«Somos un cacho de victoria de nuestros viejos»

(APL) 25 abriles se cumplieron desde que HIJOS irrumpió en la arena política argentina. Fue en abril de 1995. Así, una vez más, las relaciones familiares daban nombre a organizaciones que actuaron en la intensidad de la lucha de clases de la Argentina con prodigiosa creatividad. En mayo de 1996, la revista América Libre publicaba el siguiente reportaje a 4 de sus integrantes. Ellxs tenían por entonces poco más de 20 años. Sus visiones -seguramente- no son las mismas de aquel ayer, del mismo modo que muchos militantes transformaron las suyas. Tampoco eran tan visibles, públicamente, todas las diferencias que existen entre las distintas vertientes de Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio, tal como sucede con el resto de la militancia política y social. Sin embargo, la nota comporta un valioso registro histórico, político, axiológico y periodístico de la realidad del país en pleno auge del neoliberalismo, Carlos Menem era presidente, cuyos cimientos había perpetrado la dictadura cívico-militar contra quienes la habían combatido y también contra el resto del pueblo, porque eso -precisamente- es un genocidio. Una de las entrevistada es hija de padre y madre militantes del PRT-ERP, desaparecidxs. Otro que brindó su testimonio vivió el exilio y sus progenitores dieron batalla en la misma organización. El padre y la madre de otra de las protagonistas, desaparecieron combatiendo a la tiranía desde Montoneros. Y, el otro que dialogó, a los tres años vivió como la «Triple A» mató a balazos a su padre, sindicalista del Partido Comunista, en el patio de su casa.

Una de las periodistas que realizó la entrevista, Cintia Castro, se hallaba presa por los hechos de La Tablada y salía de la Cárcel de Ezeiza en libertad transitoria. Así, preguntaba, grababa y, hondamente conmovida, iba a llorar unos minutos al baño y luego reaparecía con una gran sonrisa y un nuevo retoque de rimel. Al caer la tarde regresaba al penal. Ella murió de una enfermedad letal en 2005. El otro periodista es hoy miembro de la APL. La nota que ahora volvemos a replicar recorrió gran parte de América Latina y España, por ello se hicieron necesarias las notas al pie que cualquier/a argentinx entendería. En la extensa conversación, ellxs relataron cómo y por qué decidieron agruparse, describieron la adversidad sufrida en años de silenciamiento social; hablaron del padre que los engendrara y la madre que los pariera, se encendieron con sus amores y sus odios, exigieron justicia, rechazaron lástimas, reclamaron respeto, contaron sus sueños. Explicaron quiénes son y para qué están.

«Somos un cacho de victoria de nuestros viejos»

(Por Oscar Castelnovo y Cintia Castro para América Libre) «Hijos». Así se les nombra por primera vez. Tienen 20 años, o más, y nunca nadie los había llamado de ese modo antes. Las razones se inscriben, profundas, en la dinámica de la lucha de clases de la Argentina. Los sectores dominantes fundadores del modelo neoliberal, en 1976, reconvirtieron la economía en favor de sus intereses y, para ello, asesinaron a 30 mil cuestionadores perpetrando su desaparición forzada, encarcelaron a 18 mil, impusieron el exilio externo a un millón y arrojaron, a muchos más, al exilio interno y excluyente.

