los recursos naturales se agrava. Se incrementan los niveles de violencia contra los defensores de los territorios y los activistas climáticos.La élite económica mundial busca eliminar las soberanías nacionales para hacer uso y abuso de los recursos. Esto se puede apreciar en la Reforma Constitucional de Jujuy y se puede apreciar en la Ley de Bases de Milei. Todo lo natural es visto como un recurso a explotar y todo aquel que se oponga a esto es una amenaza.

Modernidad, imperialismo y racismo son conceptos claves para pensar estos procesos de degradación que en América Latina y en Argentina apelan a una racionalidad capitalista que muchos no comparten (aunque sea desde la forma más visceral).

Hacia 1880 el Estado argentino no había completado la ocupación del territorio que reclamaba como propio. Como es bien sabido el Estado se hizo de grandes extensiones de territorios que se encontraban en poder de los pueblos originarios, matando y saqueando en nombre del progreso. Sus habitantes fueron asesinados o deportados por la fuerza; sufrieron la aculturación, la pérdida de sus tierras y su identidad. Hoy quieren arrasar otras enormes extensiones de argentina en nombre de otro futuro, de otro bien común, pero del mismo progreso. 

No podemos permitirnos ser un nuevo error histórico. Otro capitulo de futuro arrepentimiento en libros de historia y discursos de políticos del siglo que viene.

En Argentina la lucha contra la minería contaminante lleva años. No queremos este progreso.La reacción de los pueblos esta planteando que no somos dueños de la tierra, sino parte de ella. Está exponiendo que este sistema no nos contempla.Que el sometimiento intencional de un grupo a condiciones de existencia que conlleve su destrucción física (total o parcial)se llama genocidio. Está diciendo que el centro de la discusión es nada menos que la batalla de la vida contra la muerte.