Presentación: El presente dossier elaborado por compañeres de Contrahegemoníaweb, Herramienta y Tramas es una nueva producción en el camino de converger en un portal común: Huella del sur; objetivo que concretaremos en los próximos meses. La temática elegida en este dossier, el racismo, no es casual. A nuestro entender las corrientes emancipadoras deben tomar nota de que la discriminación y segregación, bajo la construcción del discurso de raza, no es un epifenómeno circunstancial, una característica desagradable para el pensamiento progresista que puede ser superada con estrategias culturales, sensibilidad bienpensante o supuestos “encuentros de culturas”. Tampoco bajo la idea de que la explotación de clases y su superación puede ser encarada y pensada externalizando la problemática del racismo como mera instancia superestructural, un mecanismo contingente.
En esta compilación, como veremos en un conjunto diverso de voces y abordajes, el racismo se considera estructural e históricamente unido a la consolidación y devenir hasta la actualidad del sistema capitalista. Más aún, distintos aportes que componen el dossier, se esfuerzan por pensar las articulaciones entre explotación, desposesión y mercantilización de la naturaleza, el patriarcado y las formas no remuneradas de reproducción social y el racismo ejercido sobre millones de miembros de etnias y naciones, tanto en la periferia como en el centro de las potencias imperialistas. Elementos que configuran una unidad, por ende inescindibles y que mediante su imbricación hacen posible de múltiples formas la reproducción del capital.
En primer lugar, debemos señalar que la conquista de nuestro continente, inicialmente española y portuguesa, se basó en la explotación de indígenas, atados a los grandes latifundios y minas por medio de la servidumbre, así como de la población afro. Esta última, sobre todo a partir del siglo XVII, fue esclavizada para ser usada como mano de obra gratuita en las grandes plantaciones productoras de azúcar, tabaco, algodón y café, bienes destinados al consumo de las sociedades europeas. De esa manera las masacres y la desarticulación de todos los planos –económicos, políticos, culturales, simbólicos, reproductivos– de la vida cotidiana de esos pueblos, se tornaron un elemento imprescindible para conformar la base material del sistema capitalista. La explotación gratuita de mano de obra fue pieza determinante de la acumulación originaria y los procesos de desposesión de las sociedades centrales, aquellos que describiera brillantemente Carlos Marx. A su vez, la economía de plantaciones en las que se usó parte de esa mano de obra afro e indígena, permitió la producción masiva de mercancías. La construcción de la modernidad y del capitalismo se basó en ocultar su relación íntima con ese proceso de despojo que resultó fundamental para su desarrollo en el espacio europeo. La acumulación de capital en Europa, tal como se constituyó, no puede ni debe ser separada de los dos genocidios: el de los pueblos originarios de Abya Yala y el de los pueblos africanos, particularmente del África Subsahariana.
En segundo lugar, la comprensión profunda de las implicancias de la conquista reside, como señaló Aníbal Quijano, en la aparición de un patrón de poder mundial que tiene como soportes decisivos la colonialidad del poder y el eurocentrismo. En el primer caso, no se trata tan sólo de la relación colonial de dominación entre las metrópolis europeas y nuestra región. La colonialidad del poder se funda en la etapa de dominación colonial pero aún permanece vigente. Tiene como epicentro la consolidación del racismo como herramienta de clasificación jerárquica de la dominación. Se trata de la justificación de la dominación europea a partir de las diferencias con otros pueblos, tomando el color de la piel como la más emblemática, a la que luego un cientificismo colonial pretenderá agregarle, en el siglo XIX, bases de supuesta diferenciación biológica. De esa manera, las clases dominantes europeas justificaron –y justifican– su dominación en la pretendida inferioridad cultural, biológica y social, de los pueblos conquistados. Dicho de otro modo, no se puede separar la constitución de las clases sociales en nuestro continente de la esfera del racismo como forma de estructurarlas. Como nos recuerda Antonio Gramsci, con su concepto de bloque histórico, las construcciones ideológicas y simbólicas “superestructurales” no pueden ser separadas, esquemáticamente, de las relaciones sociales que conforman la propiedad de los medios de producción y explotación, pertenecientes a la “infraestructura”. Las clases propietarias criollas, que terminaron por dominar las revoluciones de la independencia, mantuvieron la sociedad colonial heredada prácticamente sin modificaciones, y el eje del racismo perduró para mantener fuera de cualquier derecho social y político a los pueblos indios, negros y mestizos que eran –y son– las mayorías populares de nuestro continente. La colonialidad del poder se mantuvo plenamente viva como sostén de la desigualdad social de nuestras sociedades. Toda mirada que se pretenda crítica debe tomar en cuenta esa permanencia.