Del mismo modo que dispusieron de un plan de exterminio para los militantes revolucionarios, ilegalizaron a las asociaciones obreras, proscribieron a los partidos políticos, pergeñaron objetivos de sometimiento para la sociedad toda. Los hijos de revolucionarios no fueron la excepción de esta cacería de cuerpos y de almas. Por el contrario la política hacia ellos fue un rasgo distintivo del Estado terrorista argentino, inédito en otros genocidios. En su momento, nada como la agresión a un menor resultó tan eficaz para expandir el terror, paralizar la resistencia y destruir la solidaridad. En el caso de los niños apropiados por los represores, se exhibió con nitidez una maniobra tremenda consistente en el despojo de su identidad para reeducarlos en una ideología contraria a la de sus padres. Para estos chicos se había previsto un rol dentro del plan criminal: ser trofeo viviente de los vencedores, constituir un mensaje contundente, desde el terror, para futuras generaciones: «a los revolucionarios, los derrotamos de tal manera que les robamos hasta los hijos». Este despojo de su historia, de su pasado, esa ruptura de lazos familiares, también hizo blanco en los niños que sobrevivieron y quedaron a la buena de Dios o a cargo del resto de la familia, de amigos, de compañeros o de vecinos de sus padres desaparecidos. Porque si la sociedad, en muchos casos la propia familia, no les explica con la verdad quiénes fueron sus padres y por qué ellos están ausentes y sus asesinos libres, entonces ¿hijos de quién son? ¿de terroristas? ¿de malvados padres abandonadores? ¿de hombres y mujeres derrotados y suicidas cuyos valores mejor olvidar? ¿hijos de quién?

Aquellos que antes consumaron el genocidio, hoy necesitan imponer el olvido. Porque el olvido, se sabe, es la clave del desarme moral donde los pueblos vencidos asumen la verdad histórica de los vencedores, toman como propios sus valores y prestan consenso para el dominio (1). De ese modo, la derrota moral impide el reinicio de la lucha por otra sociedad, por una vida distinta para los habitantes de una comunidad sojuzgada. De alguna manera, todo el pueblo argentino fue víctima de ese intento de despojo de su identidad, de aquellos valores enfrentados a los hoy impuestos por el neoliberalismo.

En este punto, el combate moral, donde puede apreciarse el valor estratégico que tienen para la lucha, los mil jueves de las Madres en torno a la Pirámide de Mayo. Es en este punto, donde cobran una dimensión inestimable la aparición de HIJOS. Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio. 20 años después de la masacre, estos jóvenes se ponen de pie para caminar un rumbo no previsto por los asesinos de sus padres.

En esta extensa entrevista con América Libre, relataron cómo y por qué decidieron agruparse, describieron la adversidad sufrida en años de silenciamiento social; hablaron del padre que los engendrara y la madre que los pariera, se encendieron con sus amores y sus odios, exigieron justicia, rechazaron lástimas, reclamaron respeto, contaron sus sueños. Explicaron quiénes son y para qué están. El diálogo fue realizado con cuatro miembros de la Agrupación HIJOS:

Lucía García, 21 años. Sus padres, militantes de Montoneros, permanecen desaparecidos desde 1976. Ana del Valle, 21 años. Sus padres, integrantes del Ejército Revolucionario del Pueblo, también están desaparecidos desde 1976. Alexis Banylis, 25 años. Su padre, militante del Partido Comunista, sindicalista, fue asesinado por la Alianza Argentina Anticomunista (2), en 1975 antes del golpe de Estado. Ernesto De Santis (3), 21 años. Sus padres, del Partido Revolucionario de los Trabajadores, transitaron siete años de exilio por varios sitios de Europa y de América Latina, hoy residen en la ciudad de La Plata, son sobrevivientes.

América Libre: – ¿Por qué sintieron la necesidad de agruparse en H.I.J.O.S.?

Lucía: Yo sabía que se iba a dar. Yo mismo sentía que la militancia en ámbitos de izquierda que políticamente sí me contenían, no terminaban de darme una respuesta el problema de mi identidad. Que no es mío solamente, es un problema de identidad social. Se borró a 30 mil personas del mapa, y listo, no están, se acabó, no se habla más del tema. Eso lo vi hasta en mi familia. Yo siempre dije que era hija de desaparecidos, pero no implicaba de parte de la gente más que una respuesta: «Qué terrible», provocaba una actitud de lástima, de compasión, de «pobrecita». Y ahora no. Ahora, desde que estamos agrupados, provoca respeto.

