Las esquinas rigurosas y las calles desiertas

(APL) Mi nombre es Ana Julia Birman, mis orígenes judíos que nunca se hicieron presentes en mi vida, permanecerán vigentes en mi apellido. Nací el 5 de marzo del 2003, luego del corralito. Desde que soy muy niña crecí de la mano de mi madre, con la cual desempeñé de las formas más lindas mis vueltas artísticas, jugando. Formé parte del Instituto Vocacional de Arte (IVA) desde mis ocho años hasta entrar en la adolescencia, y allí descubrí mis pasiones por la escritura y el teatro. A los trece años comencé a actuar en una obra que se llamaba “Viejo barrio gris”, en un centro cultural de Avellaneda, localidad de la Provincia de buenos Aires, donde crecí. En la actualidad tengo diecisiete años, y añoro la libertad del mundo por delante. Cuando termine la secundaria voy a estudiar letras, y también arte dramático, y en un futuro también deseo inspirar mis saberes en la facultad de recreología, para ser recreóloga, y especialista en tiempo libre y juegos. Soy feminista, enteramente orgullosa de mis hermanas, con las cuales el veintinueve de diciembre estuvimos en la plaza proclamando la libertad de poder decidir sobre nuestras cuerpas, y por suerte, es ley. (Ilustración: Raquel González)

Las esquinas rigurosas y las calles desiertas

            Una noche entonada soñé cosas violentas, la otra noche soñé con lo mismo, me empezaron a picar los brazos, estuve muy angustiada muchas horas, la noche siguiente fue ayer, al caer el sol.

            Mi familia no me escucha, pero de todas formas aparentar tener un glamuroso hogar amoroso. Hacen grandes fiestas, con gente de todas partes del mundo, me llenan de regalos en las fiestas de fin de año y hacen el mayor esfuerzo por creerse sus propias mentiras, tal esfuerzo que terminan por hacerlo, y no dudar en absoluto en su criterio.

            Hoy es mi cumpleaños, y estoy segura de que algo va a pasar. Tengo que hacer algo para levantarme de la cama, pero justo en este momento estoy sola con mis pensamientos, y me gusta esto, me gusta pensar en que la humanidad es una mentira, que realmente nos controlan… me pregunto si estoy segura de si es oxígeno lo que respiramos o tal vez un gas alucinógeno que nos hace creer que lo que vemos, percibimos y tocamos es y siempre va a ser lo que nos obligaron a tener como vida, pensar que todo esto, que yo veo, escucho y sé que es real podría tratarse de un sueño, dentro de otro sueño que me están haciendo ver mientras estoy dormida y conectada a una máquina.

            Mejor me levanto, así aflojo un poco, que es mi cumpleaños y me voy a juntar con mis amigues en la plaza. Por fin estoy caminando y logré salir de casa, entre tanto beso, feliz cumpleaños, que qué quiero comer, que cómo que me voy. Les detesto, son horriblemente mentiroses, solo se preocupan por la imagen.

            La pasé re bien con les chiques, me llenaron de alegría, ahora la vuelta a casa tiene que ser tranquila y armoniosa, me calzo los auriculares, y le meto que voy a pata.

            Las esquinas se vuelven rigurosas y las calles desiertas no me sientan nada bien, son como las siete de la tarde y las cercanías a la noche no me traen buenos recuerdos. Dobla la esquina un Cadillac gris y mi pecho da un salto fuera de sí. Bajan tres hombres y me sujetan de brazos y torso, me ahogan en una mordaza y una vez adentro del auto me ciegan con una venda negra. El pánico se apodera de mis emociones, me zamarrean, y no siéntome parte de mí mismo cuerpo, se me hacen agua los dedos y no siento las piernas, grito del miedo que me recorre las venas.

-¡DEJAME POR FAVOR, NO TENGO NADA QUE QUIERAN!

– A mí me parece que sí bebita, sos muy chiquitita vos para andar sola por la calle.

-¡Ay no! Por favor no me toquen, ¡BÁJENME!

            Como si me inmutaran de un movimiento me hago una bolita en mi propio cuerpo, que ya no es el mío, tras pegarme un cachetazo uno de estos hijos de remil yuta.

– Mejor quédate callada pendeja, de esa manera vas a llegar viva a bajar del auto.

            Mis huesos y músculos se contraen y siento un frío helado en lo profundo de mi cabeza, mis pensamientos se hunden en lágrimas y mi miedo no deja de atosigar a mi mente, vivir y morir están al alcance de mi misma suerte, y esta misma no hace otra cosa que dejarse llevar, mis expresiones son nulas, porque no quiero llamar la atención y trágicamente me sumerjo en el lecho de mi propia muerte.

            El auto frena y mi cuerpo se desvanece.

-Bajá pibita, quédate quietita y tranquila.

            Su tono de voz disminuyó de un momento a otro, me sujetan tiernamente los brazos. Entro en pánico. Me bajan la mordaza de la boca y me hacen subir una escalera, tras abrir una gran puerta me sacan la venda de los ojos. Y mis ojos llorosos, mis pequeños ojos no pueden creer lo que ven. Entre mi miedo, mi confusión y mi asombro, mi rostro empieza a reconocer a mis tíos secuestradores y al resto de la familia como expectante, todes reboleando globos al aire y cantando coordinadamente el feliz cumpleaños; sin siquiera reparar en mi cara de desprecio, repugnación y odio que les amparará el futuro de sus vidas.

24/10/19

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