La nostalgia fascista reaparece en Europa

(Por Marion Saint Ybars, desde París/APL) Relegado durante décadas al margen del debate político por su aparente anacronismo, el “neofascismo” parece volver hoy inexorablemente al primer plano de la escena política europea. Si podemos considerar que las ideologías del siglo XX están definitivamente agotadas, y con ellas el “fascismo” en sus concreciones históricas, en todas partes del Viejo Continente la extrema derecha debilita las fuerzas políticas democrático-moderadas apoyándose en el descontento social y ganando nuevas e inesperadas formas de legitimación que la desinformación y la crisis sanitaria no han hecho más que amplificar. El giro a la derecha de los valores europeos ya no está en duda.

Más bien estaríamos asistiendo a una reformulación cultural y antropológica de un “fascismo” que hoy se presenta de múltiples formas. Estos nuevos extremismos de derecha, aunque diferentes entre sí, tendrían sin embargo rasgos comunes y proliferarían en un contexto social e ideológico homogéneo ganado en particular por la llamada superación de la oposición de derecha-izquierda, el rechazo de la democracia representativa, el fuerte retorno a la cuestión de la identidad, las preocupaciones de seguridad, la promoción del nacionalismo sobre una base étnica, una cierta convergencia entre la xenofobia y el rechazo al mestizaje o incluso el elogio del movimientismo como un ejercicio de protesta sin fin.

La derecha posfascista occidental, hoy capaz de canalizar el descontento popular y ampliar su base electoral apoyándose en la cuestión social, antes prerrogativa de la izquierda, remite así al pasado.

DERECHA RADICAL” Y “DERECHA NEOFASCISTA

Hay una clara distinción entre “derecha radical” y “derecha neofascista”. Sin embargo, ambos comparten valores clave como el antiliberalismo (“las comunidades orgánicas” y no los individuos serían objeto de la atribución de derechos); el rechazo del pluralismo (no existiría el derecho a la diferenciación sólo existiría la obligación de uniformidad étnica); el horror al “socialismo” como ideología basada en la igualdad de derechos (los individuos no tendrían el mismo valor social, los “mejores” que ocuparían la cima de la escala tendrían derecho a beneficiarse de más « oportunidades »).La lucha contra la inmigración como una supuesta amenaza contra “Occidente”; el deseo de encarnar las aspiraciones de las capas populares más marginadas, rezagadas, a través de una oferta política tan ingenua como ilusoria; la propuesta de un anticapitalismo de los “pobres” que en modo alguno cuestiona la constelación de poderes institucionales y busca fantasmas y chivos expiatorios; la referencia a una “identidad” local que reúne comunidades geográficas y territoriales, releída en términos etno-racistas contra la globalización.

El neofascismo europeo sigue, en ciertos aspectos, la dinámica anticipada por el radicalismo islamista, inaugurada en la década de 1970 en Oriente Medio ante el declive de los movimientos de emancipación sobre bases secularizadas y laicas. En efecto, para ambos, el objetivo de las acciones llevadas a cabo por estos movimientos radicales no es la “conquista del poder” sino por el desencadenamiento de un proceso de radicalización desde abajo, encaminado a reconquistar lo “local” amenazado por los embates de la modernización y la globalización.

NEOFASCISMO SOCIAL

El fascismo actual, al igual que los populismos, soberanismos e identitarismos de los que emana, no se dirige sólo al “vientre” de la clase media y de un proletariado y subproletariado en vía de marginación sino también, transversalmente, a los decepcionados por la globalización porque quedan excluidos de cualquier proceso detoma de decisiones. Podría definirse como un “neofascismo social” muy extendido y ramificado en nuestras sociedades.

Esto, por supuesto, no es un hecho nuevo: esta dimensión ha sido uno de los pilares de los regímenes fascistas del siglo pasado. Y hoy, aunque en un contexto muy diferente e inédito, encontramos esta dimensión. En el fondo es la fuerza del radicalismo utilizar como palanca la “cuestión social” – antes prerrogativa de la izquierda – y más aún hoy, en un contexto de ampliación insostenible de las desigualdades.

¿Cuál es la relación más o menos confesable que tienen hoy las formaciones políticas neofascistas con el “fascismo histórico”?. El neofascismo reafirma en gran medida, por un lado, la necesidad de ser parte de una narración, de una historia. Se presenta como un sujeto político omnicomprensivo, transhistórico, interclasista, promotor de “valores eternos” que tendrían como campo de aplicación eterno e inmutable, una visión etnicizada y racializada de las relaciones sociales. Por otra parte, las formaciones neofascistas se presentan hoy como el único sujeto político auténtico capaz de volver a poner en el centro la política y sus verdaderas y nobles apuestas frente a la hegemonía utilitarista y estrictamente materialista ejercida por la economía y sus actores nacionales e internacionales. Las derechas radicales a través de la referencia al fascismo histórico juegan con el malentendido deliberado según el cual los fascismos históricos habrían sido realmente una alternativa al conflicto entre capitalismo y comunismo.

Hoy, el neofascismo está resurgiendo en un marco sociocultural muy específico: es, en las sociedades occidentales, la decadencia en una etapa avanzada de la cohesión social debido a la degradación de parte de las clases medias y el recrudecimiento de las desigualdades como factor de estructuración de los estratos sociales y la exclusión de los más débiles que ello conlleva. El radicalismo de derecha es hoy, de hecho, portador de un proyecto de reparación dirigido a los excluidos de la globalización. Un marco sociocultural que se asemeje a aquel en el que los “valores” fascistas supieron emerger en el pasado y se difunden hoy ante el desbarajuste de las izquierdas liberales que persisten en inscribir la cuestión social y la promoción de la igualdad de oportunidad en el discurso de derechos civiles de las minorías, como izquierdistas radicales enredados a su vez en dinámicas identitarias anacrónicas.

EL IMAGINARIO NEOFASCISTA

La oferta política del neofascismo conlleva una visión de un nuevo orden social: los fascismos de ayer y de hoy afirman que es posible una sociedad diferente. No importa si esta afirmación es incongruente, irreal o utópica. El imaginario político promovido por el imaginario neofascista consiste siempre en afirmar que un orden de cosas diferente como son las relaciones sociales no sólo es plausible sino concretamente realizable. En esto, el radicalismo de derecha se ofrece como elemento de ruptura con la famosa sigla neoliberal“No hay alternativa”. Sin embargo, a pesar de que la extrema derecha reclama su espacio político y cultural como un territorio no sujeto a las leyes de la mercantilización, la ruptura que pretende traer nunca es parte del rechazo de la doctrina económica liberal sino que actúa a nivel de la imaginación, a través de la promoción de un espacio de autenticidad no mercantilizable que, sin embargo, de ninguna manera cuestiona, en la práctica, los principios del libre mercado.

No es por lo tanto un proyecto de liberación sino de adoctrinamiento de las conciencias.