Ernesto: – En mi caso, que soy hijo de exiliados, es partir de los objetivos y el sentimiento. A mí me pasó algo muy fuerte cuando se hizo el homenaje a los desaparecidos en la Facultad de Arquitectura de La Plata. Lloré muchísimo, no conocía a ninguno de los chicos que estaban ahí, pero sabía la historia de sus padres a través de mis viejos (4) que, en el exilio o acá, me hablaban de sus compañeros. Me emocioné cuando los escuché contando orgullosamente cosas de sus padres. A muchos de sus viejos yo no los conocía pero a algunos sí. Por ejemplo, el padre de unos de los chicos fue mi pediatra hasta que lo mató la triple A. Entonces, yo lo veo subir a este chico y no lo pude ir a saludar, estuve ahí enfrente, pero no tuve los huevos para decirle: tu viejo era mi pediatra.

Ana: – Yo necesitaba hablar con chicos que sintieran lo mismo, no que me miraran con lástima y me pusieran en el papel de víctima. Te sucede hasta con tus amigos que por ahí tienen cuidado en no decir, que se yo, el día del padre o el día de la madre para que no te sientas mal y vos te sentía peor. Creo que lo fundamental en mí fue reunirme con gente que estaba en la misma situación.

Alexis: – Siempre me preguntaba si algún día no iba a aparecer algo como esto, siempre me pareció raro no encontrar a otro que le hubiese pasado lo mismo que a mí, que siempre tuvo que estar escondido u ocultando las cosas. El otro día, al cumplirse 20 años del inicio de la dictadura, Hebe (de Bonafini) (5), hablándoles a los desaparecidos, en el acto de Plaza de Mayo, dijo: «Chicos, acá están sus hijos». A mí eso me partió. Yo miraba la fila donde había un montón de hijos y era real. Decir: «Mierda, acá veo a otro que le pasó lo mismo y está llorando porque tuvo que mentir, porque no sabía donde carajo estaba parado». Yo tenía que mentir sobre la muerte de mi papá, decía cualquier otra cosa. Porque nosotros sufrimos allanamientos durante la dictadura y no le podías decir a nadie.

Ana: – Yo también mentía.

A. L.: – ¿Qué tipo de muerte inventaban?

Alexis: – Como mi viejo era colectivero (6) yo inventaba que se desnucó pisando un jabón en el colectivo. En otra época decía que había tenido un accidente.

Ana: – Mi abuela, la mamá de mi mamá, siempre nos mentía o me decía: «cuando seas más grande te voy a contar». Y bueno, al final, cuando yo tenía 5 años ella nos dijo que había habido una guerra en el país, que mis papá luchaban por un país mejor y que los habían matado. Ahí yo me puse contenta porque por fin supe por qué se murieron mi papá y mi mamá. Pero en el colegio no lo decía nunca. Mi abuela me metía miedo y yo siempre mentía. Y como mi abuela parecía mucho más joven de lo que es, entonces, yo decía que mi abuela era mi mamá. Otras veces también inventaba un accidente.

A. L.: Partiendo desde sus búsquedas personales, se han convertido en una organización que actúa en política ¿qué se proponen en este sentido?

Lucía: – Nosotros partimos de reivindicar la lucha de nuestros viejos. La falta de ellos es un agujero de esta sociedad, los que hoy no están físicamente en nuestras casas serían los profesores, los colectiveros, los carpinteros, los abogados, las actrices, los obreros, los empleados, los médicos, que vivían entre nosotros. Ellos se jugaron por los demás y eso les costó la vida. Hoy, desde el poder, quieren hacernos creer que somos un país del primer mundo, pretenden cerrar las heridas con las leyes del Punto Final y Obediencia Debida o perdonando a los genocidas con el decreto del Indulto (7). Los asesinos cuentan sus torturas impunemente por televisión. ¿Qué país somos si no castigamos a los criminales? Un país donde todos los días nos cruzamos en la calle con los torturadores, donde la policía sigue matando gente. Nos quitaron hasta el derecho de luchar por un trabajo digno por el miedo a la desocupación. Quisieron hacer desaparecer las ideas pero no pudieron. Nuestros viejos nos enseñaron que vivir como te dicen, es sobrevivir, que la libertad es el derecho a elegir nuestro propio destino. Nosotros estamos convencidos de que si hoy ellos estuvieran este país sería distinto. De alguna manera todos somos hijos de desaparecidos. Por eso nuestro compromiso es conocer y contar la historia para demostrar que con ellos no se llevaron sus sueños, ahora los hacemos nuestros y por ellos luchamos.