En tercer lugar, el auge de las ultraderechas en el mundo tiene un soporte central de su ideología en el racismo cada vez más explícito. Si el neoliberalismo “progresista” se esfuerza en sostener enfoques políticamente correctos mientras reduce explotaciones y opresiones estructurales a cambios cosméticos de tipo liberal individualista, la ultraderecha vocifera sus lógicas discriminatorias. Culpabiliza así a les millones de inmigrantes que llegan de la periferia a los centros imperiales del empeoramiento en las condiciones de vida de la población trabajadora blanca. Multiplica muros, cárceles y expulsiones de quienes buscan apenas sobrevivir haciendo trabajos que gran parte de les habitantes del centro desprecian. De esa manera, como veremos en distintos trabajos del dossier, los trabajos de cuidado y reproducción social mal pagos se feminizan y racializan evidenciando una vez más las lógicas de articulación que rigen el funcionamiento del capitalismo. Al mismo tiempo se despliegan guerras genocidas con mecanismos de limpieza étnica y apartheid que, como en el caso del sionismo israelí sostenido por Occidente contra el pueblo palestino, nada tienen que envidiarle al recuerdo del Holocausto o al régimen racista sudafricano. Una fractura social abismal transforma el Mediterráneo en una gigantesca fosa donde mueren miles que intentan huir en las peores condiciones de guerras y catástrofes climáticas. Tragedias provocadas e inducidas por las mismas clases dominantes de los países que proclaman su rechazo a la llegada de la inmigración. Los derechos humanos abarcan cada vez menos sujetos y las poblaciones racializadas son concebidas como meros objetos de los discursos de quienes acceden a derechos y coberturas que, paradójicamente, tienden a reducirse a un ritmo vertiginoso.
En cuarto lugar, nuestro país no es la excepción, ni mucho menos, de la expansión del discurso racista. Es necesario detectar en el caso argentino cómo “nuestra” clase dominante local construyó a fines del siglo XIX, en paralelo con la consolidación del Estado y la inserción dependiente de nuestro país en la división internacional del trabajo, el mito de “la Argentina blanca”. Desde esa perspectiva se minimizaba –y demonizaba– la presencia anterior de pueblos indios, afros y mestizos para postular que la creciente inmigración nos dejaba un país homogéneo con un rostro blanco y europeo. Todo lo que no encajara allí debía ser perseguido y negado. Es la base de la idea que sostiene que “los argentinos venimos de los barcos”. Frase que tanto Mauricio Macri como Alberto Fernández repitieron alegremente en las metrópolis coloniales poniendo en evidencia que en determinados aspectos la “grieta” se desmorona y los tópicos racistas cruzan transversalmente al poder económico, a gran parte de la clase política y cultural de nuestro país y a las clases sociales, sobre todo –pero no únicamente– altas y medias. Confundido con un clivaje clasista y de creciente aporofobia –el rechazo y aversión a les pobres– sólo quien se resista a mirar los mecanismos de configuración de las clases sociales y la subjetividad que las sostiene, puede obviar el papel determinante en la explotación del racismo como mecanismo inherente que la potencia y contribuye a hacerla posible.
Frente a este cuadro una vez más las clases subalternas y las diferentes organizaciones que surgen de su seno resisten, denuncian, se entrelazan, reflexionan, alertan, forjan nuevas formas de acción y reflexión que intentan cambiar lo existente. Ahí reside el sentido final de este dossier. Aportar a la construcción de una praxis transformadora que alimente esperanza y que, entre los signos de devastación, esboce caminos de redención de lo humano en su sentido más profundo. El de una sociedad que se atreva a construir utopías que algunes, tozudamente, aún llamamos socialismo.
Los materiales contenidos en este dossier pertenecen a diferentes aproximaciones sobre el racismo y las resistencias desde perspectivas críticas y emancipadoras, de izquierda, feministas, descoloniales. Sin pretensiones de exhaustividad, elegimos ampliar el abanico de miradas sobre un fenómeno complejo y tantas veces soslayado. Incluímos en su enorme mayoría artículos inéditos y también referenciamos textos referentes sobre el tema que ya son históricos. En algunos casos se complementan y en otros debaten, confrontan y se matizan entre sí. En conjunto, son textos que desde las ciencias sociales, el arte, el humor y el activismo ofrecen herramientas para la comprensión y el combate en este mundo que nos toca transformar.
Huella del sur