A. L. :Los adolescentes, los jóvenes en general, se rebelan contra sus padres, los cuestionan, los impugnan. Con ustedes sucede lo contrario, buscan emular sus valores, ¿de qué modo viven esta singularidad?

Lucía: – La vivimos con orgullo porque es parte de buscarnos a nosotros mismos. Yo, de hecho, viví con mi abuela, y buscar a quiénes habían sido mis viejos, tratar de imitarlos, de alguna manera era revelarme a mi abuela, y era rebelarme a la sociedad, que es lo que en el fondo hacen los adolescentes. Es cierto, a la edad en que nuestros amigos se rebelaban contra sus viejos, nosotros queríamos parecernos a ellos y queríamos saber sobre ellos, tratábamos de armar el rompecabezas.

A. L.: – En tu caso, ¿cómo lo armaste?

Lucía: – A través de mi abuela materna, que me contaba cosas, o mis tías o amigos y compañeros de mis viejos. Por medio de las fotos pudimos reconocer sus rostros y sus gestos, en muchas charlas nos acercamos e íbamos imaginándolos. Nosotros también tenemos el «Taller de la Memoria» y ahí estudiamos a cada organización, leemos documentos, invitamos a militantes de aquella época. A mí me interesa esto como revisión crítica, para aprender de aquellas experiencias, para corregir errores, para analizar la realidad de hoy y también esta es una forma de llegar a nuestros viejos.

Alexis: – Acercarme a los valores de mi viejo fue una manera de buscarlo y de encontrarlo. Nosotros vivimos en Salta y en Santiago del Estero. De Salta nos tuvimos que ir porque nos allanaron tres veces y cada vez que teníamos que dejar una casa y dejar todo y tirar todo, mi vieja nos decía: «Esto nos pasa porque su papá luchó». Creo que el recuerdo más fuerte que tengo de él es esto de haber peleado. Cuando lo pienso, lo pienso humano, lo pienso caliente, caliente por el hambre, caliente por la injusticia. ¿Cómo no iban a ser esos mis valores? Después de muchos años apareció un amigo de mi viejo, -eran tres amigos que militaban juntos en el secundario: uno se fue al exilio, a mi viejo lo mataron y el se había quedado acá- y nos empezó a buscar, y nos encontró. Cuando el tipo me vió se emocionó y no paraba de llorar, me abrazaba, yo no me daba cuenta de que eso de que habían matado a mi viejo era para tanto, era tan duro. Había aceptado la vida de esa manera y a mí no me movía demasiado. Pero el abrazo del tipo ese, su llanto, lo que hablaba de mi viejo fue como devolverme toda una imagen y también sus valores.

Ana: – Un montón de veces me puse a pensar esto de que siendo adolescentes tengamos los mismo valores que nuestros viejos, aunque no llegué a ninguna conclusión. Pero yo estoy sumamente orgullosa de ellos. Y por ahí veo a los padres de otros chicos. Que no tienen ningún compromiso, que no les importa nada, que no les importa nada, que son unos mediocres. Cuando veo a esa gente, prefiero que mis padres estén muertos, pero estar orgullosa de ellos, aunque no los tenga conmigo.

Ernesto: – Yo a mis viejos los tengo a vivos, y es algo muy distinto a no tenerlos, pero la cuestión de los valores, de la militancia, en el sentido político, no los veo como algo caduco ni nada de eso. Por ahí en las cuestiones cotidianas me peleo por boludeces con mi viejo, pero yo lo admiro, lo respeto un montón.

A. L.: – Ernesto, ¿qué significó ser hijo de un militante exiliado?

Ernesto: – Por ahí la principal diferencia con lo que vivió una persona común fue la integración. Yo en el exilio viví en muchos lugares, incluso en el mismo país viví en varios lugares. Era hacerse amigos y perderlos, entonces tenía una noción de la amistad muy efímera. Los amigos eran algo que iban y venían. Cuando llegué acá, a la Argentina, no me preocupaba por hacer amigos. La gente era gente que venía y se iba de mi vida. De chico era muy tímido o n o sé si era tímido, no me comunicaba con la gente. Algo de eso me queda ahora, por ahí no tengo ganas de hablar con nadie. Mucho de eso lo perdí en la pubertad, cuando tuve que empezar a hablar con las chicas. Ahí había que hablar, no cabía otra. Viví un año en España, en tres ciudades distintas; después en México y cuatro años en Nicaragua, en dos lugares. Después volví a la Argentina y viví nueve años en Chivilcoy y ahora vivo en La Plata. Una cosa que me pasa es que no tengo identidad con ningún lugar. Yo no me siento ni platense, ni chivilcoyano, ni mexicano, ni español, ni nicaragüense, y hasta casi ni argentino. Y una profesora del secundario me cuestionaba: «Pero de algún lugar tenés que ser». Yo no me siento de ningún lugar. Por ahí me siento Latinoamericano. A veces me planteo: «Bueno, de algún lugar soy; ¿de dónde mierda soy?.»

A. L.: – ¿Qué era para vos la Argentina, la patria, durante el exilio?

Ernesto: – Cuando hablaban de Argentina a mí me parecía que iba a ir a un lugar superior. Después cuando llegué me di cuenta de que acá también exista la ley de la gravedad, de que llueve de arriba para abajo, de que caminás igual que en otros sitios, pero yo pensaba que era como otro planeta. Y luego, en quinto año, una vez la directora me pidió que bajara la bandera, que la arriara, y yo me negué. Primero porque no sentía nada por la bandera y después porque me parecía un símbolo de los milicos. Estaban todos los compañeros formados ahí esperando para irse a la mierda, y me decían « pelotudo, dale, sacá la bandera y vámonos». Y yo delante de todos discutiendo con la directora del colegio. Y no la bajé.

A. L.: – ¿Y qué pensás ahora de la bandera? ¿Tenés los mismos sentimientos que en quinto año?

Ernesto: – No. Lo que pasa es que con la bandera, como con las palabras, no tenemos que dejar que se las adueñen. Tienen que ser nuestras por más que ellos las usen. Muchos te dicen: «¡ah!, esas palabras son de los fachos»; «¡ah!, esa palabra es de los milicos». Las palabras no son de nadie, las tenemos que hacer ente todos.

A.L.: – Y para ustedes, ¿qué significa la patria, la bandera, el himno?

Alexis: – Recuerdo la foto que tengo cuando juré la bandera, en cuarto grado, estaba serio, con la cara roja, hinchada de sangre, porque para mí era muy serio el tema. Yo creía que mi papá era patriota hasta las pelotas. En esa época yo veía a los militares que venían a inaugurar escuelas y todo eso, pero yo no los asociaba a ellos con la patria. Yo creía que mi papá había peleado por la patria, por la bandera y por todos.

Lucía: – Cuando cantábamos el Himno en el colegio a mí se me ponía la piel de gallina, me emocionaba, y ahora el Himno me es absolutamente indiferente.

Ana: – Yo sigo enojada con la sociedad argentina, así que para mí no significa nada. Sí tengo identidad con Latinoamérica, no con la Argentina. No significa nada ni la bandera, ni los símbolos, ni el Himno. Yo tenía tanta bronca que hasta había pensado irme del país, sentía que a nadie le importaba nada, me sentía sola, como que la gente se olvida de todo, que a nadie le importaba lo que había psado con mis pdres, que vino la Obediencia Debida, el Punto Final, el Indulto y todo sigue igual. Todo el mundo vuelve al trabajo, a su casa con los hijos, qué sé yo, la familia tipo… ¿y mis viejos qué? Una cosa que hizo sentirme bien fue la marcha al cumplirse 20 años de la dictadura. No podía creer que estuviese la Plaza de Mayo llena, repudiando a los milicos. Porque estoy acostumbrada a que los 24 de marzo no vaya nadie. Esta vez fue distinto. Y algo que me emocionó mucho fue que hubiese tantos chicos jóvenes.

A. L.: -¿Cómo les impacta ver una foto de sus padres, y reconocer en ellas a jóvenes que tienen su misma edad, o casi la misma?

Lucía: – A mí me pasa que me los imagino más como compañeros que como padres. Me veo con mi vieja discutiendo de política o haciendo cosas juntas. Mi viejo pintaba y le gustaba mucho el cine, entonces hubiéramos tenido relación por ese lado. Y cada vez más me estoy acercando a tener la edad que ellos tenían al desaparecer. Y es algo muy fuerte pasarlos en edad, para mí es algo tremendo. Yo me doy cuenta que mis proyectos llegan hasta más o menos la edad que tenían ellos cuando se los llevaron. No puedo planificar para más adelante, no puedo imaginarme con hijos, con una pareja estable y creo que pasa con todos los hijos de desaparecidos. Que la vida es muy ahora, ya, inmediata.

Alexis: – Yo tampoco proyecto la vida más allá de los treinta. No me lo imagino de ninguna manera.

Ernesto: – Bueno, mientras mi viejo fue creciendo yo también fui creciendo, pero igual me lo imagino en el futuro como es ahora, porque creo que siempre fue así. Yo veo que muchos militantes cambian, pero mi viejo es así de efusivo desde que era pendejo y a mí siempre me cuentan anécdotas de él que lo pintan tal cual. Me acuerdo de una cuando estábamos en el exilio. Creo que estábamos de paso por Suiza y mi viejo se entera por lo diarios que había triunfado la Revolución en Nicaragua (8). Y entonces, solo, en el medio de la calle, se pone a gritar como un loco señalando a los transeúntes: «Los vencimos, los cagamos, hijos de puta». Festejaba solo y los otros ni siquiera entendían lo que hablaba, lo verían como un loco. Y bueno, la alegría de él que había triunfado la Revolución en otro lugar.

A. L.:-¿Cuál piensan que fue la principal dificultad que tuvieron que enfrentar al ser ‘hijos de desaparecidos’ en relación con la familia, los vecinos, los compañeros?

Ana: – La principal es la ausencia de los padres por una causa que no es muerte natural, sino por un injusticia, por un genocidio. Para mí era muy fuerte ver a mis compañeros con sus familias y yo que tenía a mi abuela y nada más que eso. Además, el no poder hablarlo, el no poder decir lo que había pasado. Y, por otra parte, el n poder entenderlo tampoco. Cuando era chiquita pensaba que había sido una pesadilla, que cuando me despertaba iban a estar mis padres.

Alexis: – Sí, lo peor era tener que ocultar, tener que mentir todo el tiempo. Yo soñaba que estaba de viaje y se había ido a otro país y después volvía rico, entonces ya no íbamos a pasar penurias económicas. Porque en Santiago del Estero no teníamos plata ni nada y ni siquiera podíamos escribirle a la familia. Una Navidad sólo comimos una sandía de Navidad. Nos sentíamos solo y ocultos.

A. L.: – ¿En algún momento sintieron bronca contra sus viejos, algo así como decir: «ellos eligieron la actividad política a quedarse conmigo?

Lucía: – A mí no me pasó nunca, y es muy raro porque a la mayoría sí. Yo tenía dos años cuando llevaron a mi viejo y le decía a mi mamá que no llore, que se ponga contenta, qué sé yo. Me daba de comer y yo comía para mí y también para mi papá que estaba en el cielo. En ningún momento me planteé lo de la bronca.

Alexis: – Sí, cuando era chico sentía bronca todo el tiempo. Sobre todo en las cosas cotidianas en esto de ver a los amigos en familia. Yo me acuerdo que me hice de River (9) porque mi mamá me dijo que mi papá era de River. Siempre le preguntaba estas cosas a mi vieja, que si jugaba a la pelota, que si hacía esto, que si hacía aquello. Al principio sí tenía bronca, y todavía hoy cuando veo a mi hermano con el hijo me agarra algo raro, como extrañarlo.

Ana: – Sí, yo también tenía rabia sobre todo con mi papá, porque mi abuela decía que por culpa de él mi mamá militaba y habían desaparecido los dos. Pero, después, con el tiempo, la rabia se transformó en orgullo porque ellos peleaban por lo que creían justo y lucharon con todo. No eligieron abandonarnos. Los hijos de puta fueron los que los mataron.

Lucía: – Y además, no tenemos que olvidar lo que eran en todo sentido nuestros viejos. Hay algo que a mí me marcó muchísimo cuando yo tenía más o menos quince años: Mi abuela me dio una libreta escrita por mi mamá. Es reduro leerla porque ya había desaparecido mi viejo, la loca se estaba bancando toda la situación con mi hermana y conmigo, toda la confusión del momento, el miedo, igual las ganas de aguantar y todo eso me conmueve cada vez que la leo. A la vez, me dá fuerzas porque lo que transmite mi vieja es mucha convicción sobre lo que está haciendo, está muy segura de que era eso lo que había que hacer. Y aparte, la sensación de que se tenían entre ellos una confianza grandísima: como pareja, como compañeros, como todo. Y es muy lindo saber que eso fueron tus viejos, que de esas dos personas que se querían así, naciste vos.

Este tema lo hablamos mucho con las Madres. Yo recuerdo que lo charlé mucho con Hebe (de Bonafini), cuando estuvimos en Cuba, hace poco, y ellas también destacan la convicción y los valores que en muchos sentidos tenían nuestros viejos.

A. L.: – ¿Qué rescatás de esa entrevista que recientemente mantuvieron Hebe de Bonafini, Fidel Castro y vos?

Lucía: – Me sorprendió lo afectivo que es el tipo, me esperaba que fuese más figurón, más acartonado. Y no, me pareció que nos estaba escuchando realmente, que estaba pensando en lo que nos contestaba, que estaba ahí, que le afectaba lo que nosotros le contábamos. Yo sentí que había algo que nos unía muy profundamente a él , a todo el pueblo cubano. Por su lucha permanente contra el imperialismo, el bloqueo, tener que bancarse siempre todo eso para avanzar. Yo sentí que nos unía la misma terquedad. Aparte, pensaba en mis viejos que eran montoneros: «si me vieran con Fidel, me decía yo misma». Bueno, después él nos dio un abrazo refuerte, muy sentido. Y cuando nos fuimos, nos abrazamos con Hebe y lloramos un montón. A las dos nos estaba pasando lo mismo. No sé, habrá un montón de cosas que criticarle a Fidel, pero lo que no se puede negar es que el tipo se la viene bancando y se la va a seguir bancando hasta las últimas. Y que para nuestros viejos Cuba era una luz. Qué sé yo, tenía una emoción muy fuerte. Trataba de escuchar con atención para contarle a mis compañeros. El dijo que leyó mucho sobre nazismo y que acá en la Argentina el genocidio había sido el más perverso de todos, porque acá existió una estrategia, un plan para los hijos de los revolucionarios.

A. L.: Cuando uno lucha, anhela concretar un triunfo, desea materializar una victoria. ¿Para ustedes, para HIJOS, cuál sería esa victoria?

Ana: – En lo inmediato sería el castigo a los genocidas, eso es lo que yo necesito. Y un reconocimiento de la sociedad de lo que pasó con nuestros viejos, no que todo el mundo se quede así, como unos huevones, como que ya fue o ya todo pasó. Y nosotros no luchamos nada más para que se haga justicia por todo lo que pasó, por los crímenes, sino porque realmente estamos convencidos de que ellos luchaban por lo correcto: un mundo mejor para todos, es posible.

Alexis: – A mí me parece que un pueblo jamás va a ir a ninguna parte si olvida, entonces hay que reconocer con todas las letra lo que pasó y no silenciarlo o disfrazarlo. Acá estamos y estos somos: hijos de quienes lucharon por todos. Esa lucha debe reconocerse. Si nos ponemos a pensar en qué contexto se reconocería esa lucha de nuestros viejos, sabemos que ese contexto es la Revolución. En principio, lo que te acerca a HIJOS es lo afectivo, buscamos a otro que le pasó lo mismo, descubrimos a nuestros viejos y nos vamos dando cuenta de que las reivindicaciones de HIJOS sólo van a lograrse totalmente en una revolución.

Ernesto: – Nosotros no nos damos una lucha revolucionaria en el sentido de tomar el poder, pero recuperar la memoria para el pueblo, exigir castigo para los asesinos es de algún modo revolucionario.

Lucía: – Desde que nos agrupamos empezamos a ser hijos para todo el mundo. Nunca habíamos sido hijos. A mí nunca nadie me dijo porque mis viejos no estaban para decirme hija. Durante años quisieron que fuésemos hijos de nadie, y ahora decimos que somos hijos de revolucionarios y lo decimos con orgullo. Estamos recuperando nuestra identidad y a la vez la identidad social de quienes era ellos. En un momento empezamos a darnos cuenta de que este era el único genocidio que había tenido esa característica de darse así, una política para los hijos de los desaparecidos, y valoremos qué importante era estar juntos y reivindicar a nuestros viejos. Precisamente porque el plan apuntaba a lo contrario, a que estemos bien dispersos, no nos enteremos de nada y levantemos las mismas banderas de los milicos. Querían formarnos en sus valores, querían que defendamos lo que ellos defendían. Y estamos haciendo todo lo contrario, estamos peleando por un mundo distinto, es una victoria. Hace poco mi hermana me escribió una carta donde dice que está orgullosa de nuestros viejos. Y yo le puse que es regroso (10) lo que estamos haciendo, porque cada cosa que hacemos es un cacho de victoria de ellos. Y más sabiendo que los milicos querían desdibujarnos la identidad, transformarnos en la mierda que son ellos y que acá se olvide todo lo que pasó. Y les salió mal. Por suerte. Yo siento eso, que somos un cacho de victoria de nuestros viejos.

Notas:

1 Ver «Los desaparecidos: recuperación de una identidad expropiada», Inés Izaguirre, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires, 1992.

2 Triple A: Grupo paramilitar, verdadera avanzada del estado terrorista iniciado el 24 de marzo de 1976.

3 HIJOS tiene catorce regionales en todo el país. En alguno de ellos junto a hijos de desaparecidos y asesinados, se nuclean hijos de ex-presos políticos y de antiguos exiliados. Este último, es el caso de Ernesto De Santis.

4 «Viejos»: forma afectuosa de referirse a los padres.

5 Hebe de Bonafini, presidente de la Asociación Madres de Plaza de Mayo.

6 Colectivero: chofer de bus.

7 Las leyes de Puntos Final y de Obediencia Debida fueron impulsadas por el gobierno del doctor Raúl Alfonsín y aprobadas por el Congreso Nacional. Los Indultos que incluyeron a los máximos responsables del genocidio, fueron decretados por el actual presidente, Carlos Menem. Todas estas iniciativas significaron impunidad y libertad para los autores de crímenes atroces, de los que hoy no queda ni un solo encarcelado. Por el contrario, en algunos casos son diputados nacionales, gobernadores de provincia o intendentes de municipios.

8 Revolución Sandinista, 19 de julio de 1979.

9 River Plate: club de futbol muy popular en la Argentina.

10 «Regroso»: muy importante, valioso.